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15M

Ilusionaba ver que aquello era un movimiento trasversal, como se dice ahora, en el que había gente que pensaba de mil formas diferentes.

 

La verdad es que estos días tengo poco tiempo de ver la televisión, pues ando enfrascado en los folios del sumario de la Operación Poniente, que ya enfila su recta final.

 

Sin embargo, como los 10 minutos del café mañanero sí los acompaño con algún informativo, ha sido imposible no enterarme de que se conmemora por estos días la efeméride del 15M en su 10º aniversario, y de que casi todas las cadenas vienen anunciando programas de análisis sobre qué pasó con aquello.

 

Como digo, tengo poco tiempo libre hasta que no acabe el caso que antes mencionaba, por lo que selecciono muy bien en que lo invierto y, sinceramente, escuchar lo que tengan que decir sobre el 15M todos esos tertulianos profesionales -que igual opinan del COVID (por cierto, qué alegría que la vacunación avance y se adivine en el horizonte una cierta vuelta a la normalidad), que de la Constitución de 1978, que sobre los diferentes tipos de modelos energéticos o de cualquier tema que les echen, hablando ex catedra en cualquier circunstancia- no entra entre mis prioridades.

 

No me considero experto en nada, y menos en temas de política y sociología, pero como todo el mundo, tengo un culo, y también una opinión, y, para mi, aquellos días de 2011 fueron tremendamente ilusionantes, porque en ellos vi que la gente empezaba a despertar, a “destetarse” de los partidos políticos, y a pensar en lo que querían ser, más allá de las consignas tradicionales de los partidos (más en negativo siempre, contra el enemigo, que en positivo, sobre qué solución se propone).

 

Y me ilusionaba ver que aquello era un movimiento trasversal, como se dice ahora, en el que había gente que pensaba de mil formas diferentes. “No somos de izquierdas, ni de derechas; somos los de abajo y vamos a por los de arriba” decía una de las pancartas que más me llamó la atención.

 

Pero había algo común: todos eran ciudadanos de a pie tomando conciencia de que el poder es del pueblo, y gritando que nadie se lo iba a quitar. Todos estaban de acuerdo en que sobraban muchos políticos (en general, que siempre hubo justos en Sodoma). O, mejor dicho, la forma en que, hasta entonces, se había venido haciendo la política en este país.

 

Y todos veían, como parte importante de la solución a la situación, el acabar con todos los privilegios de que goza una oligarquía (de todos los colores, pues cada partido, cada ideología, cada sector, tiene su aristocracia) que no deberían existir en una Democracia.

 

Viendo cómo se entendía la gente de a pie, que no pensaban igual, pero dialogaban, y buscaban soluciones para crear una sociedad en la que nadie sobrase y a todos se les escuchase, por lo menos, muchos fuimos felices pensando que aquello llegaría a buen puerto, y que creceríamos como Sociedad.

 

Porque aquellos días eran días de construir con el adversario, no de destruir al adversario. Nos dimos cuenta de que los que habíamos votado para que luchasen por nosotros, nos ponían a nosotros a luchar los unos contra los otros. Y que nada grande se ha hecho luchando con tus conciudadanos, sino arrimando el hombro con ellos y buscando lo que nos une, para crecer en ello.

 

El 15M no fue sólo Sol. Muchos, que estábamos en la periferia, lo vivimos con gran intensidad el ilusión, e hicimos nuestra Puerta del Sol en nuestras cafeterías, en las barras de los bares, en nuestras redes sociales, en nuestras casas… Arreglando el mundo en cualquier rincón, con cualquier ocasión, con un café de por medio, con unas cañas o compartiendo una botella de vino.

 

Y soñamos. Soñamos fuerte. “Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir”, decía otra de las pancartas que más me emocionó.

 

Y llegaron los políticos. Y se acabó el 15M.

¿Qué pasó con el 15M? Yo se lo diré. Bueno, les diré mi opinión. El 15M murió en el mismo momento en que alguien intentó apropiárselo. Fueron numerosos los intentos aquellos días, de políticos de los de siempre, que fueron rechazados. No supieron entenderlo, y así asistimos al bochornoso espectáculo de unos apareciendo por allí a intentar marcar territorio, y otros diciendo que los acampados eran unos cafres.

 

El 15M era bello, muy bello. Demasiado para pertenecer a nadie. O, precisamente, por no pertenecer a nadie.

El 15M era hacer las cosas de forma distinta y no caer en los mismos errores.

El 15M entró en la UCI cuando alguien intentó apropiárselo para hacer política del mismo modo en que se había hecho hasta entonces.

Murió cuando intentaron encauzarlo a través de partidos con una férreas estructuras cesaristas, que entraron al juego del “divide y vencerás” y la confrontación.

Y lo enterramos cuando nos dejamos caer en el juego de eso que ahora se llama la polarización.

 

Para mi, el 15M será siempre escuchar a todos y aprender a sacar lo bueno hasta del más equivocado; el respeto por todos, piensen lo que piensen; y la búsqueda de puntos comunes para construir sobre ellos.

Y ese sueño, se acabó. Ganaron los de siempre.