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Los siempre presentes teatros

«Pablo, no sueltes la Constitución, es el libro más social y revolucionario existente».

 

No abundan las salas de teatro, desgraciada evidencia por impedir asimilar aún más la condición humana. Pero contamos con un sucedáneo en la política, especialmente durante los debates. Uno de los actores más consumados es don Pablo Iglesias Turrión. Cuando aparece con los antebrazos al aire, me recuerda a los magos profesionales, sin mangas donde ocultar los trucos. En la última confrontación apareció con moderación paternal, repartiendo consejos a sus rivales, avergonzado ante el electorado por el espectáculo de corral vecinal.

No sé, tal vez el chalet en una exquisita urbanización, el ser un modélico padre de familia, poseer una protección permanente… sean factores para amansar fieras. Desde su llegada a Galapagar reina la tranquilidad gracias a una guarnición de la Guardia Civil, poseedora, por fin, de una casetita para hacer sus perentorias necesidades fisiológicas. Siempre hubo y habrá categorías.

Viene bien desconcertar, sutil manera de contentar a muchos: hoy a bordo de un deslumbrante cochazo negro de ejecutivo de una eléctrica o mañana viajando en un modesto taxi. Ayer, don Pablo actuó como educador, demostrando poseer sobradas tablas, alumno distinguido de don Julio Anguita por seguir su consejo: «Pablo, no sueltes la Constitución, es el libro más social y revolucionario existente». Algo así como el Evangelio para la Iglesia: la más contundente revolución transformadora.

 

He disfrutado con los debates, en absoluto por acabar con mis indecisiones, partido al cual pertenezco desde hace tiempo por el suspense implícito o, acaso, por lo colmado de mi vaso receptor con propuestas increíbles.

 

Don Pedro Sánchez apareció como la encarnación de la institución presidencial, fundador de un nuevo partido: el sanchismo, personificando al hombre nuevo, repartidor de felicidades para lograr otra realidad superior. El hombre viejo, los gastados correligionarios son próximos cadáveres a la espera de un epitafio en sus tumbas políticas. «Aquí yace un iluminado de su tiempo y un pelma contemporáneo».

El manojo de nervios de Albert, de profesión interrumpir al oponente, quizá más convulso por no asentarse del todo con Malú, necesita dosis de tranquilidad y un banco para esperar los inciertos resultados. Don Pablo Casado, el regeneracionista predicador de la conversión, necesitaría otros desiertos porque los suyos le dejaron un yermo sin agua ni perrito ladrador. Cualquier patriota deja de serlo cuando los dólares hacen sonar sus atractivos roces y en el PP hubo demasiados.

De fundar algún día una de las señoras de la limpieza de TVE un partido quizá me afilie a él. Entre la sorpresa y la conmoción me froté los ojos: un repentino picor incrédulo denunciaba la otra cara de la vida. Revuelta con su mopa entre la casta denunciaba sin palabras el falso esplendor del sucio suelo sobre el cual los divos iban a predicar las excelencias de las mentiras.

¿Un vencedor? La objetividad obliga: don Pablo Iglesias Turrión, el más animal político de todos.