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Aniversario constitucional

¿Acaso queremos recorrer el mismo camino que ya transitamos en los años 30 del siglo pasado?

 

Nuestra Constitución, la octava en 200 años, acaba de cumplir los 42. Onomástica que la  mantiene como la segunda más longeva tras la de 1876, que vivió hasta el año 1923 en que el general Primo de Rivera la pasó a mejor vida. Se trata de un texto moderno, reformista y flexible que llega hasta establecer el procedimiento para su reforma.

Intentando superar nuestra fatalidad ―que Galdós concreta en “un país predestinado a ser juguete de la tiranía o la demagogia”―, el pueblo español aprobó la Constitución de 1978 que, desde entonces, ha sido garantía de convivencia. Puntos esenciales de la norma suprema de nuestro ordenamiento jurídico son la unidad de la Nación, la soberanía nacional, la igualdad entre españoles, la solidaridad territorial, el castellano como lengua oficial del Estado y común a todos los territorios, la misión de las FAS y el artículo 155.

La gozosa efeméride de hoy se ve empañada por la agresiva actuación de fuerzas, que se recrean en ese fatal hado, tan español, de intentar demoler lo existente sin una previa definición del repuesto. Perversión que se magnifica en los ataques al Rey, Jefe del Estado, primer defensor de éste, y símbolo de la Unidad de España. Un Rey que conoce perfectamente su rol constitucional, como ya demostró el 3 de octubre de 2017 cuando, frente a la subversión separatista catalana, produjo su primer discurso extraordinario a la Nación. Un discurso brillante, oportuno, tranquilizador y extraordinariamente eficaz, que mostró el compromiso férreo del monarca con la Constitución y el estado de derecho.

Los ataques a la Constitución y al Rey especialmente los procedentes desde el Gobierno, que oxigenan a los que tienen la ruptura de la Nación como objetivo prioritario, no son de recibo. Tampoco lo es el hostigamiento a aquéllos por los que, amparados por la Constitución, gozan de un amplio autogobierno, inédito en el pasado, y que confunden autonomía, que no es título de propiedad de un territorio, con la mera responsabilidad de gobernar éste de acuerdo con la ley. Es asimismo rechazable la actitud de grupos políticos que, basándose en una dudosa aritmética parlamentaria, intentan burlar preceptos constitucionales mediante una actividad legislativa que recorta derechos de los españoles. Y tampoco parecen apropiadas, aunque no sean ilegales, las iniciativas en grupo de militares retirados que tratan de espolear a la Corona para que actúe en una u otra dirección. ¿O es que acaso queremos recorrer el mismo camino que ya transitamos en los años 30 del siglo pasado?

En todo caso, no hay atajos. No cabe ni reforma ni cambio constitucional de fondo más que desde la propia legalidad constitucional: desde la ley a la ley y sobre la ley. La Constitución es el poder de los que no tenemos poder.

¡Viva España! ¡Viva la Constitución! ¡Viva El Rey!