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Carta a Aylan

En alguna casa, en algún centro de refugiados, tal vez en alguna iglesia o en algún barrio sirio que aún quede en pie, se acordarán de ti

Lola Álvarez / Opinión.- Nadie con sangre en las venas y el corazón en su sitio dejó de estremecerse al ver la foto de tu cuerpecito muerto sobre la arena. Nadie. Han pasado unos meses y ,al verla, aún seguimos estremeciéndonos.

Cuando  dentro de unos años alguien recuerde el trágico éxodo de tu pueblo, tu imagen congelada en el tiempo volverá a horrorizar a quien la vea. En ti, pequeño Aylan, en tu muerte tan atrozmente absurda, tan sin sentido, se concentra el sindiós de una época en la que en esta Europa, sobrada y arrogante, creíamos estar al amparo de semejantes atrocidades. Qué rápido reseteamos la memoria. 

Este viejo continente remeda con precisión a esos simbólicos simios que ni hablan, ni oyen, ni ven, creyendo –ilusos–  que así impedirán a la realidad seguir su curso inexorable. 

[blockquote style=»1″]Hace más de dos mil años, en una noche como esta, un matrimonio de refugiados llegó huyendo de la muerte a un pueblo y nadie le abrió la puerta. Terminaron en una cuadra.[/blockquote]

Hoy, Aylan, donde otro niño da sentido a la noche, tu imagen no se borra de mi memoria. Tu imagen y la de cientos, miles de refugiados que la pasarán, como tantas otras, al socaire de cualquier sitio, rodeados de otros sin patria para quienes nuestras celebraciones son un puro sarcasmo.

Enredados en el rebufo gris de nuestros días, a la espera de que otra imagen nos espante el alma unos segundos, seguimos mirando la realidad sin verla al ritmo que nos marca el tótem catódico. Pareciera que todo ocurre lejos, muy lejos, tan lejos que más que realidad dudamos de si son imágenes extraídas de alguna película vieja. Pero está pasando, sigue pasando aunque ya la atención mediática flojee y se haya dejado de contar tantos otros Aylan que se habrán tragado las negras aguas de ese cementerio Mediterráneo.

A pesar de todo estoy segura de que esta noche, en algún momento,  saldrás a relucir en las conversaciones. En alguna casa, en algún centro de refugiados, tal vez en alguna iglesia o en algún barrio sirio que aún quede en pie, se acordarán de ti, Aylan, seguro.

Hace más de dos mil años, en una noche como esta,  un matrimonio de refugiados llegó huyendo de la muerte a un pueblo y nadie le abrió la puerta. Terminaron en una cuadra y allí, rodeados de donnadies como ellos, vino al mundo un rey sin patria ni corona para quien los refugiados fueron siempre tan queridos como bienaventurados.

Dicen que el policía que te sacó de la orilla aún te llora.

Descansa en Paz, pequeño Aylan. Tu muerte nos pasará factura.