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Llamadme Presidente Juanma

Fui uno de los muchos comentaristas que no daba un duro por el futuro de Moreno Bonilla.

 

He de reconocer que se me ha pasado el arroz. Con 65 años cumplidos y después de más de treinta años dedicado a escribir sobre política andaluza, a estas alturas me siento bastante fuera de juego. Lo compruebo cuando asisto, cada vez menos, a actos públicos que cuentan con la presencia de la nueva hornada de políticos que ahora ocupan puestos de responsabilidad. Hasta hace dos lustros, uno tenía más o menos confianza con los dirigentes de los diversos partidos que conforman el espectro político andaluz. Gente como Manuel Clavero o Soledad Becerril en la UCD, como Javier Arenas, Juan Ignacio Zoido o Teófila Martínez, en el PP; como Manuel Chaves, José Rodríguez de la Borbolla o Gaspar Zarrías, en el PSOE; como Felipe Alcaraz, Luis Carlos Rejón o Diego Valderas, en el PCA, o como Alejandro Rojas Marcos, Luis Uruñuela o Pedro Pacheco, en el casi extinto PA, formaban parte de mi entorno profesional cercano y había una cierta confianza con ellos. Con la llegada de las nuevas formaciones a la política española y andaluza (Ciudadanos, Podemos y Vox) y la nueva hornada de dirigentes, incluída la ya expresidenta Susana Díaz, me he quedado absolutamente fuera de juego. Es ley de vida.

 

Viene todo esto a cuento de que uno ya no juzga a los nuevos políticos por los hechos, sino por puras impresiones e intuiciones propias de la edad, muchas de ellas, falsas. Cuando Juan Manuel Moreno Bonilla sustituyó a Zoido al frente del PP andaluz, a comienzos del mes de marzo de 2014, avalado por Soraya Sáenz de Santamaría, fui uno de los muchos comentaristas que no daba un duro por su futuro. El personaje, nacido en Barcelona y recriado en Málaga y Madrid, era practicamente desconocido en Andalucía. Como le ocurría a Susana, Moreno Bonilla era un joven profesional de la política que, desde su adolescencia, había ocupado diversos puestos en las Nuevas Generaciones del PP y algún importante cargo en el Gobierno de Mariano Rajoy, sin que hubiese demostrado capacidad alguna para poder optar a la Presidencia de la Junta, sobre todo enfrentándose  a la todopoderosa maquinaria socialista que había dominado ininterrumpidament el campo electoral andaluz durante la friolera de casi cuarenta años.

 

Y me equivoqué, vaya si me equivoqué. No porque el candidato popular haya obtenido mejores resultados que sus antecesores, que evidéntemente no ha sido así ya que el PP ha perdido más de setecientos mil votos desde aquella amarga victoria de Javier Arenas en los comicios autonómicos de 2012, pero las nuevas circunstancias políticas, con la fuerte irrupción de Ciudadanos, Podemos y Vox, han provocado todo un terremoto en el sistema bipartidista que se había impuesto desde el principio de la transición democrática. Practicamente con la mitad de votos de los que obtuvo el PP en el 2012 (750.000 frente a 1.567.000), Juan Manuel Moreno Bonilla, ha podido alcanzar una meta impensable con la que la derecha llevaba soñando cuatro décadas y que parecía una especie de mito inalcanzable, una utopía soñada, la Presidencia de la Junta de Andalucía. Para ello ha sido necesario, claro está, que el PSOE andaluz pagara los platos rotos de la errática política soberanista de Pedro Sánchez, que Susana se confiase en su intocable omnipotencia y que los andaluces decidieran que ya estaba bien de soportar un régimen inamovible en el que las corruptelas de los Eres falsos o las tarjetas de los puticlubs, por poner sólo algunos escandalosos ejemplos, eran la comidilla habitual de los cada vez menos y escasos tertulianos críticos.

 

Pero a lo que iba. He de reconocer que Moreno Bonilla (“ahora llamadme presidente Juanma”) me ha sorprendido gratamente tanto en sus discursos de investidura y toma de posesión, como en su actitud personal frente a los perdedores, sobre todo a Susana, reconociéndole sus aciertos y ofreciéndole la colaboración del nuevo Ejecutivo. No sé quien le habrá escrito su intervención en la sesión de investidura o si la ha elaborado personalmente (algo que dudo), pero dejó claro cuáles son la prioridades del nuevo Gobierno que regirá a partir de ahora los destinos de Andalucía, las medidas concretas que se iban a adoptar en los primeros días (la supresión del impuesto de Sucesiones, entre otras) y el levantamiento de alfombras a base de auditorías para poner al descubierto la mugre acumulada durante cuarenta años. Dice el refrán que “del dicho al hecho va un buen trecho” y, efectivamente, Moreno Bonilla tiene por delante un buen trecho que recorrer con la ayuda (¿o las trampas?) de sus socios de Ciudadanos y Vox. Ya veremos si “llamadme presidente Juanma” es capaz de llevar a cabo lo prometido hace sólo una semana en la tribuna de las Cinco Llagas. Habrá que darle, al menos, los cien días de confianza para ver como lo hace. Cien días que se cumplirán cuando estén a punto de celebrarse, el proximo 26 de mayo, las elecciones locales, autonómicas y europeas que van a condicionar, y mucho, dependiendo de los resultados a nivel nacional, el futuro del nuevo Gobierno andaluz. Ya veremos.

 

Lo cierto es que el viernes amaneció en Andalucía con niebla y frío. Los andaluces estrenábamos un nuevo sistema que acababa con cuarenta años ininterrumpidos de socialismo. Algo insólito. Nadie, sin embargo, salió a la calle a manifestarse y a pedir cabezas. Y es que los andaluces, al fin y al cabo, queremos seguir viviendo, trabajando y disfrutando de una tierra cuyo enorme potencial está aún por descubrir. Va siendo hora de que alguien lo ponga en valor no sólo en interés de su propio partido, sino del conjunto de los ciudadanos (y ciudadanas, por supuesto).