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El coronavirus puede hundir la Unión Europea

Es absolutamente necesario que los países del Sur se unan y diseñen una agenda diplomática propia.

 

El desacuerdo del pasado jueves en el Consejo Europeo ha supuesto un choque más fuerte de lo que se piensa. Al fin y al cabo, se trataba de dinero. Pues todo el meollo del asunto pasaba por la oposición de los países del ‘Norte’, encabezados por Alemania y Holanda, con el apoyo de Finlandia y Austria, a los llamados Coronabonos, algo así como los Eurobonos que se descartaron para mantener a flote las economías de la Unión durante la Crisis Financiera. El mecanismo pasaba básicamente por mutualizar los riesgos económicos y las deudas entre todos los socios europeos. El ‘Sur’, liderado por España, Italia y Portugal, ha presionado duramente por la solución, a la vista de los nubarrones que se adivinan en el horizonte y que aventuran otro desastre económico. No han estado solos: Francia, Bélgica, Luxemburgo, Grecia, Eslovenia e Irlanda son partidarios de la misma solución. No hay arreglo por ahora sobre la cuestión, y no parece que las posturas vayan a acercarse con facilidad, a pesar de los esfuerzos de David Sassoli, Presidente del Parlamento Europeo.

 

La cuestión de fondo no es sólo económica sino también cultural. Muestra, una vez más, de que los viejos prejuicios que se creían enterrados hace mucho en los anales de la Historia siguen más que vigentes. Ya quedó claro que el resquemor seguía ahí desde el choque de trenes a razón de la Crisis de 2010. Pero esto es aún mayor, por cuanto no se disimula por parte de los actores el desprecio mutuo. Desprecio, hablemos claro, que está presidido por el sentimiento de superioridad que los países del Norte -especialmente los de matriz anglosajona y germánica- tienen hacia los del Sur -especialmente sobre los mediterráneos y latinos-. No se ha cortado un pelo el Ministro holandés de Finanzas, Wopke Hoekstra, en sus declaraciones al diario De Volkskrant, en las que ha abogado sin ambages por que se investigue a países como España o Italia por no haber aprovechado la ‘etapa de bonanza económica’ para ‘poner sus cuentas en orden’ y tener ahora dinero para hacer frente a la amenaza del Coronavirus. Considera el ministro que no se han hecho los deberes y que se viene ahora a mendigar dinero. Algo no muy lejano de aquellos reproches por parte de Jeroen Dijsselbloem, expresidente del Eurogrupo, que acusó a los sureños, ni más ni menos, que de gastarse el dinero en lujuria y luego ir a pedir a los demás.

 

Aunque se trate de suavizar diplomáticamente la gravedad de este tipo de manifestaciones, es imperativo aceptar que se trata del exponente de una psicología plenamente arraigada en los países europeos del Norte: la de que los mediterráneos y latinos somos gente vaga y desorganizada, incapaces de hacer las cosas como se debe y malacostumbrados a dormir la siesta. Necesitados de que países mejores y más sofisticados vengan a sacarnos las castañas del fuego. Una idea tan nefasta que ha calado entre nosotros mismos, que no paramos de compararnos -para mal- con ellos asumiendo que, efectivamente, son mejores que nosotros. Sin embargo, despejando tópicos, los países que ahora miran al Sur como despotismo y arrogancia, son hijos, les guste o no, de su cultura. También el Sur puede ser presa de tópicos y entender, como entendía Mussolini, que los Alemanes son bárbaros y brutales, civilizados sólo gracias a Roma. Buceando en la Historia, Alemania, Austria, Holanda o Finlandia, por no hablar del Reino Unido y de los estadounidenses, tienen mucho que callar. Acaso se ignore que dicha actitud no es más que el remanente de un nacionalismo etnocéntrico que, no hace muchos años, causó millones de muertos en el continente europeo de la mano precisamente de Alemania, con la connivencia de la mayoría de su sociedad civil, que después de la guerra quiso hacer ‘borrón y cuenta nueva’ con la aquiescencia de muchos de los países a los que hoy mira por encima del hombro, y olvidarse de quienes miraban hacia otro lado cuando a los judíos se los enviaba a cámaras de gas y a los eslavos se los exterminaba miserablemente en los yermos parajes de Europa del Este.

