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Algoritmo imposible

La mala noticia ―me temo―, es que el algoritmo catalán sea imposible. Que no exista.

 

Por gentileza de don Pedro Sánchez, el pasado jueves, nos dimos un engorroso baño de pasado, con la exhumación y reinhumación de los restos de Franco. Operaciones que nada aportaron a la solución de los males que hoy aquejan a España. Ahora, es obligado retornar al siempre fugaz presente y, sobre todo, mirar hacia el futuro donde el problema de mayor calado es el de España en Cataluña. Sempiterno fenómeno recientemente trufado con una semana negra prorrogable que, con la excusa de la “sentencia del procés”, se montaron los separatistas catalanes, para, mediante la violencia, intentar obligar al Estado a negociar lo innegociable.

Más allá de sus peleas internas por el liderazgo, los secesionistas se manifiestan férreamente unidos en el objetivo de la independencia de Cataluña. O, lo que es lo mismo, de la destrucción de la Nación española. Un dogma que, al no fundamentarse sobre un razonamiento solvente, es inmune incluso al racionamiento más cartesiano. Y así, por dejación de la democracia perpleja que sufrimos, aquéllos controlan hasta el último recoveco de la administración autonómica y los organismos públicos o educativos catalanes. Con ello monopolizan el poder institucional y dominan la calle en Cataluña.

Y, frente a esa violencia, estamos los que, ni por las buenas ni mucho menos por las malas aceptaríamos la secesión. Y encima tenemos que lidiar a los más despreciables: tibios, “buenistas” y populistas que, buscan una “solución” a cualquier precio; que fabulan con modificaciones sustanciales de la Constitución como tercera vía. Obvian que, contra tal pasteleo, está tanto la inmensa mayoría del pueblo español, como la mayoría de los catalanes.

Así que, sin meterme en mayores matemáticas ―que de esto los que saben son los artilleros―, es difícil identificar un algoritmo catalán; entendiendo por algoritmo el conjunto de operaciones a realizar para resolver un problema. Resolución que demanda una secuencia de pasos lógicos capaz de superar dos formidables obstáculos. El primero, genérico, sería abrir la puerta a la lógica en el campo de la política, materia cuya característica medular es precisamente la ausencia de lógica. Y el segundo, más particular, consistiría en que los llamados a liderar tal secuencia ni fueran incompatibles ni estuvieran carbonizados.

La mala noticia ―me temo―, es que el algoritmo catalán sea imposible. Que no exista. E, incluso, que si se tratara de darle vida, quedaría en una especie de Criba de Eratóstenes (que nunca termina de calcular todos los números primos). Posiblemente, la sociedad española deba habituarse a vivir con el enquistamiento de su problema en Cataluña. Procedería, por tanto, en defensa de la Constitución, las leyes y la seguridad pública abordar sin demora las necesarias modificaciones legislativas, que favoreciesen la rápida y contundente respuesta gubernativa en Cataluña cada vez que fuera preciso.