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El terruño y sus cosas

Nunca he sido identitario, ni nacionalista andaluz, ni nacionalista español, ni  nacionalista europeo.

Conste mi abulia para escribir sobre el tema, hastiado de observar tejemanejes sin cuento por quienes debían de reflexionar para no usar desde el poder los impulsos emotivos del pueblo a golpes de folklore.

La cuestión viene de lejos. Washington Irving, el romántico, mitificó la cultura árabe pero se quedó sin dinero para llegar a Oriente. En su defecto idealizó su proyecto en Andalucía, tomado el mito después por el nacionalismo andaluz y, aunque dicho nacionalismo nunca cuajó, después llegó Ortega y Gasset para, a impulsos filosóficos y persuasión verbal, colocarlo en un pedestal efímero. Don Blas merece reflexiones pausadas y bastantes libros recogen su biografía e ideario. Más tarde el malabarismo del PSOE lo enterró (incluida la ‘A’), para exhumarlo de vez en cuando como estrategia política.

El andalucismo no existe, solo como puritana aspiración a un nacionalismo de tercera división, comparable a un Don Quijote, fantasía o ficción oculta de Cervantes.

Así las cosas, tenemos un himno muy pegadizo en cualquiera de sus versiones pero con una letra sardónica para los pensadores rebeldes de esperanzas marchitas. Aunque no importa: se levantará otro monumento a  los aceituneros y se pondrá un nuevo nombre a cada uno de nuestros altivos tópicos, seguiremos siendo pobres pícaros y persistirá la casta de los mismos. Se sabe: el objetivo confesable de muchos consiste en corear los triunfos, el auge imparable de la cultura andaluza, incluido su leal andalucismo  porque de lo contrario peligra el langostinaje y llevar un sueldo a casa.

El andalucismo no existe, solo como puritana aspiración a un nacionalismo de tercera división, comparable a un Don Quijote, fantasía o ficción oculta de Cervantes. La cultura reside en brotes en el mundo rural donde todavía hay poetas, creadores de sentencias, aunque sean casi analfabetos, personajes anónimos incapaces de pisar el tablao de los escenarios medallísticos. Son los reaccionarios contra la cultura encorsetada.

Pero a esta Andalucía de analfabetismo secular se la envuelve en triunfales escenarios, humo de las desigualdades latentes. Mientras, cualquier pensante no logrará averiguar las esotéricas causas de la permanencia de casi cuarenta años de un PSOE en el poder, caso único a nivel mundial porque libre y voluntariamente los ciudadanos lo votan. Esta persistencia da inevitablemente carismas de orgullo y por ello nada extrañan los gestos altivos de dos prebostes socialistas en los juzgados por el caso de los ERE, recibiendo una amonestación del Juez.

Y si además Canal Sur se traga millones de euros anuales, entonces resulta chocante hablar de un gobierno social.

En Andalucía la educación degenera; no existen suficientes asistentes sociales y muchos  ancianos mueren solos, el gasto sanitario por andaluz es inferior a la media de España y, junto a otras muchas situaciones precarias como las largas listas de espera para una intervención quirúrgica, se destinan sumas enormes al mantenimiento de patronales y sindicatos. Y si además Canal Sur se traga millones de euros anuales, entonces resulta chocante hablar de un gobierno social. La economía andaluza depende del sector público a través de una red espesa de consejerías, ayuntamientos, diputaciones, empresas públicas e instituciones variopintas subvencionadas.

Nunca he sido identitario, ni nacionalista andaluz, ni nacionalista español, ni  nacionalista europeo. Prefiero el cosmopolitismo y la letra de La Internacional. ¿Acaso no es suficiente asumir los derechos humanos y la democracia para sentirse ciudadano? Tal vez el origen de mi deformación e incorrecto politicismo resida en la curiosidad de observar desde mi niñez la inmensidad del Universo y la pequeñez de la Tierra.