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Legislaciones

España está bien despachada en legislaciones, mala cosa porque evidencia la existencia de muchos delitos.

 

Una señorita ─mal educada, doy fe─ dejó a su perrazo libre de atadura y derribó a mi nietecito de dos años. Pasaba ¡oh casualidad! un policía local con el cual tuve una distendida conversación sobre lo divino y lo humano. «Caballero, ¿usted cree posible aplicar este tocho de ordenanzas municipales? ¿Sabe para quiénes resulta útil? Se lo diré: para los bufetes de abogados especializados en quitar las multas, de eso viven…».  La confesión duró largo tiempo y al despedirnos le di la absolución».

España está bien despachada en legislaciones, mala cosa porque evidencia la existencia de muchos delitos pero, al tiempo, lo farragoso de tanta norma encorsetada en artículos, apartados y jurisprudencias crea una babélica situación solo asumible para el esotérico gremio de juristas destinados por la mano de los dioses para desvelar los arcanos.

De lo dicho, queda clara mi animadversión al mundo legislativo;  dichoso cuando leo, por ejemplo, a Leon Lederman, Robert Wright o Yuval Noah Harari, lejos de la leguleya temática. Por eso, me caen unos lagrimones de júbilo envidioso ante los ingleses, sin Carta Magna. ¡Solo viven de la soberanía parlamentaria! Tal vez pensaron sus padres patrios en los sarcasmos inherentes a esos textos de anhelos, encuadernados en pieles preciosas y acunados en góticos atriles. Como el cacareado art. 14: «Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna…».

 

Por eso, me caen unos lagrimones de júbilo envidioso ante los ingleses, sin Carta Magna.

 

Dado el talante español ─amante del garrotazo  y de tomar los fuegos del infierno para incendiar  las calles cuando sus argumentos le fallan─, necesitado de siglos para cimentar una vida democrática, hoy necesita una Constitución más osada porque la tímida de 1978 solo permitió salir de un embrollo, aparcando cuestiones como el problema territorial o el relevo de la judicatura. El recurso de las autonomías me parece una esperanza fallida y muy costosa ante el leviatán nacionalista, emparentado con los fascismos y comunismos, llenos de odio hacia las democracias liberales, empeñados  en controlar como sea el pensamiento, la cultura y el control de la información. Tocqueville ─historiador, político, sociólogo y jurista─ tenía un temor a las masas fanatizadas y pedía espíritus formados en la cultura para vivir en democracia. A lo peor un mal día añoremos el haber sido rabiosamente independientes.

La Constitución ya no representa a la nueva sociedad española porque, entre muchos asuntos candentes, la estructura del Estado necesitaría definirse de nuevo a través de un pacto constituyente. No debería constituir un problema el cambiarla pero el temor a la gran gresca hace tiritar de susto al más valiente. Nadie sabe cómo encajar el problemón catalán y el de otras comunidades ansiosas, tal vez, de la llegada de un puzle de repúblicas socialistas con tufos de soviets. Las masas críticas del bombazo siguen a la espera de un detonante.

 

El recurso de las autonomías me parece una esperanza fallida y muy costosa ante el leviatán nacionalista, emparentado con los fascismos y comunismos

 

Quizá algún político reconozca su dejación por no haber formado a la juventud en una cultura democrática, pasivos ante un sectarismo galopante, disipador de vidas corruptas. Con tales mimbres la canasta cruje. Ahora se amplifica la efeméride de los cuarenta años de la Constitución para tapar con siete velos algunas vergüenzas pasadas y recientes.

Mientras, si doña Susana pasa a la oposición ─cuestión en estado gaseoso porque los pretendientes a su trono son tres─, unas miles de personas dependientes de un posible relevo, muchas con espléndidos sueldos, seguirán traumatizadas ante el temible paro.

Todavía mi nieto repudia a los perros: son sus monstruos adquiridos en su virginal subconsciente y su abuelo a la dueña del can por su filogenia abstrusa. Para otros el monstruo es VOX, voz llegada de otro confín para encocorar los altares del feudo. Siempre ronda una tarasca en la vida de todos.