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Susana Díaz y el Síndrome de la mano caliente

Un jugador encesta varias veces y todos creen que va a volver a acertar porque lo que está ocurriendo ahora va a seguir ocurriendo en el futuro.

 

 

Erase una vez un partido que configuró una Administración. La llamó Junta de Andalucía. Y, con la misma naturalidad con la que el sol sale cada mañana y el rocío cae al atardecer, sus cuadros -no pinturas, personas- se integraron en ella. Fue pasando el tiempo y, como en el video de Kylie Minoge, All the lovers, en el que más y más amantes se van añadiendo al montón hasta crear una pirámide que supera en altura a los rascacielos, aquí también más y más se fueron sumando al partido y la Administración.  Costaba, a vece, distinguir si lo uno era para llegar a la otra. La pirámide fue creciendo. El partido trasmutó en un partido más que de militantes, de notables, un grupo de cargos públicos en cualquiera de sus posibilidades y de aspirantes a serlo.

 

Se creó así un círculo exitoso. Quien, desde una oscura red de traiciones y lealtades internas llegaba a controlar la Administración guiaba con mano de hierro el partido, distribuía cargos, recompensaba leales, castigaba disidentes. Desde la Administración controlaba el partido y, el control de este, permitía llegar y permanecer en aquella. Ya dijo Alexander Hamilton “Teniendo en cuenta la naturaleza humana, ejercer el poder sobre el sustento de un hombre equivale a ejercer el poder sobre su voluntad”. Como este partido era, por definición igualitario, donde dice hombre léase también mujer.

 

Un jugador encesta varias veces y todos creen que va a volver a acertar porque lo que está ocurriendo ahora va a seguir ocurriendo en el futuro.

 

Como en el final de Alicia tras el espejo, así fueron pasando los años y en la Andalucía de las maravillas ellos yacían soñando bajo los rayos dorados. Por un momento, en ese sueño creyeron que podrían controlar a todo su partido a nivel nacional, valían para ello, pues nunca habían perdido. Este deseo ya advertía de la ceguera de esas elites, algunas orgullosas de haber empezado su militancia antes incluso de la edad laboral. No vieron lo que los demás veían claro. ¡Qué a la gente le molesta la soberbia! Chico, que disgusto más tonto nos hemos llevado. Tomémonos unas cervecitas en este congreso tan cuqui que ha montado mi rival y mira, nos replegaremos a nuestro reino en el que todo es eterno e inmutable, pensaron para sí.

 

Avanzando la historia, llegamos, felices y satisfechos, al clásico error del síndrome de la mano caliente. Un jugador encesta varias veces y todos creen que va a volver a acertar porque lo que está ocurriendo ahora va a seguir ocurriendo en el futuro. Ajena -y ajenos- a lo que pasaba a su alrededor, dotados de una preocupante falta de olfato político, convocaron unas elecciones en las que creyeron haber encestado antes, incluso, de tirar. Las primeras tras su intento de asaltar todo el partido, las primeras desde el Procés catalán, las primeras desde la moción de censura. ¿Seguro que no había nada que esta vez no iba a ser diferente?

 

Y no es que no hubiera opiniones, o que nadie lo viera. Aquí mismo elucubré sobre el síndrome Arenas. Recordemos: el líder del PP se veía tan seguro ganador en las elecciones de 2012 que basó su campaña en no moverse, tan mentalidad atrapalatodo que no hizo nada, no se espantara algún elector. Todo parecía tan seguro que parte de su electorado se quedó en casa, total, si iba a ganar de todas formas. Ganó, si, pero no fue suficiente para gobernar.

 

Se ve que la experiencia de otros no enseña nada a los nuestros. Así, pues, preocupados por demostrar que en mi casa mando yo, incluyendo como casa la escalera y la acera, dejaron fuera a una parte de su Partido, que queda así un poco más partido. Después todo fue un abrazar ancianos y niños, sobre todo niños, muchos abrazos a muchos niños. Los votantes no son niños, aunque a veces tengamos reacciones infantiles, no te digo yo que no.

 

Y, nos plantamos en la tarde del apacible dos de diciembre. Tomabas café, te sentías culpable por estar comiendo ya demasiado turrón y un bip-bip-bip de los móviles alertó de la tragedia. Más o menos así: que mira oye, que gracias por vuestra movilización, y a ver si hacéis un “ultimo esfuerzo” (literal) Algo no iba bien, la abstención aumentaba en zonas tradicionalmente socialistas, pero no en las tradicionalmente conservadoras.

 

El siguiente capítulo ya lo saben, aunque el final aún no está escrito.

 

Atrás queda, que ironía, una Comunidad en la que, coincidiendo con el “reinado” de Susana Díaz ha reducido el mal andaluz, el paro, un 40% en cinco años y tiene 583.500 parados menos.

 

En fin ¿Cuándo dejó de gustarle la política a Susana Díaz? Ahí está la clave, porque ha perdido el instinto político que la trajo hasta aquí. ¿Quién la aconseja? Dijo Maquiavelo, lo primero que debe hacer un príncipe es rodearse de personas capaces y leales. Si lo hace bien se le tendrá por sabio porque los eligió capaces y los mantuvo leales. Si falla se le tendrá por necio porque  falló en la primera decisión importante. Pues bien, sin duda está rodeada de personas leales -al menos, mientras se cumpla la frase de Hamilton que cité más arriba- ¿pero capaces? Si no han visto venir ni una.

 

Pues eso, ¿Cuándo dejó de gustarle a Susana Díaz la política? Inaugurar remodelaciones de ambulatorios, abrazar niños, recitar discursos repletitos de frases gastadas y lugares comunes: el acento, la igualdad, la igualdad otra vez, el acento de nuevo, todo eso no es de una política sino de reina. Pero las reinas no se eligen, vienen ya así de casa, y a los gobernantes se les vota. Y te puedes encontrar, oh reina, con la cólera, como dice en su inicio la Ilíada.

 

La historia continúa. La ceremonia de los adioses ha comenzado. Eso se puede hacer bien o seguir el dicho “si no puedes enderezarlo, tuércelo aún más para que nadie pueda”. Las rabietas internas de estas últimas horas, apuntan a esto último. Puede ser un desahogo, una de esas fases del duelo que enumeran los psicólogos. No creo, aquí vamos a tener tema.

 

Atrás queda, que ironía, una Comunidad en la que, coincidiendo con el “reinado” de Susana Díaz ha reducido el mal andaluz, el paro, un 40% en cinco años y tiene 583.500 parados menos. La tasa de paro descendió del 36,7% allá por 2013 al 23% actual. Sí, suena a epitafio. Pero ¿no es mejor irse así, presumiendo de lo hecho en lugar de llorar lo perdido?