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Siempre con los verdugos, nunca con las víctimas

Hablo de la sensibilidad hacia las víctimas. Más bien de la carencia de ella.

Es el pensamiento que habrá atravesado el cerebro de muchos españoles tras el debate parlamentario sobre la Prisión Permanente Revisable. Un debate bronco y politizado a más no poder. Habrá quien considere que no podía ser de otra manera. Sólo supondrá una prueba más de hasta qué punto hemos permitido que la demagogia sustituya a los argumentos y a la consideración social principal a la hora de tejer decisiones sobre cuestiones que son de máxima importancia. Lo cierto es que se han cargado a un crío de Almería y que las familias de las víctimas han sido arropadas multitudinariamente en Huelva. No hablo de la Prisión Permanente Revisable. Se trata de un debate demasiado complejo como para despacharlo rápidamente y sin más, sin un análisis jurídico-criminológico necesario para poder tomar una postura con sentido lejos del populismo punitivo que parece abrirse paso a nivel galopante en los márgenes castigados de la sociedad española.

Ante un atentado o una muerte mediática, sus simpatías y su apoyo siempre van dirigidos al verdugo, a exculparlo y a procurar entenderle, ponerse en su lugar, paso previo a relativizar a las víctimas.

Hablo de la sensibilidad hacia las víctimas. Más bien de la carencia de ella. Ahí han errado de forma imperecedera el PNV, PODEMOS y, sobretodo, el PSOE, como digo, no tanto por la postura que legítimamente al respecto se puede y se debe tener, sino por el talante, la nula sensibilidad hacia los asesinados y sus familias. Algo inserto en la “espiritualidad” de estas formaciones, que han distorsionado hasta tal punto el espectro progresista de la sociedad en el que muchos nos sentimos identificados hasta convertirlo en una aberración mayúscula que lo hace sinónimo de apoyo a quienes hacen daño y no a quienes lo sufren.

Ante un atentado o una muerte mediática, sus simpatías y su apoyo siempre van dirigidos al verdugo, a exculparlo y a procurar entenderle, ponerse en su lugar, paso previo a relativizar a las víctimas y tratar, en determinados y bochornosos casos, de avergonzarlas, dando a entender que es posible que se lo merecieran. Ahí está para la memoria imborrable la complacencia de espectro político progre (recuérdese, algo tan anti-progresista como el conservadurismo reaccionario) con al terrorismo de ETA primero y yihadista ahora. Cuando la responsabilidad y la ética, no como políticos, sino como seres humanos, impone la solidaridad y el apoyo sin fricción que valga a las víctimas, estas se ven obligadas a soportar una y otra vez la bofetada de cinismo que estos partidos sin pudor alguno propinan.

El Partido Popular y Ciudadanos han visto en la tragedia de la muerte de Gabriel la oportunidad para impulsar sus respectivos proyectos y ampliar su capital social.

Algo peligroso por cuanto implica desequilibrar la balanza hacia quienes están dispuestos a aprovechar la indignación social y el sufrimiento de las familias para sacar votos. No en vano, el Partido Popular y Ciudadanos han visto en la tragedia de la muerte de Gabriel la oportunidad para impulsar sus respectivos proyectos y ampliar su capital social, una actitud tan deleznable como la que el PSOE y PODEMOS tuvieron en el Parlamento, ante el rostro incrédulo de los sufridos familiares de quienes ahora están abrigados por la tierra. No es la primera vez. El PP puso su maquinaria propagandística a trabajar tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco para colocarse a la vez como víctima y cruzado número uno de y contra el terrorismo etarra.

Y lo propio hizo el PSOE tras los atentados del 11-M que hace bien poco recordábamos, con la idea de ampliar la cartera electoral in extremis en las Elecciones Generales del año 2004. Ahora lo hacen de nuevo. Da igual el color político. Pero a pesar de ello, la sociedad española, cada día más harta de su clase política, más atenta a sus cálculos electorales que a lo que esa misma sociedad le está demandando a gritos, difícilmente va a perdonar a unos partidos que impávidos a estas demandas, se lanzan de cabeza siempre proteger las espaldas del delincuente bajo un falso humanitarismo que en el fondo sólo encierra crueldad, odio, malicia y ausencia total de moral.

Sólo hay espacio para un mensaje claro: el cambio político siempre está con las víctimas.

Si un partido político no es capaz de entroncar con las demandas de las personas que nutren sus bases está muerto. Y más aún si decide sacrificar estas bases por ideales de cristal, aparentemente elegantes e insignes, pero frágiles y fácilmente destruibles. Es lo que les está ocurriendo a aquellos que sólo tienen como norte enarbolar la bandera del liderazgo en el cambio político sin preocuparse siquiera por en qué debe consistir este, tan sólo de ser los máximos defensores de unos contornos ideológicos que sus gurús mediáticos se han encargado de elevar al nivel de dogmas en los que uno debe militar si no quiere ser insultado o sometido al ostracismo. Lo irónico de todo esto es que esta postura insensata está dando lugar a que quienes sólo se miran en el ombligo y están cegados pensando que sus posturas son progresistas de verdad estén siendo apartados de la credibilidad social y que, con ello, sólo estén beneficiando a los conservadores del PP y a los oportunistas de Ciudadanos, negados a dar cualquier paso hacia el cambio de sistema político que imperiosamente se requiere en pos del mero maquillaje concienzudamente cocinado para estómagos demandantes de autoengaño subvencionado. Mejor opción que votar a los bobócratas del PSOE o a los bolcheviques de Unidos Podemos, pensarán algunos.

Sólo hay espacio para un mensaje claro: el cambio político siempre está con las víctimas. Las quiere, las entiende y se deja la piel por ellas. Nunca con los asesinos, jamás con quienes violan, discriminan o delinquen. Quien no entienda esto no tiene futuro en política.