Begoña, en la estela de Imelda
La próxima vez el juez tendrá más cuidado en asegurarse que quien recibe las correspondientes comunicaciones en La Moncloa esté perfectamente identificado.
Es hasta aburrido repetirlo, pero según nos acercamos a las vacaciones y al “ferragosto” el cenagal político sigue incrementándose. El penúltimo bochorno nacional se ha materializado, el pasado viernes, en los juzgados de la plaza de Castilla en Madrid. Allí, Begoña Gómez de Sánchez, esposa del presidente del Gobierno, compareció ante el titular de juzgado nº 41, en el procedimiento que se la sigue por presuntos delitos de corrupción y tráfico de influencias. Salvo error u omisión, es la primera vez que una presienta “consorte” es investigada judicialmente en España.
Todo fueron limitaciones y condicionantes. Que no se podía grabar la comparecencia en vídeo. Que no hubiera periodistas a menos de 50 metros a la redonda; los embolsaron y solo se permitió el acceso a los juzgados a cuatro periodistas de agencias, fuera de la sala. Que la declaración se hiciera, naturalmente, a puerta cerrada. Que se entrara por el garaje y no hubiera paseíllo (vaya, solo faltaría que la igualasen a la infanta Cristina). Que se asegurase férreamente la zona; para lo cual se produjo un fabuloso despliegue policial (UIP) con más de 20 furgones.
Pues bien, después de todo ese dispendio, la traca final consistió en una suerte de “comparescere interruptus” ―vaya como aquello otro―, cuando la defensa alegó falta de comunicación de los cargos por los que Begoña estaba siendo investigada. El juez tuvo así que suspender el acto judicial y señalar nueva fecha para el 19 de julio. La próxima vez, supongo, el juez tendrá más cuidado en asegurarse que quien recibe las correspondientes comunicaciones en La Moncloa esté perfectamente identificado. O, mejor, que las comunicaciones judiciales se entreguen a Begoña en mano. Todo esto hace sospechar de una artimaña procesal para demorar el procedimiento, ganando así más tiempo para mejor enlodarlo.
En fin, la huella de Begoña empieza a asemejarse a la de Imelda Marcos, esposa de aquel otro autócrata, filipino, por la que la pareja logró mantenerse en el poder más de veinte años ―dicho sea, sin ánimo de atemorizar―, en la segunda mitad del siglo pasado.