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Cómplices de la barbarie

Necesitamos una ley que permita investigar, sin propaganda y sin manipulación, los crímenes cometidos por los socialistas, los comunistas, los anarquistas y los nacionalistas españoles durante la guerra civil.

 

El pasado 18 de septiembre el Parlamento Europeo aprobó una resolución de capital importancia que la mayoría de medios de comunicación han silenciado de manera cómplice. Se trata de algo que las millones de víctimas de la que ha sido la ideología más asesina y criminal que jamás ha concebido la humanidad, el comunismo, llevan esperando décadas. Hasta el momento, tan sólo las víctimas de otro totalitarismo socialista, el nacionalsocialismo, han tenido monumentos conmemorativos de relieve, su memoria ha sido escuchada y su sufrimiento ha sido ampliamente reconocido. Durante toda su historia, los comunistas y los socialistas han mirado al resto de opciones políticas desde el pedestal de una superioridad moral ficticia, fruto de su efectiva labor propagandística y de la felonía, la incultura e incluso la complicidad de otros agentes sociales, que nunca han osado oponerse al relato oficial militante, so capa de recibir una píldora de la medicina que el totalitarismo suele aplicar al discrepante: la persecución, el acoso y el ostracismo.

 

Durante años, la instituciones públicas han sido cómplices de acunar la increíblemente actual vigencia que tienen unos postulados, en esencia, genocidas y dictatoriales, permitiendo incluso que quienes los apoyan se permitan el lujo de acusar a los contrarios de unas prácticas en las que ellos obtienen el cum laude. Tan sólo hay que echar un vistazo a los países promotores de esta resolución: los países de Europa del Este, que una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial fueron atrapados tras el Telón de Acero cundo Stalin ocupó con sus divisiones lo que antes había sido parte del imperio de Hitler. La más trágica de las consecuencias se cernió sobre sus poblaciones, que después de padecer los horrores del nacionalsocialismo les tocó sufrir los del comunismo. Para ellos, la Segunda Guerra Mundial no terminó hasta 1989. Mucho tiempo. Medio siglo en el que los opositores a los alemanes fueron encarcelados y asesinados en masa por los nuevos ocupantes soviéticos, primero, y por sus satélites autóctonos, después. Una época negra, en la que tuvo que levantarse un muro que atravesaba Berlín como una dolorosa cicatriz para que quienes suspiraban por la libertad no pudieran pasar a Occidente o, si lo intentaban, que muriesen en el intento.

 

Hoy, las víctimas del Holocausto permanecen en la memoria de todos. Pero, ¿quién se acuerda de los millones de asesinados por los comunistas soviéticos durante el Holodomor, el exterminio por el hambre -y por otros medios- que sufrió el pueblo ucraniano? ¿Qué hay de las campañas contra las minorías étnicas dentro del antiguo imperio ruso que produjeron la deportación y el asesinato de millones de seres humanos por cuotas? ¿Dónde están las condenas del Pacto Germano-Soviético, que dio comienzo a la Segunda Guerra Mundial y que determinó la colaboración entre los dos sistemas totalitarios en pos de la eliminación de los enemigos comunes? ¿Y el recuerdo del levantamiento alemán de 1953 contra el régimen comunista, de la Revolución Húngara de 1956 y de la Primavera de Praga en Checoslovaquia, ahogadas todas por la irrupción de los tanques soviéticos para poner fin a los sueños de libertad? ¿Pensamos a menudo en los millones de muertos provocados por las campañas de genocidio planificado por los comunistas chinos durante la dictadura de Mao Zedong, el ‘Discurso de las cien flores’, el ‘Gran Salto Adelante’ o la ‘Revolución Cultural’? ¿Sabemos que los comunistas camboyanos asesinaron a entre 1,5 y 3 millones de personas de una población de 7 millones? ¿Hemos normalizado la existencia de una tiranía hermética y pagada de sí misma como la de Corea del Norte?

 

Que la memoria colectiva apenas si contemple esto tiene unos culpables. Todos los intelectuales, como Jean-Paul, Simone de Beauvoir, Bertolt Brecht o Michel Foucault, por mencionar sólo a algunos, que apoyaron estas ideas y a estos regímenes, silenciando y disculpando sus crímenes. Tanto o más es condenable su actitud, por cuanto que por su posición privilegiada tenían información vedada al resto sobre la envergadura de tales crímenes. Y aun así callaron. No fueron los únicos. A día de hoy, legiones de intelectuales autoproclamados ‘progresistas’ o ‘de izquierdas’, disculpan, cuando no apoyan, regímenes e ideologías notoriamente criminales. Ahí tenemos las dictaduras de Venezuela y Cuba, jalonadas y nunca condenadas por Izquierda Unida y Podemos aquí en España. Un estalinista notorio como Pablo Neruda continúa teniendo plazas, calles y colegios con su nombre. Los símbolos y referencias culturales comunistas siguen sin ser expuestas a los ciudadanos como producto de un planteamiento criminal que condujo a más de 100 millones de personas inocentes a la muerte y, hasta ahora, al olvido.

 

Quienes se han opuesto de manera virulenta a esta resolución son cómplices. Cómplices de la barbarie. Porque condenar el comunismo implica condenar su ideología. Parten de una pirueta ideológica que cae por su propio peso: que los crímenes del comunismo constituyeron una desviación de una ideología esencialmente buena, que buscaba el progreso. La probatio diabólica nos la proporcionan en este caso los mismos Marx y Engels, cuando señalaban en sus escritos la necesidad de que los pueblos atrasados, contrarrevolucionarios, los ‘desechos étnicos’, fueran exterminados en un holocausto revolucionario. No dejaron de repetir, vez tras vez, que la Dictadura del Proletariado no se trataba de ninguna corporación democrática ni parlamentaria, y que los revolucionarios debían imponerse por medio del terror y de la violencia. Lo mismo hicieron Lenin y sus bolcheviques, así como cualquier otro grupo comunista que en cualquier parte del mundo y en cualquier época, se haya hecho con el poder. El que una misma ideología produzca siempre, sin excepción, el mismo resultado (hambre, muerte y dictadura) es un hecho irrefutable que sólo los fanáticos y los ciegos se pueden negar a aceptar.

 

A raíz de la histórica resolución europea, en España, que hemos vivido el terror comunista (como el terror franquista) durante la guerra civil y después, de la mano de la banda terrorista ETA que ahora sienta sus representantes en los parlamentos, debemos impulsar nuestra propia política de memoria, desenmascarando a aquellos que pretenden hacernos creer que defendían la democracia, cuando lo cierto es que sólo buscaron implementar un modelo alternativo de dictadura. La dictadura revolucionaria por la dictadura reaccionaria. Necesitamos una ley que permita investigar, sin propaganda y sin manipulación, los crímenes cometidos por los socialistas, los comunistas, los anarquistas y los nacionalistas españoles durante la guerra civil, e incluso más allá. Si es preciso limpiar la memoria con respecto al franquismo, también lo es con respecto al Frente Popular y los partidos que lo compusieron y que lo apoyaron. Lógicamente, quienes hoy en día se les llena la boca hablando de memoria se opondrán con uñas y dientes a esto. Porque son cómplices morales e ideológicos de todo aquello.