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Autonomía andaluza, cuarenta años no es nada

Celebramos este año bisiesto el 40 aniversario de la autonomía andaluza, con un Sur gobernado por aquellos que no creen en las instituciones que dirigen.

 

Cuarenta años de autonomía andaluza. Fueron aquellos días de  vigilia preautonómica orquestación polémica de mucha bulla por la poca psicología social de los legisladores constitucionalistas, al creer que una configuración administrativa del Estado asimétrica con autonomías de primera y regiones del tres al cuarto, no iba a escocer a los habitantes de las regiones ante los territorios llamados nacionalidades. Hasta el nacionalismo andaluz de chaqueta Gucci y almuerzo servido a domicilio de los fogones de restaurante de lujo junto al Postigo, que representaba Alejandro Rojas Marcos, pensó que pactar con la UCD la poterna de una autonomía de chichinabo no le iba a pasar factura como así ocurrió después del hito de haber conseguido escaños en el Parlamento Catalán.

Todo este follón dialéctico para la consolidación de un croquis autonómico tenía como impasse histórico el espectro de los fines  catacumbales de la Transición, que eran transferir todo el pormenor de los intereses, influencias, cognados, contravenciones y otros esguinces sectarios de las minorías sostenedoras y sostenidas por el caudillaje a un aparataje de apariencia democrática que no supusiera ruptura alguna con la cadena de mando y poder franquista y para ello toda la arquitectura política de la Transición se debería sostener sobre los pilares de la desconfianza. Desconfianza a la posibilidad de un auténtico cambio político, a la ruptura democrática, a la superación del consenso restrictivo del espacio ideológico por un auténtico compromiso histórico y que, en la crisis institucional que padece el régimen del 78, se ha convertido en bloqueo, que es la consecuencia de sustanciar como ámbito nutritivo del sistema el déficit democrático.

Todo ello configuró un ecosistema político realmente extravagante, ya que la interiorización del ideal democrático en  el imaginario colectivo se hacía patente en las nacionalidades, singularmente vasca y catalana, donde se habían recuperado los símbolos, iconos y narraciones que configuraban los espacios sentimentales y de emoción popular representativos históricamente de la libertad democrática, mientras los ciudadanos no nacionalistas de territorios periféricos, se encontraron con la orfandad patriótica de un nacionalismo español carpetovetónico de “viva la muerte” y “muera la inteligencia”, con la carga africanista de autoritarismo y una simbología deshuesada por cuarenta años de encarnación del franquismo.

El fracaso de las autonomías de dos velocidades, cuya movilización del pueblo andaluz no fue ajena, dio paso al “café para todos”, lo que vino a constituir un desmadre conceptual, administrativo y político donde las regiones constituidas ya en autonomías generalizadas, la carencia de un imaginario colectivo democrático español, la vigencia de una hegemonía cultural franquista de nacionalismo casposo, centralista y autoritario, se convirtió en un cabilismo  periférico, en algunos casos de una artificialidad bufa como el caso de Madrid, que en exceso supuso la reproducción local del rancio españolismo neofranquista. La animadversión periférica a las autonomías históricas constituyó parte de la identidad de las autonomías de nueva planta en un recurso fácil de reactivación de un neolerrouxismo instrumental en una argamasa de taifas con resortes caciquiles semejos a los de la restauración canovista.

En este farragoso mapa autonómico, la falta de imaginación, la manca finezza y el poco talento político de los que han tenido la responsabilidad de dirigir el PSOE de Andalucía en los últimos años, consiguieron tullir la capilaridad con la ciudadanía que el socialismo meridional había conseguido aquel 28 de febrero en que supo rearmar la autoestima de un pueblo excesivamente maltratado por la historia y los autoritarios. El mandato de Susana Díaz, trufado con todos los excesos del palurdismo político, de corto alcance, manoseado por un culto a la personalidad de secano, tendente a los vicios clientelares y falto de otro objetivo que no fuera la santificación pagana de la lideresa, preparó el escenario para que desde las bambalinas el cañón de luz enfocara a las viejas ideologías que habían hecho ilegible las identidades democráticas de Andalucía.

Celebramos este año bisiesto el 40 aniversario de la autonomía andaluza, con un Sur gobernado por aquellos que no creen en las instituciones que dirigen, ni en los avatares de la historia que les contrariaron, y, por tanto, ante el peligro de que Andalucía vuelva a los oscuros abismos del reino de los absentistas y la consolidación de la subsidiaridad y la subalternidad  del Mediodía español en el conjunto del Estado.