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Otra vez Gibraltar

Pedro Pitarch
Pedro Pitarch

Según muchos juristas, la posesión no es, por sí misma, un derecho sino un hecho con efectos jurídicos. Una idea quizás un poco ambigua, pero que significa que alguien tiene algo en su poder. Por ello, en la rapaz lógica colonial británica, la posesión cubre el mayor porcentaje del derecho. Por otro lado, la estadística muestra que el verano es la estación más proclive a los incidentes invariablemente originados por el Reino Unido y Gibraltar. Quizás por eso haya tenido que suceder el del submarino nuclear británico HMS Ambush. Según se ha dicho, porque el tema no está claro, ese submarino colisionó, el pasado miércoles 20 de julio, con un mercante (sin identificar todavía) al emerger en, seguramente, el mar territorial español en la zona del Estrecho. Me temo que lo del HMS Ambush es otro “fait accompli”. Una nueva prueba de la vocación británica de hacer y poseer lo que a Londres le venga en gana y, en este caso, una nueva y flagrante violación de la soberanía española.

El HMS Ambush, cualquiera que fuera lo que estuviera haciendo, no utilizaba los sonares activos que inmediatamente hubieran delatado su posición. Con ello, se incremente la sospecha de que su actividad no fuera muy inocente. 

Pasados ya tres días desde el suceso, las informaciones sobre él son poco informativas. No obstante, de lo que se conoce, más lo que uno también sabe, se pueden hacer algunas observaciones y alcanzar conclusiones. El fenómeno de la refracción en la navegación submarina dificulta la apreciación exacta de distancias, a lo que habría que añadir que el HMS Ambush, cualquiera que fuera lo que estuviera haciendo, no utilizaba los sonares activos que inmediatamente hubieran delatado su posición. Con ello, se incremente la sospecha de que su actividad no fuera muy inocente. Por otra parte, en el Estrecho, donde las corrientes son muy fuertes y el tráfico marítimo muy intenso, subir hasta cota periscópica tiene fuertes riesgos. En resumen, hubo seguramente una evaluación equivocada tanto en distancia como en posición. Imperdonables errores en todo un sistema de armas tan perfeccionado como es un submarino nuclear. El Ambush está hoy en la base naval británica de Gibraltar. Sería de esperar que su comandante estuviera ahora de conserje en Northwood. En definitiva, para intentar justificar ante los ignorantes lo que es difícilmente justificable, el argumento de que el submarino nuclear británico estaba de “maniobras” no cuela. Su obligación en aquellas aguas andaluzas era navegar en superficie en modo “paso inocente”.

En otras palabras, el HMS Ambush, atracado en Gibraltar, aunque tenga averías confesables y me temo que también inconfesables, no deja de ser una forma de enseñar la bandera británica.

Estamos ante otro caso que liga lo nuclear a Gibraltar. Con la flema que caracteriza a la pérfida Albión cuando trata los problemas de los demás, los británicos se pasan por el arco del triunfo las reclamaciones españolas sobre el estatus y las actividades gibraltareñas. Al fin y al cabo, el Peñón es una privilegiada base avanzada en la boca del Mediterráneo para, entre otros, el aprovisionamiento, mantenimiento y descanso de tripulaciones de la flota británica. Y cada buque, especialmente los submarinos nucleares, que por allí pasan son una forma de pregonar y hacer valer la posesión británica de la colonia. Tiene su guasa cuando España rechaza, en sus espacios de soberanía, el establecimiento o pasaje de armas basadas en lo nuclear. En otras palabras, el HMS Ambush, atracado en Gibraltar, aunque tenga averías confesables y me temo que también inconfesables, no deja de ser una forma de enseñar la bandera británica. Algo que, por cierto, no se compadece con la complaciente actitud del ministro de defensa español en funciones, don Pedro Morenés, filtrando unas supuestas disculpas a él presentadas por su homólogo británico, Michael Fallon, con quien coincidía en una conferencia internacional en Washington. Una forma de echar balones fuera y de empezar a aflojarse el cinturón para una nueva bajada de pantalones, desairada actividad en la que don Pedro tiene acreditada una frecuente y superior maestría. Porque la posesión, como decía al principio, no engendra por sí misma un derecho.