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Psicopatías urbanísticas

Un ejemplo es Oviedo, ciudad perteneciente al reino del buen gusto urbanístico.

En mi colección de psicopatías se encuentra la observación urbanística, educada la mirada hacia los elementos arquitectónicos, tanto los estéticos como los desafortunados, Una mayoría de ciudadanos miran hacia abajo, bien para no pisar peligros orgánicos, saludar a los conocidos o para el saciado de sus curiosidades escaparatistas. 

A veces descubro con deleite un bello edificio, mandándole una felicitación telepática al autor o autores del diseño. Existen fachadas maravillosas, cierres y balconadas forjadas por artesanos irrepetibles. Estas visiones constituyen una oxigenación mental, verdadera higiene para soportar muchos abandonos de ayuntamientos indolentes o, quizá, enredados sus ediles en entramados leguleyos. Si hubiese una mayor sensibilidad al respecto parte de la crispación reinante quedaría amortiguada. 

 

Un ejemplo es Oviedo, ciudad perteneciente al reino del buen gusto urbanístico. Pasear por sus calles céntricas constituye un placer exquisito, sin un minúsculo papel, hasta las papeleras están impolutas, objetos en nada disonantes para adornar un palacio versallesco. Todo lo cual no palia el  contraste con sus barriadas periféricas, claro. 

 

En el opuesto ─comprendo mi exagerada comparación─  como si de un mundo perdido ocurriese, pondría alguna ciudad típica marroquí porque, aparte de sus laberínticos trazados, tienen marañas de cables formando trenzados, bucles, caídas sin retorno, aparatosos aisladores de cristal de los tiempos de Tesla… A veces he tenido la impresión de poseer el cableado una vida propia, tal lianas de las selvas tropicales. No creo existan planos capaces de soportar la dirección de los electrones, a quiénes suministran, cuáles sirven… Espectáculo del caos, milagro para el turismo tecnológico, paradigma o símbolo de intrincadas mentalidades.

Hace muchos años, un amigo, emigrante en Bélgica me dijo: «Allí no verás un cable: todos van ocultos». Pues según lo por mí observado en nuestras latitudes, sin llegar al anarquismo descrito, tenemos lugares casi semejantes, más con la llegada de las fibras ópticas, dada la imposibilidad de doblarlas en ángulos rectos. Los instaladores, explotados en subconjuntos de contratas por las multinacionales llegan con prisas y tiran las negras lianas en vertical como los pescadores de truchas sus anzuelos y…¡ahí queda eso! Nuevos adefesios tachonan como si de un mal trabajo escolar provocase la ira del maestro. Además, oscuro está, la sarta de pintadas inextricables para satisfacción patológica de los vándalos de la noche.

  

He visto iglesias románicas tatuadas con las dichosas marañas de cables, negras heridas sangrantes, indolentes los implicados en, al menos, disimularlas con una pintura afín con el color envejecido de la piedra. Es la nula estima por la belleza, por los detalles, nada parecido al adorno facilón y disipador de las esencias. 

 

Total, unos arquitectos diseñando durante largo tiempo unas fachadas con proporciones, simetrías, espacios y conjunción con el entorno, para verlas surcadas por unos mazacotes sin orden ni el menor concierto. Eso sí: con la impunidad de las multinacionales, sin un departamento evaluativo del trabajo realizado. Cuando el objetivo consiste en ganar y el público calla, poco importan sensiblerías.