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Nueva etapa de incertidumbre

Don Mariano ha estado muy falto de reflejos.

Se hace camino al andar, decía el poeta. A los 40 años de vida de la Constitución, continúan revelándose nuevas posibilidades de nuestro ordenamiento jurídico-político. La toma de posesión de un nuevo gobierno en Cataluña ha extinguido la aplicación allí del 155, y ya nadie puede ignorar lo que ese artículo constitucional significa.  Asimismo, la moción  de censura a don Mariano Rajoy, que ha sacado a éste de la Moncloa en un pispás ―“Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris”―, ha sido la primera vez que tal mecanismo ha derribado un gobierno, e investido a un Presidente que no es diputado. Qué curioso que todo eso se haya simultaneado.

 

Don Mariano ha estado muy falto de reflejos. El escenario de su defenestración era posible y, por tanto, debería tenerlo previsto. Porque un presidente del Gobierno ―me susurra un prominente pajarito andaluz―, siempre tiene que tener un dedo sobre la tecla de la convocatoria de elecciones, y otro sobre la de su dimisión para dar paso a un compañero.

 

Quizás el temor a un encumbramiento de Ciudadanos en unas elecciones sobrevenidas junto con el cachazudo carácter del líder de la derecha española paralizaron a éste, en un momento en el que la cintura y la rapidez de movimientos eran esenciales. Tal vez pensaría que los vascos del PNV, con quienes acababa de aliarse para aprobar los Presupuestos ―tras exprimirnos a todos―, no le abandonarían inmediatamente. Pienso que, en todo caso, Rajoy debería ahora afanarse en la regeneración de su partido y la formación de un nuevo liderazgo, que más adelante pudiera afrontar con perspectivas de éxito las contiendas electorales en el horizonte.

Hay valoraciones para todos los gustos sobre formas, fondos, personas y alianzas, por no hablar de las quinielas, sobre el nuevo Gobierno que está al caer (dicho sea sin segundas intenciones). Pero nadie puede poner razonablemente en cuestión que esa fulgurante operación de cambio de Gobierno  ha sido un gran éxito desde el punto de vista institucional. No solo por la rapidez con la que se ha producido (una semana), sino también por la precisión con la que han trabajado todos los engranajes en juego. Deberíamos felicitarnos por ello, con independencia de que cada uno pueda tener su particular análisis de la nueva situación política, en la que ha quedado el país.

 

El nuevo escenario político está dominado por la incertidumbre.

 

En una nueva etapa, el partido que sustenta al Gobierno, el PSOE, no solo está en minoría en el congreso de los diputados (85 diputados de 350), sino que también lo está en el seno de la propia “coalición” que le invistió como presidente (85 diputados de 180). Sin olvidar que el PP tiene mayoría absoluta en el Senado. Asimismo, y como la “coalición” que votó afirmativamente la censura a Rajoy reúne fuerzas políticas que no pueden ser más dispares, tanto en ideología como en objetivos, la iniciativa legislativa del Gobierno va a ser poco exitosa. Aunque Sánchez ―que se sepa― no está obligado ni con los nacionalistas ni con los podemitas. Las concesiones que a ésos pueda hacer serán, por tanto, de su exclusiva responsabilidad. El nuevo Gobierno bien podría ser de mera gestión, mientras el partido tratase de recuperarse electoralmente desde el poder.

 

Poco puede aventurarse como probable. Nada como cierto. Por no haber, no hubo ni programa de Gobierno del candidato a presidirlo, más allá de intentar llegar a la Moncloa.

 

Y nada de lo dicho hasta ahora por Sánchez apunta a una próxima convocatoria de elecciones generales, que diera voz a los electores. Pero intentar gobernar España apoyándose en los que quieren destruirla es como querer cuadrar el círculo. La base de partida es formar un Gobierno monocolor que podría estirar los Presupuestos hasta 2020 (aunque sean originalmente  del PP). Asimismo, es muy improbable que a Sánchez le “madruguen”, como él ha hecho a Rajoy, con una moción de censura. En definitiva, de entrada y a pesar de la incertidumbre, el gobierno de Sánchez no va a ser fuerte, pero tampoco débil.

La afirmación del candidato Sánchez  asegurando que el Gobierno que él presidiera «hará del diálogo su forma de hacer política, con todas y cada una de las fuerzas parlamentarias, y con todos y cada uno de los Gobiernos autonómicos», es preocupante. Va a ser una de las piedras de toque fundamentales del nuevo Gobierno. Parece responder a la interesada y saducea, petición de “diálogo” de los independentistas catalanes, que buscan implementar su quimérica secesión, tratando de hablar solo sobre los detalles de la ruptura de España. Es de esperar que Sánchez tenga claro que no hay lugar a la independencia de Cataluña ni por las buenas ni mucho menos por las malas. En último extremo, si no fuera así, alguien tendría que aclarárselo. Amén,