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El polvorín del PSOE de Andalucía

Susana Díaz Pacheco encarna las múltiples variables del poder excesivo.

 

Todo poder excesivo dura poco, nos advierte Lucio Anneo Séneca. Poder que puede ser excesivo por la enjundia del propio poder o por la capacidad de las meninges de quien ejerce el poder. Un poder pequeño puede ser excesivo si quien lo ostenta carece del bagaje intelectual adecuado para hacerlo razonable. Sobre todo cuando la ambición personal transciende sin límite a los factores que hacen de la política una actividad honorable. Susana Díaz Pacheco encarna las múltiples variables del poder excesivo. Su forma de hacer política, trufada de un populismo castizo y una dialéctica ramplona y ordinaria, basa su eficacia en la intriga, la manipulación y la exigencia de una devotio ibérica hacia ella mediante una red clientelar fundamentada en las dádivas y canonjías,

El encadenamiento de fracasos de Díaz, desde las primarias que tan humillantemente perdió después del chusquero golpe de mano a Ferraz y que ha tenido como secuela la pérdida del gobierno andaluz, supuso el empecinado atrincheramiento de Susana al mermado poder que le quedaba luego de haber sido anatematizada por militantes y electores. Todo declive político bajo un propósito de continuidad se consuma en una descomposición que se acelera en virtud de los intentos de resituarse en posiciones que se combatieron. No hay muestra más palmaria de esa decadencia que Susana Díaz defenestrando a los que fueron sus más  sumisos coéquipiers en el disparatado asalto al poder orgánico federal. La ex presidenta de la Junta de Andalucía siempre fue especialista en cortar la hierba bajos los pies de aquellos que le estorbaban en su ambiciosos propósitos, sin importarle dinamitar al propio partido.

Sin embargo, cuando el poder se estrecha y la influencia se acorta, el ejercicio de la auctoritasse diluye exponencialmente. La falta de un liderazgo sanchista, acelera aún más el caos de esta decadencia por la artificial obstinación de Díaz en mantener un tiempo, el suyo, destinado a pasar. Por todo ello, ahora el alcalde de Sevilla, Juan Espadas, intenta reubicarse fuera de la órbita del susanismo destituyendo a Encarnación Aguilar Silva, delegada de Bienestar Social que pierde todas las competencias que tenía en el núcleo duro del gobierno municipal. Aguilar era la mujer de Susana Díaz en el consistorio, lo cual refleja la intención patente de Espadas de desembarazarse de la tutela de la lideresa del Tardón.

Juan Espadas es el típico político, sin perfil específicamente político, que muchos consideran un técnico sin ser un técnico que llega a la responsabilidades institucionales por descarte, que es la forma menos política de llegar al poder, A pesar de ello, o quizá por ello, la valoración que tiene de sí mismo sobrepasa los parámetros normales de la pedantería, y que tanto afea el Eclesiastés –Espadas es católico de misa de doce todas las fiestas de guardar- lo que le hace vulnerable al considerarse infalible, sobre todo desde el páramo de no tener liderazgo orgánico ni cívico. Por todo ello, Susana Díaz lo consideró el testaferro perfecto. Ahora, como todo converso, aspira a glorias mayores como la candidatura a la presidencia de la Junta de Andalucía.

Mario Jiménez, que asumió un ingrato papel como portavoz de la desdichada gestora federal, aspira a incendiar Huelva, Espadas quiere volar con alas que quizá sean de cera, la decadencia engendra el caos y la indefinición del sanchismo lo fomenta. Y las bases repiten el viejo lamento de Mio Cid:  «Dios, qué buen vasallo si oviesse buen señor».