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Sánchez y su gran paradoja nacional

Se agranda  la paradoja nacional: los que quieren que se quede, temen que se vaya; y los que queremos que se vaya, nos tememos que se quede.

 

El cuento de Sánchez es proverbial. Su “Carta a la ciudadanía”, del pasado miércoles, ha desbordado los límites del trile más grosero. Haciéndose el indignado y apropiándose de la agenda política nacional en periodo electoral, largó una monserga al pueblo español, quitándose de en medio durante cinco días, amenazándonos con dimitir, victimizándose, echando sobre la oposición la culpa de los males de España y, a la vez, criminalizando a los jueces y periodistas que todavía no controla. Además, al más depurado método peronista, fomentando la movilización de la secta sanchista con una concentración en la calle Ferraz, el sábado, que, pretendidamente masiva y nacional, no pasó de una menuda reunión partidista de no más de 10.000 personas. Fue un ridículo intento de polarización nacional donde volvió a escucharse en Madrid el grito de “No pasarán” ―y vaya si pasaron―, que, en los años 30 del siglo XX, se sustanció en una horrible guerra civil.

En su panfleto a la población, sin dar explicación alguna, y tratando así de despertar el apoyo ciego de la gente para quedarse, obvia que fue propuesto para la investidura por S.M. El Rey, e investido por el congreso de los diputados. Consecuentemente, es ahí donde correspondería, sin amagos indignos de un presidente del Gobierno, presentar su potencial renuncia.

Teniendo lícitamente acreditada su calidad suprema como embustero, resulta imposible conceder a Sánchez credibilidad alguna en su intento de armar un telón de acero que oculte los presuntamente reprobables negocios marroquíes de su esposa, Begoña Gómez, de quien se declara profundamente enamorado. Así, protegiéndole a ella, se autoprotege. Curiosamente, Pere Aragonés, el chiquilicuatre de la Generalidad catalana, se ha manifestado en términos similares con respecto a la suya. A este paso, va a resultar que aquí todos estamos profundamente enamorados de nuestra respectiva mujer, la de plantilla. Cuanto cuentista hay en este país.

En fin, parece que el lunes, el propio Sánchez abrirá su corazón para decir a la ciudadanía qué va a hacer: si se queda o se va. Mientras tanto, se agranda  la paradoja nacional: los que quieren que se quede, temen que se vaya; y los que queremos que se vaya, nos tememos que se quede. España en estado puro.