 

Debieran también los líderes políticos de los países del Sur recordar a Alemania y cía que, si han podido recuperarse económicamente es gracias a que después de las hostilidades se optó por el perdón y por la amistad, lo que, entre otras cosas, se tradujo en los Acuerdos de Londres de 1953 por medio de los cuales los países vencedores redujeron en un 50% las deudas de preguerra y, para las deudas bélicas, se acordó por lo general una quita también del 50%. Precisamente cuando, si ella misma se hallaba dividida entonces y los países del Este bajo dictaduras comunistas auspiciadas por Moscú, era por su culpa al haber invadido la Unión Soviética en 1941. Sin ir más lejos, el Gobierno español debería dejar bien claro cuan bienvenido fue por el Canciller Helmut Kohl el apoyo que le prestó el Gobierno González durante el delicado proceso de unificación, ante el recelo del resto de países de Europa, que no veían con buenos ojos el resurgimiento de una nueva potencia alemana.

 

Y se podría seguir, con el apoyo nada desdeñable que la población holandesa dispensó a los invasores nacionalsocialistas y a sus políticas de exterminio, o a la alegría con que los austríacos acogieron el Anschluss (la unión con la Alemania Nazi) aun a sabiendas de lo que ello suponía para muchos de sus compatriotas. Sin ir más lejos, afear a los finlandeses el combatir del lado de Alemania durante la Segunda Guerra Mundial y hacer oídos sordos en el asunto del Holocausto. Por no hablar de Inglaterra y su brutal colonialismo en las Américas, cuya política de desplazamiento y eliminación de nativos obtuvo como resultado (como lo haría después la expansión hacia el Oeste de los Estados Unidos de América) lo que no llegó a conseguir Hitler, esto es, el exterminio de razas enteras. Países que, a la vista de los hechos, poco han hecho por ser líderes de verdad en la Comunidad Internacional. El Reino Unido estuvo ‘sin estar’ dentro de la Unión Europea, poniendo todas las trabas habidas y por haber en el proceso de construcción de la ‘casa común’, por no hablar de la ‘piratería legalizada’ en el Estrecho de Gibraltar en perjuicio de España. Estados Unidos no se presenta mucho mejor, pretendiendo ofrecerse como árbitro decisivo en los conflictos pero cerrando sus fronteras y mirando para sí cuando otros Estados más débiles necesitan de su solidaridad como líder y potencia.

 

Definitivamente, si de tópicos se trata, quienes hoy recurren a ellos tienen las de perder jugando con fuego. En el ámbito europeo, aunque sólo fuera por poner de manifiesto que los valores de unión y solidaridad son una farsa y que, ante una crisis sanitaria como la que ahora tenemos entre manos, quienes se sienten superiores recurren a la insolidaridad, espetando, nada menos, a los países mediterráneos que su carácter ‘alocado’ e ‘indisciplinado’ les hace merecedores del miedo y de la muerte que están padeciendo. Y que se busquen las habichuelas. Al fin y a la postre, aceptaron sacrificar a millones de personas por medio de una política de austeridad impuesta desde Alemania que arruinó a gran parte de la clase media y trabajadora. Sacrificios que ellos, qué duda cabe, harían con los ojos cerrados, especialmente en lo que a las personas mayores se refiere. Para el recuerdo quedarán las palabras de Frits Rosendaal, jefe de epidemiología clínica del Centro Médico de la Universidad de Leiden (Holanda): ‘En Italia, la capacidad de las UCI se gestiona de manera muy distinta (a la holandesa, se entiende). Ellos admiten a personas que nosotros no incluiríamos porque son demasiado viejas. Los ancianos tienen una posición muy diferente en la cultura italiana’. Palabras que perfectamente podría haber pronunciado un oficial médico de las SS a la hora de referirse a los Gemeinschaftsfremde (Extraños a la Comunidad) o a la lebensunwerten lebens (vida sin valor vital).

 

No cabe duda de que estos países han sacado mucho dinero de la Unión Europea. Y de que, hoy por hoy, son lo que son gracias a sus socios europeos. Por eso es absolutamente necesario que los países del Sur se unan y diseñen una agenda diplomática propia, distinta a los de los países del Norte, para hacerles probar de su propia medicina. No es un secreto para nadie que esto puede suponer una fractura que, a la larga, acabe con la Unión Europea, si es incapaz de articular una política de solidaridad conjunta. Retengamos las palabras de alemanes sensatos como el exvicecanciller socialdemócrata Sigmar Gabriel: ‘Deberíamos avergonzar a los egoístas de Europa, porque Italia y España no lo olvidarán. El virus no destruirá Europa, pero nuestro egoísmo puede que sí’.