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Don Antonio Machado, 80 años de su fallecimiento

Animado con pudor y celo surgen estas letras porque este jueves, día 22 se cumplen 80 años de su fallecimiento.

 

Sobran ganas pero escasean suficiencias para unirme a la pléyade de eruditos admiradores de don Antonio, pregoneros de su vida y obra. Mi reto lo sostiene y anima uno de sus deseos: «No soy partidario del aristocraticismo de la cultura, en el sentido de hacer de esta un privilegio de casta». Pues bien, animado con pudor y celo surgen estas letras porque mañana jueves, día 22, se cumplen 80 años de su fallecimiento, sencilla pretensión de enlazar el ayer con el hoy, recurso de la memoria para convertir el pasado en ficción y poesía.  

Tengo muchas posibilidades de recibir una cariñosa reprimenda de don Antonio si accediese a estas líneas: atentado fraternal a sus profundas convicciones, porque pocas veces empleó un contundente imperativo: «Huid de escenarios, púlpitos, plataformas y pedestales».  Sin embargo,  seré uno de los muchos empeñados en elevarlo a una columna irradiante. Mientras, dejo en el repique unas palabras rebosantes de actualidad: «La generación de la rabia y la idea…». 

 

Me lo imagino con una mano levantada y ambas apoyadas en los últimos tiempos sobre un recio bastón, fija su mirada interrogativa más allá del objetivo fotográfico.

 

«Paisano ―me diría―, no es para tanto, solo le sugiero pensar sobre la frase: “Despacito y buena letra, hacer las cosas bien, importa más que hacerlas”». Lo entiendo, don Antonio, porque los maestros, difícilmente podemos reprimir el deseo de perfección y, por ello, la recordé en mis años de docencia.  

Me llevé un buen rato observando su última foto, la del 27 de enero de 1938. Al despertar me pregunté el motivo de tan intensa curiosidad, tal vez por la tristeza emanada de su rostro, vejez prematura, marchitado el largo dolor. Lo comprendí como resultado de la condensación de algunas alegrías con hondas tristezas emanadas de un tormentoso exilio, y mucho más al compartirlo con su anciana madre, símbolo de una España envejecida y enferma.    

 

La ignorancia de muchos y la estupidez de los más llamados a iluminarla siguen asfixiando a esta Patria nuestra

 

Seguirá bien informado por los numerosos amigos esparcidos por estos andurriales, envueltos todavía por una niebla espesa de reyezuelos y lacayos, herederos de los inspiradores de las negras pinturas goyescas, clarividencias denunciadas por usted. La ignorancia de muchos y la estupidez de los más llamados a iluminarla siguen asfixiando a esta Patria nuestra. Ya lo sintetizaba: «Parece como si pensáramos todos, con honda convicción, que hay una cosa sagrada: la mentira…». El invocado aire fresco sigue deseoso de entrar, aprisionado por  las numerosas puertas cerradas por la injusticia. 

 

Y toqué los álamos, acariciados con ternura por usted

 

Palpo la sobriedad de sus letras como sólido recurso donde anidó su espíritu, abierto a la pluralidad de la cultura. Usted vivió para pisar estabilidades y aseveraciones. Su genialidad seduce y brilla como meta, siempre insatisfecho, al hallazgo del texto perfecto. 

No hace mucho pisé tierras sorianas y los lugares donde su espíritu se contagió de una naturaleza sobria bajo la impasible mirada de san Saturio, observador incansable del Duero. Y toqué los álamos, acariciados con ternura por usted. Después preferí apartarme del grupo para recrear su figura en el aula o a la espera para inquietar a un alumnado dado s las euforias juveniles y poco a comprender la complicada gramática francesa. 

Desde su inmortalidad, ganada a golpes disciplinarios en el yunque de la reflexión, nos verá en estos momentos perdidos, absortos en los balones de oro y otras zarandajas diseñas por los fabricantes de humo. Usted, lector del gran Leibniz, del gigantesco Kant o de tantos intelectuales, quizá no comprenda cómo aún tiran la vida tantas criaturas por las alcantarillas de la estupidez.  

A mi tiempo le queda poco, pero consuela el poder pasear un día por las veredas del más allá, haciendo camino entre la niebla, riéndonos de tantas agitaciones, del triunfo final de algunos hombres atrapados por el genio literario, fruto de la libertad conquistada de las ergástulas de los desengaños.