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Antes se romperá el sanchismo que España

Sanchistas del brazo de los separatistas  hablan de “pasar página”, o de “desjudicializar” la política, o de “alivio penal”.

Sánchez ―como recordaba recientemente el presidente de Castilla-La Mancha, señor García-Page―, acudió a las elecciones  del 23-J afirmando que la amnistía estaba fuera de la Constitución. Ahora, tras la indecente reunión de su chica, la vicepresidenta Yolanda Díaz, con el fugado Puigdemont se sabe que el primero, en creciente deriva autocrática, estaría dispuesto a propiciar una amnistía que sería seguida por un referéndum de autodeterminación, a cambio de que los ahora envalentonados diputados del “warterlotois” votasen a favor de su investidura (tras el probable fracaso de la de Feijóo). Se proyecta así otra investidura ilegítima de Sánchez (la anterior, el 7 de enero de 2020, se asentó sobre la coalición con los podemitas, tras afirmar aquél, durante la campaña, que nunca se coaligaría con ellos). Porque no debe olvidarse que el voto, para ser democrático, debe ser libre, secreto e informado. Y esta tercera condición se quebranta si, tras los comicios, se destapa un cambio esencial en las intenciones del candidato a la investidura, como sucedió entonces y Sánchez pretende repetir ahora.

 

Para mantenerse en la Moncloa a cualquier precio, y jugando con una suerte de semántica creativa, se acometería un proceso prostituyente de la Constitución camuflándolo como “reinterpretación” de ésta, por vía ajena a lo previsto en el título X (artículos 166 a 169) de la propia Constitución. Una destructiva bazofia política que, obviamente, amenazaría la integridad territorial y el ordenamiento constitucional españoles. Sanchistas del brazo de los separatistas  hablan de “pasar página”, o de “desjudicializar” la política, o de “alivio penal” y toda una gama de memeces, precisamente cuando el separatismo ha perdido fuelle como han mostrado los resultados electorales del 23-J, o la celebración de ese pachanguero festejo que anualmente, el 11 de septiembre, se montan los separatistas en Barcelona para hacer bulto. Un perverso escenario que incluye acciones intimidatorias como la reciente y despótica expulsión de Nicolás Redondo del PSOE, o señuelos como el acelerado programa de visitas de la ministra de defensa, doña Margarita Robles, a unidades y centros desplegando un nutrido panel de halagos y palmaditas a los militares, que es lo que el ser humano, desde la edad de bronce, hace con el caballo para que se esté quieto al montarlo.

 

La Nación empieza a hervir ante tal panorama. Seguramente, las raíces del problema se encuentren en la fusión del cesarismo sanchista con una legislación majadera, que permite que partidos que propugnan la ruptura de España sean legales, así como que éstos, además, estén sobrerrepresentados en el parlamento; o que un golpista huido de la justicia pueda ser parlamentario europeo elegido en España. Mal escenario que es preciso abortar o corregir, primordialmente por la acción política. Actitud que parece abrirse camino en el seno del PSOE tras las firmes manifestaciones contrarias a la deriva sanchista de destacados miembros de ese partido como son, entre otros, Felipe González, Alfonso Guerra, Joaquín Almunia, Tomás de la Cuadra o Joaquín  Leguina. Quizás tengamos que volver a las urnas en enero. En todo caso, es curioso constatar cómo en el congreso de Suresnes (1974) los jóvenes socialistas renovaron su partido tirando a los viejos a la papelera mientras que, ahora, inversamente, toca a los viejos socialistas tirar de la cadena para  limpiar su partido de indeseables. Antes  se romperá el sanchismo que España.