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La Mudanza

He mudado de casa, eliminando a mucha gente. Ahora desactivar los amores, bloquear las llamadas, caminar por nuevos pasillos, sentarse en sospechosos váteres.

Imagen: Isabel Chiara

 

Si un perro te muerde, no muerdas al perro.

Conserva tu dignidad, no contestes una agresión

Con una agresión.

Cuando ellos te lanzan una piedra, lánzales tú un pan.

Alejandro Jodorowsky

 

 

Constatar la verdad es peor…

Es innegable, cuanto la rutina avanza del grito, de lo obtuso, de la brutalidad genética, la fe se detiene… Llevamos a rajatabla el sentido atávico:

 

“La bondad nunca produce dolor”.

 

Es mentira, está claro, hay mucha amabilidad suelta por allí, mucha gente subida en ese caballo, preguntando a diario, entre selfis, palabras WhatsApp. “Dime ¿Que necesitas? Yo te ayudo, me encargo.Dime día y te ayudo con tu mudanza…Tranquilo, para eso estamos las amigas” Apenas acaba este menú de simulacros, te hablan de madres dependientes, de hijos con actividades vertiginosas. Quedas lelo, blando, seco. ¿Esta mentirosa, cómo se atreve a pavonearse, repetir una bondad claramente falsa? Disfrazarse de samaritana. Lo único que hace es soltar mensajes para asfixiarlos en el venenoso aire de lo imposible. Luego de dos días, cuando cajas, presupuestos y la mierda, te atrapan en pleno verano, cumpliendo un vía crucis inimaginado… Vuelve  oronda y circunspecta repitiendo su mantra: “Dime, ¿Qué necesitas?… ¡Ah, mañana no puedo! Llevo a mi madre al médico, pasado imposible, mis niños tienen piscina, por supuesto el viernes tampoco, voy al matrimonio de una hermana de mi cuñada… El lunes voy a la playa porque me lo merezco, y más, luego de esta desgraciada y ajetreada vida. Cariño, ya sabes, dime ¿Qué necesitas? Estoy aquí para ayudarte como siempre que has pedido ayuda y no pude quedar” Llena de tics, nerviosismo, la muy cínica…

Estoy seguro, en el infierno habrá un círculo para enviar a estas “personajas”. El castigo será seguir mintiéndose, necesitando desesperadamente al menos una pluma, dejada en su vuelo, por la simple verdad. Deseo perversamente se haga realidad el drama con que se escudan, para aparentar y no cumplir su cacareada solidaridad…Ojalá se vuelvan esa madre dependienta, ese padre delirante, esa hermana con síndrome o ese marido fugaz alejado por aquello que ella nunca acierta a entender. Cuelgas el móvil… La vergüenza se apodera de esa parte fría donde la nuca debiera descansar. Reclamas a tu edad y experiencia: ¿Por qué coño tropiezas con tanta gente de mierda?

 

Es necesario, cada vez, reconocernos en la vestidura correspondiente.

 

Contener la rabia producida por equivocarse, atender al parámetro, respirar la maravilla de estar vivo, pero no dejarse engañar. El talento no es contagioso, ni los buenos hábitos. Servir margaritas a los cerdos es realmente una realidad irrefutable.

Uno recapitula, sabe. Ofertarse tiene consecuencias, una cabalidad determinada. Recuerdas tus ayudas, las veces de arrimar el hombro, la impotencia marcada ante la imposibilidad de lograrlo.

Entonces te avergüenza tener ese amigo, justo el día cuando lo vas a necesitar.Busca exóticos pretextos para pelearse, dejándote desolado en la calzada, en medio del desierto de la decepción. Ese supuesto amigo, prepotente. Su marca de fábrica es llamar solamente cuando está jodido.Llama y llama, reclamándote tiempo para el caos de su vida. Retorcido, busca peregrinas razones para desconectarse justo el resto de su vida, o sea, cuando pase tu mudanza…

 

Cuando hayas colgado los cuadros, reapareciendo por el móvil.

