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Bien está lo que bien acaba

Lo dijo Shakespeare, “Bien está lo que bien acaba”. Adiós, Susana, adiós.  

 ¡Uf! Menos mal. El cortejo de los Reyes Magos se encierra en los aledaños de la Universidad y pone punto y aparte a unas interminables fiestas navideñas que comenzaron allá por mediados del mes de noviembre con los almuerzos y copas de empresas y amigos y terminan con el roscón de reyes envuelto en incontables papeles de regalo que este domingo de enero alfombran todo el salón de la casa. Han sido casi dos meses de excesos, de gastos, de estrés, de viajes y compras muchas veces inútiles que han dejado nuestros bolsillos tiritando para afrontar las temidas rebajas y la inevitable cuesta de enero que asoma tras las hojas del calendario con anunciadas subidas de la luz, la gasolina, y otros productos más o menos básicos en la economía familiar. Como todos los años. Vamos, nada nuevo bajo este tímido sol de invierno que calienta las gélidas noches de este inicio de 2019 que se anuncia harto interesante para aquellos que, de derechas, de izquierdas, de centro o mediopensionistas, sueñan y tienen pesadillas con nuestro futuro inmediato acontecer político.

 

Ni PP, ni Ciudadanos ni Vox se pueden permitir el lujo de incumplir, por intereses mas o menos espúreos, el mandato que le han dado la mayoría de los votantes andaluces…

 

Hay que reconocer que, al menos en Andalucía, estas fiestas navideñas se han visto impregnadas por los debates en torno a lo que va a ocurrir en la Junta cuando, dentro de escasos días, Susana se vea obligada a dejar el sillón de San Telmo. La comedia de Shakespeare, “A buen fin no hay mal principio” se tradujo al castellano con el título de “Bien está lo que bien acaba” y lo tomo prestado para lo que intuyo que va a pasar en las próximas semanas, pongan los palos que pongan en las ruedas del denominado “bloque regeneracional” que se ha conformado tras las elecciones del pasado 2 de diciembre. Ni PP, ni Ciudadanos ni Vox se pueden permitir el lujo de incumplir, por intereses mas o menos espúreos, el mandato que le han dado la mayoría de los votantes andaluces y que no es otro que el de desalojar de la Junta a un partido, el PSOE, que durante casi cuarenta años, ha tejido una tupida tela de araña para proteger a lo que consideraban su cortijo particular, su reino de taifas donde tenían carta blanca para cometer toda clase de excesos.

 

Analizadas pormenorizadamente las posturas que todavía mantienen los tres partidos antes de firmar el acuerdo final, todas ellas son comprensibles bajo su propia óptica nacional y sus posibilidades de crecimiento futuro. El PP de Casado-Moreno ha sido el segundo partido más votado y, por lo tanto, se cree con derecho (y con razón) a que su candidato sea el nuevo presidente de la Junta. Para ello necesita del apoyo de Ciudadanos y de Vox y, como se está demostrando, está dispuesto a sentarse con unos y otros para llegar a un acuerdo. A Vox le ocurre más o menos lo mismo. Sabe que con doce diputados no tiene posibilidad alguna de entrar en el Gobierno aunque sí de influir, y mucho, en cualquier decisión que el futuro presidente de la Junta quiera sacar adelante. De ahí que sus dirigentes (Abascal y Ortega, principalmente) traten de sacar tajada de unas negociaciones de las que hasta el momento han sido excluídos. Yo comprendo su cabreo y sus veladas amenazas a romper la baraja y repetir las elecciones si no cambian las cosas. Algo que a ellos podría no interesarle si, como sería previsible, se les culpa del fracaso negociador.

 

A Marín, experto donde los haya en cambiar de partido conforme soplen los vientos, le han cogido con el carrito de los helados en aquella semiclandestina reunión con Podemos en la Estación de Jerez.

 

Y Ciudadanos. A Rivera y Marín se les está viendo demasiado el plumero de sus intereses y ambiciones personales desmedidas. Dice el refrán que no se puede sorber y soplar a la vez, Ciudadanos ya ha demostrado que con quien le gustaría de verdad pactar es con el PSOE, pero sabe que esa posibilidad, que volvería a darle a Susana la Presidencia de la Junta, es un harakiri en toda regla por más que “vendan” ante sus supuestos electores su centrismo antiderechista. A Marín, experto donde los haya en cambiar de partido conforme soplen los vientos, le han cogido con el carrito de los helados en aquella semiclandestina reunión con Podemos en la Estación de Jerez. Poner ahora como “marca sanitaria” su rechazo a reunirse con los que ellos llaman la ultraderecha (Vox), suena a pura fachada pseudoprogre que no es de recibo por buena parte de los miles de andaluces, procedentes del PP y del PSOE, que les han votado.

Por todo ello, por más que mareen la perdiz, por más vueltas y declaraciones que hagan unos y otros, no creo que haya vuelta de hoja. Juanma Moreno será elegido en escasas semanas presidente de la Junta con el apoyo de Ciudadanos y Vox, aunque quizás no salga a la primera votación y tenga que esperar una segunda vuelta, más como teatrillo formal que como realidad. Saldrá, vaya que si saldrá. No lo duden ni un momento por más paripés que hagan y por más vueltas que les sigan dando en los próximos días. Las elecciones municipales, autonómicas y europeas (¿y generales?) están a la vuelta de la esquina y nadie quiere jugarse en Andalucía un envite o un órdago que les suponga un descalabro el próximo 26 de mayo. Todo está más que medido. Y, como dice Shakespeare, “Bien está lo que bien acaba”. Adios, Susana, adiós.