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Birria democrática

Lo troncal de la situación es la burla democrática que supone pretender, desde el Gobierno, normalizar lo que es excepcional.

 

El disgregador ímpetu de nuestros diablos nacionales vuelve a campar, sin mayor freno, por España. Parece el retorno a pasados tiempos turbulentos. Lo más jocoso, y a la vez triste es que, después de 7 meses de deficiente gestión gubernamental del COVID-19, se pretende ahora excusar la nueva jarana con la tercera ola pandémica.

Tras la nueva declaración, el 25 de octubre, del estado de alarma, el Gobierno logró, el pasado jueves, que el Congreso aprobara ampliar tal situación, desde los 15 días iniciales que permite la ley, hasta el 9 de mayo de 2021.  Sorprende la mayoría absoluta alcanzada (194 diputados), integrando votos de sanchistas, populistas, nacionalistas, independentistas y Ciudadanos. Eso, que, en principio, parecería motivo de tranquilidad, suscita, por el contrario, enorme preocupación. Tanta, que, el pasado martes, en el Foro Económico Expansión, Felipe González ―que de política entiende un montón―, alertaba sobre una incipiente crisis de gobernanza, y calificaba la situación como “una puñetera locura”.

Hemos mutado a un escenario en el que la acción gubernamental se caracteriza por el escamoteo de responsabilidades. El Gobierno, al delegar en las CC AA la gestión de derechos fundamentales, emborracha a los ejecutivos autonómicos con competencias y capacidades que les desbordan. Eso no es cogobernanza. Es, simplemente, gobierno a la carta de un desmadrado popurrí de regulaciones ejecutivas. Tanto en contenido: cierres comerciales, confinamientos, limitaciones; como en espacio: por comunidades, por provincias, por barrios y no sé si hasta por pisos; y asimismo en tiempo: por meses, por semanas, por  días, por fines de semana y no sé si hasta por horas. Todo un malsano caldo de cultivo de la confusión ciudadana y el descontento social. Éste ya se está cayendo del alero y explotando en saqueos, desórdenes y altercados callejeros por doquier: Barcelona, Burgos, Santander, Logroño, Madrid, Zaragoza… Y ―ojalá me equivoque―, me temo que irá a más.

Pero todo eso, aun siendo grave, no es lo peor. Lo troncal de la situación es la burla democrática que supone pretender, desde el Gobierno, normalizar lo que es excepcional. Porque en una democracia seria hay dos ocasiones parlamentarias que son esenciales en la división de poderes. Una es puntual: la investidura del presidente del Gobierno. La otra es  continuada: el control a la acción del Gobierno. Y, sin embargo, a la irregular investidura de Sánchez ―legal pero ilegítima como fruto aritmético de una estafa electoral―, se añade ahora el escaqueo del Gobierno, ¡durante medio año!, del control parlamentario en la gestión del problema pandémico. Por tanto, ni investidura legítima ni control al Gobierno. ¿Qué birria de democracia es ésta?