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Siempre es 28-D

Recuerdo que al poco tiempo de haber entrado como alumno en prácticas en el ABC de Sevilla, a finales de los años 70 y principios de los 80 del pasado siglo, cuando aún lo dirigía Nicolás Salas y Antonio Burgos era el subdirector, a alguno de los jefes se le ocurrió la genial idea de crear una mini sección diaria que se titulaba “Siempre es 28-D”. En ella, se daban noticias estrambóticas y asombrosas que, aunque fuesen verdad, parecían bromas de mal gusto más propias del Día de los Inocentes. Aquello no duró mucho quizás porque los tiempos políticos no estaban para demasiadas bromas y muchos dirigentes no asimilaban bien todavía lo que consideraban excesos de la libertad de expresión. Hoy, sin embargo, esa sección tendría que ocupar, no media columna como la que tenía entonces, sino una página entera.

 

Habría que habilitar medio periódico para darle cabida a tanto despropósito diario de nuestros políticos actuales.

 

Bastaría sólo con hacerse eco de las declaraciones habituales de los dirigentes separatistas catalanes o de los poíticos de Podemos para tener temas con los que rellenar, al menos, una docena de noticias reales que parecen verdaderas inocentadas. Ejemplos los hay a cientos.Desde  lo de retirar la espada de San Fernando del escudo de Sevilla, a lo de las reinas republicanas o los fantoches postmodernos en las cabalgatas de los Reyes Magos, pasando por lo del solsticio de invierno en lugar de la Navidad, lo de los belenes laicos de Carmena o Colau, lo de los abetos en llamas, lo de gobernar Cataluña vía plasma desde Bruselas, lo de la Republica Independiente de mi casa, lo de Tabarnia, lo de recurrir el artículo 155 de la Constitución por considerarlo anticonstitucional, cualquiera de las frases que suele soltar el “intelectual” de Rufián o lo de…vamos que habría que habilitar medio periódico para darle cabida a tanto despropósito diario de nuestros políticos actuales.

 

Voy a dejar de lado el asunto de la espada de San Fernando considerada por los concejales hispalenses como un símbolo violento con los mismos argumentos peregrinos que aludió Marcelino Iglesias cuando quiso quitar las cuatro cabezas de los moros que jalonaban la Cruz del Alcoraz en el tercer cuartel del escudo de Aragón porque podría ofender a la comunidad islámica. No merece la pena ni dedicarle una palabra a tamaño despropósito. Aunque sea otra especie de inocentada, prefiero escribir sobre lo de Tabarnia que inunda en estos momentos las redes sociales como si fuese un hashtag propio de los secesionistas catalanes, a los que, por cierto, esta rebelión anti DIU de las zonas ricas de Tarragona y Barcelona les ha cogido con el pie cambiado. Con lo de Tabarnia, han probado la misma asquerosa medicina mediática que ellos mismos nos han estado dando al resto de los españoles durante el último año. Quid pro quo.

 

Con lo de Tabarnia, han probado la misma asquerosa medicina mediática que ellos mismos nos han estado dando al resto de los españoles durante el último año. Quid pro quo.

 

Porque iniciativas de este tipo, por más que contenten a todos los que no estamos de acuerdo con la independencia de Cataluña por poner de manifiesto los ladinos argumentos que ellos mismos han venido utilizando hasta la saciedad y sean un éxito en internet, tienen el peligro implícito de destapar la Caja de Pandora de un cantonalismo decimonónico que ya tuvo su éxito en 1873 con rebeliones en Valencia, Murcia, Salamanca, Ávila o Extremadura, siendo la más conocida la del Cantón de Cartagena, y que volvió a repetirse en la zona republicana durante la Guerra Civil.

 

Aquí ya se sabe que a las primeras de cambio cada cual tira de su tierra y surgen como setas en otoño nacionalismos de andar por casa que ponen en jaque la convivencia pacífica de un país con más de cinco siglos de historia en común. De seguir por este camino, la espita abierta por Cataluña puede llevaros a la Triana república independiente o al mismísimo eslógan de Ikea, ta saben, ese famoso de “viva la república independiente de mi casa”. La frase que se le atribuye a Otto von Bisrmack “Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva sigls queriendo destruirse a sí misma y todavía no lo ha conseguido”, pone de manifiesto hasta dónde somos capaces de llegar los españoles cuando se nos mete algo entre ceja y ceja.

P.D.-No quiero acabar este artículo sin aludir a un libro que acaban de regalarme, que comentaré otro día y que le aconsejo a mis lectores. Se trata de un ensayo de menos de cien páginas del premio Cervantes, Eduardo Mendoza, el escritor que mejor ha sabido retratar la sociedad barcelonesa y la burguesía que dio alas al actual nacionalismo, Su título “Qué está pasando en Cataluña”, editado por Seix Barral. En él, Mendoza pone al descubierto muchas de las claves y las mentiras de los independentistas, sus complejos y sus miedos frente a España. Vale la pena leerlo para aclarar dudas y poner luz sobre un conflicto que está poniendo en peligro la convivencia entre catalanes y fomentado un odio que se debería de racionalizar si queremos buscar soluciones no traumáticas a un problema que llevamos demasiados años sufriendo.