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Area 51: ¿Otra guerra civil para el veinte de setiembre en EE.UU.?

Ni por afición iría al Área 51 y me alegraría disuadieran al millón dispuesto a  acampar en el desierto de Nevada.

 

El número de potenciales asaltantes a la base aumenta en los registros al efecto hasta llegar al día de hoy a unos 900.000, al reclamo de la consigna: «Tormenta en el Área 51. No podrán pararnos a todos». El próximo 20 de setiembre podrán cumplir el objetivo de saciar la indignación por el secretismo mantenido por el gobierno de EE.UU. hacia sus contribuyentes. Nada de los rusos invadiendo la secreta base, serán unos naturales del país, desesperados  por ver a unos alienígenas encerrados en las impenetrables instalaciones, según persistentes rumores conspiranoicos. Porque no resulta tan difícil valerse del inconformismo sobre algo para movilizar a un grupo y convertirlo en masa reivindicativa. Cuando se moviliza a la gente de manera irreflexiva, anulándose las individualidades y más movidos por sentimientos resulta fácil instrumentalizarlos y caer en fanatismos.

Aparte de sus problemas migratorios o de los derivados por la visible apatía hacia su primera dama, Trump tendrá otro inédito campo de batalla, el pobre.

Un posible problema estribe en el aspecto de los alienígenas, más si están vivos y participan en intercambios tecnológicos con los científicos norteamericanos. Sin embargo, los casi un millón de invasores, creo, estarán concienciados para soportar un encuentro cara a cara: desde seres reptilianos hasta especies evolucionadas por factores ambientales muy diferentes a los de la Tierra. Otro problema de logística sería el ordenamiento del personal invasor porque una masa de un millón no resultará fácil de controlar. Puestos a especular desde supuestos vesánicos,  desertados los soldados, un servicio de orden sería necesario para apaciguar el frenesí y atender las asistencias médicas en especial las relacionadas con el paroxismo. Al parecer, será los Kyles, adolecentes expertos en patear, los encargados previa ingesta de psilocobina (sic), de formar la primera línea de acción. El osado disparate de drogar a unos adolescentes habrá indignado a más de una persona sensata.

Un servidor, interesado por las observaciones de objetos voladores sin identificar desde hace años, piensa en el socorrido evento para los asesores psicológicos gubernamentales al disipar la atención de los problemas sociales. Siempre hubo las famosas serpientes de verano, monstruos míticos para tapar reivindicaciones urbanas.

Los norteamericanos, tierra de predicadores salidos como espontáneas setas, un mucho de niños grandes, no habrán escuchado a la portavoz de la Fuerza Aérea, Laura McAndrews: «Queridos compatriotas, no olvidéis la misión del ejército de proteger a los EE.UU. y sus activos». Total, podemos estar ante otra guerra civil con la intervención del ‘Séptimo de Caballería’ si fuese preciso.

En cualquier caso, envidio el deseo de conocer, nada parecido al desdén español al soportar el secretismo del señor Sánchez con el señor Iglesias, además de pasar los sufridos españoles por  las intríngulis de los pactos, de tragar las autosubidas de sueldos de los ediles más otras lindeces, como para reunir a varios millones de voceros. Incluso de tomar otra papeleta para volver a votar y verla caer perezosa junto a las demás como hoja otoñal muerta.

Francamente, ni por afición iría al Área 51 y me alegraría disuadieran al millón dispuesto a  acampar en el desierto de Nevada. Porque el misterio y los mitos con un poquito de engaño son necesarios para la vida, camino áspero para alcanzar la verdad, y si esta se regala, brotarían millones de vagos y aburridos. Aunque tal vez eso pretendan los padres de las patrias universales cuando charlan en las alcobas. Uno de mis misterios zumbadores, por ejemplo, son los pantalones del presidente coreano Kim Jung-Un debido a sus grandes dimensiones, nada parecidos a los tubitos de nuestro presidente. Cualquier observador, creo, se preguntará si llevará alguna grabadora, radar o misil para defenderse, so pena los machos coreanos estén espléndidamente dotados por la naturaleza, especialmente sus jerarcas.