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Los nuevos proletarios

Es un hecho bien conocido que el botón de “Cerrar la puerta” en muchos ascensores es un placebo sin utilidad.

Es un hecho bien conocido que el botón de “Cerrar la puerta” en muchos ascensores es un placebo sin utilidad, dispuesto en el lugar sólo para darle a los individuos la impresión de que participan de algún modo, contribuyendo a la rapidez en el uso del ascensor, ya que cuando apretamos ese botón, la puerta se cierra exactamente al mismo tiempo que cuando apretamos el botón que indica el piso sin “apurar” el proceso por el hecho de utilizar también el botón de “cierre la puerta”.

Este caso extremo de falsa participación es una apropiada metáfora de la participación de los individuos en nuestro proceso político de “postransición.” La crisis de representatividad que vive nuestro país como epifenómeno de una quiebra general del régimen político ha supuesto dejar en carne viva los déficits democráticos del sistema. La constricción de derechos y libertades por una legislación restrictiva y ambigua en su aplicación, con grave riesgo de elementos sustanciales en la cualidad democrática del Estado, como la libertad de expresión o manifestación, ha criminalizado el malestar y la protesta ciudadana dejando en puro atrezo la centralidad soberana de la ciudadanía.

Trabajadores, jóvenes, mujeres, jubilados, toman conciencia de su depauperación económica de un régimen que los empuja a la precariedad y la exclusión.

La introducción de procesos rupturistas como el catalán ha devenido en la bunkerización del sistema, aflorando con toda su crudeza la inautenticidad democrática que conforma la arquitectura institucional del régimen. El bipartidismo, la derogación de facto de auténticas alternativas, el rechazo por parte de la izquierda a las propuestas de cambio y transformación de la sociedad, la negación del conflicto social como elemento sustantivo del posicionamiento ideológico de la izquierda, el abandono por las fuerzas de progreso de su tradicional sujeto histórico, la destrucción del mundo del trabajo, fueron compensadas por una vindicación identitaria de reconocimiento fragmentada en grupos sociales que no inquietaban a las minorías económicas y estamentales para cuyos intereses opera el sistema político. Sin embargo, la magnitud de la desigualdad generada por el régimen político ha propiciado que las mayorías sociales fragmentadas en grupos identitarios converjan en su propia proletarización: trabajadores, jóvenes, mujeres, jubilados, toman conciencia de su depauperación económica de un régimen que los empuja a la precariedad y la exclusión.

Son voces que en esta vertiente de renovado conflicto social no tienen cabida dentro del aparataje institucional del régimen del 78. Ante ello, la izquierda dinástica o de Estado, como se define, es incapaz de acoger puesto que se ha convertido en parte de la oligarquía ampliada que constituye el statu quo​ político, que concibe que el poder se difunde de arriba abajo y no dimana de las mayorías sociales en esta democracia limitada. La Transición se definió por el consenso, no por el compromiso histórico, que en el fondo no era sino una uniformidad ideológica y política que representaba la imposibilidad de alternativas reales. El atrincheramiento del sistema reprimiendo el malestar de la ciudadanía es un elemento perverso más hacia un definitivo colapso del régimen político.