 

Contándote machaconamente, entre aspavientos de magnate de medios de comunicación, acerca de su estúpida revista de buceo emitida desde su ordenador lleno de widgets inútiles, guapos como él, ambos huerfanitos de la alegría.Pidiéndote ideas y sobretodo ánimo, mucho ánimo, porque él es un proactivo de cojones y tú: “Un sieso aburrido, amante de la poesía, de la bragueta de ciertos hombres.”

Tratándote como tonto, recalcándote tu equivocación respecto a sus grandes negocios, hechos de humo y pedos de fideúa elaborada con caldo comprado en Aldi. Obviando tu cariño extraño, la certeza y ternura que te despierta. A pesar de reconocer en él a un pobre diablo, desatinado hasta en hacerse así mismo, feliz. El emperador desnudo del cotarro, mientras su pueblo murmura su poca suerte. El malestar constante cuando la estupidez rebasa su gin tonic. Recopilando perturbado, datos e indiscreciones acerca de las tontas caídas en su cama, para “farlarlo” en la barra de ese pub-cantina –gastrobar de pueblo junto al mar…Obviando en su relato la inusitada rapidez de su precipitada huida, antes que la risa deje su marca en un currículo tapizado de un “querer ser y nunca llegar”… 

 

En fin, una mudanza es un terremoto, un incendiado bosque, un tsunami en el mismo día.

 

Logra liberar indiscriminadamente, monstruos supuestamente domesticados. Salen desbocados, sedientos, comiéndose a dentelladas el exiguo equilibrio aparentado…

Queda la familia ¡Es una suerte no haberla escogido! Allí la hecatombe toma forma real. Hermanos mirando a otra parte, escuchando el drama de mudarte, sosteniendo el mando a distancia de su indiferencia, basta un botoncito para expulsarte de su vista y su oído. La familia acaba siendo una sarta de impresentables, prejuiciosos, descontentos, mal follados. Seres aparentemente desinteresados, esperando muertes lucrativas. Falsos, insostenibles y descabellados amores matando secamente a tías solteronas. Perennemente en la antesala de decesos oportunos, escudriñando legalidades para lucrarse y ampliar casas, mandar a sus irregulares hijos a Irlandas de tercera. Subidos al carrusel de una vida recubierta de discursos acerca de la ley de vida, confundidas con la ley debida, o en el más patético de los casos, con la bebida. El infierno no es un camino al paraíso. Ni consuela…Ni tranquiliza.

 

¿Hago algo pataleando, flotando desguarecido dentro este silencio turbio, viendo sonreír a la ventana por la que quiero saltar?

 

Llamo hace días al diablo a la hora de la siesta. En pocas palabras, lo llamo evitando contestación. Odio odiar al odio inoculado. Odio reconocer al ser amado como una invención malsana. Odio al que logran hacer de mí, ciertas actitudes.

Quiero irme, queda claro ¿Para qué cargar esta mochila de recuerdos malos. Este catálogo de seres vacíos, indigestos, ornamentales, corazones baldíos, inútiles de manual?… Calendarios feroces como avispas picando estos días. Esta luz  iluminándome desde la pantalla, conteniendo mis ganas de disparar, antes de llorar…

Me hubiera gustado trascender, vencer al destino. Pero quienes nacen lechones, mueren marranos. Acabas tardíamente comprendiéndolo, al descubrirte al centro de la piara, una tarde cuando te invitan coca cola light, sin azúcar, y por supuesto sin gas, de tanto estar abierta en la nevera, cumpliendo dos semanas . Estoy harto del modo complaciente, aprendido para sufrir menos, aguantar más… Ya no debo, ya no puedo, ya no quiero…

He mudado de casa, eliminando a mucha gente. Ahora desactivar los amores, bloquear las llamadas, caminar por nuevos pasillos, sentarse en sospechosos váteres. Agarrarle el punto a la cocina, ubicar estrellas en el patio, estornudar de otras alergias, concebir con la nada, de un brochazo, una alegría. Cuidar de tejados a tu gato y búhos cimarrones alumbrando anochecidas. Equivocarte a la hora de comprar nuevo pan… Cuidarte de ti mismo, del miedo a repoblar tu vida, con fantasmas arrastrando sábanas sucias…escabrosas.