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Con la esperanza de ver a Sánchez en el banquillo

“Una crisis política nunca tuvo que derivar en una judicialización”, quizás, la más pútrida frase vomitada últimamente por Sánchez.

“Una crisis política nunca tuvo que derivar en una judicialización”. De entre una inmensa colección de engaños y falsedades ésa es, quizás, la más pútrida frase vomitada últimamente por Sánchez, para intentar justificar ahora la amnistía a Puigdemont y sus secuaces, obteniendo a cambio sus votos para poder  seguir dictando desde la Moncloa.

La mayor inmoralidad de esa frase no solo se contiene, entre otros, en la mutación de lo que, en su día, calificó de rebelión. Tampoco en el fraude electoral que conlleva afirmar ahora lo contrario  de lo que decía antes del 23-J (“la amnistía no tiene cabida en la Constitución”). Ni tan siquiera en intentar reducir a mera crisis lo que fue un golpe de estado dado desde las instituciones catalanas, al proclamar unilateralmente la independencia de Cataluña. Lo más trascendental es propugnar una persecución de los delitos en base a la voluntad del ejecutivo, es decir de su propia voluntad, quebrando así  el estado de derecho que, precisamente, es lo primero que dice la Constitución (artículo 1): “España se constituye en un estado social y democrático de Derecho…”.

En fin, tratar de entregar nuestro país a la ley del más fuerte del momento es, aparte de carantoñas y milongas, el más peligroso de los caminos. Porque ya sabemos todos quién es aquí el más fuerte. En el post anterior, pronostiqué que “antes se romperá el sanchismo que España”. En todo caso, queda la esperanza de ver, antes o después, a Sánchez sentado en el banquillo.