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Con un pie en el abismo maniqueo

Como habrán podido observar, en la sociedad española este asunto del maniqueismo ha calado bastante hondo.

 

Sé positivamente que muchos de mis habituales lectores no compartirán las tesis que voy a defender en este artículo, pero alego en mi descargo que estoy hasta los mismísimos cataplines del panorama político que estamos sufriendo. No nos basta con la puta pandemia que nos lleva asolando desde hace año y pico, no nos basta con esos más de cien mil muertos, con millones de contagiados, con cientos de miles de hospitalizados, con el recorte de libertades que nos ha retrotraído a tiempos oscuros de hace años, con la ruína que ha destrozado las economías y las apacibles vidas de miles y miles de familias. No. Además de toda esta tragedia tenemos que sufrir a la peor caterva de políticos que ha dado España en toda su historia. Incapaces, incultos, estúpidos, aprovechados, egocentristas, estafadores, mentirosos y maniqueos, sobre todo, maniqueos que propagan a todo trapo el enfrenamiento entre tú y yo, nosotros o vosotros, el bien y el mal, lo negro o lo blanco, el fascismo o el comunismo, el marxismo o el capitalismo, la democracia o la dictadura, Todo ello sin términos medios, sin grises ni sombras y sin posibilidad alguna de debatir ideas, de confrontar teorías y poder llegar, como defendía Marx (tesis y antítesis), a una síntesis equidistante.

 

Cuenta la historia que fue el sabio persa Mani quien en el siglo III ideó una religión fundamentada entre el dualismo entre el bien y el mal, la luz y las tinieblas. No es que el tal Mani o Manes tuviera demasiado éxito en las propagación de sus ideas (entre otras cosas porque no existían entonces las redes sociales) pero es verdad que el mensaje ha calado profundamente con el tiempo en la sociedad y, casi veinte siglos después, algunos individuos siguen mareando la perdiz con estas propuestas en provecho de sus propios intereses. Como habrán podido observar, en la sociedad española este asunto del maniqueismo ha calado bastante hondo, sobre todo en los últimos años en los que nuevos viejos partidos y nuevos obsoletos líderes, faltos de ideas y proyectos y aupados por el particular interés de varios medios de comunicación, han florecido en nuestro territorio como setas en otoño y están sacando un provecho bestial a la nueva religión basada en el “hay que destruir al adversario porque es un enemigo perverso que quiere acabar con nosotros”. O tú o yo. Sin medias tintas, sin debate ni confrontación dialéctica, sin discusión de teorías. El resto ni nos importa ni nos interesa lo más mínimo.

 

Uno echa de menos esa generación que propició la actual democracia y que ahora se encuentra desplazada, insultada y denigrada, que logró pasar de la dictadura a la democracia sin necesidad de esgrimir pistolas, balas o cuchillos. Uno se acuerda de aquellos Pactos de la Moncloa que aunaron esfuerzos de la derecha, del centro, de socialistas, comunistas, liberales, democristianos, regionalistas y mediopensionistas, para tratar de sacar a este país de una quiebra económica que hacía tambalearse a la nueva, débil y naciente democracia de los años setenta del pasado siglo.  Uno se acuerda de que entonces había asuntos claves del Estado, (la democracia, la Constitución, la Monarquía, la lucha antiterrorista, la política exterior) que concitaban el consenso de todas las fuerzas políticas sin necesidad, como ocurre ahora, de pagarle con puestos ministeriales a aquellos que renuncian a parte de sus ideas por lograr conseguir el bien común. 

 

En el actual debate maniqueo que protagoniza Unidas-Podemos y VOX con la complacencia del PSOE y del PP lo que más me molesta es que a los ciudadanos, ciudadanas y ciudadanes nos tomen por tontos, tontas y tontes, No sé si me entienden. Las campañas electorales no las diseñan ahora los líderes políticos y sus “programa, programa, programa” que decía Julio Anguita, sino los magos del marqueting y la propaganda como Ivan Redondo o Miguel Ángel Rodríguez. Son ellos quienes hacen y deshacen la estrategia que deben de seguir los cabezas de cartel, quienes les dicen (como a los muñecos de Maricarmen) qué tienen que defender o destrozar, que posturas, muchas veces contradictorias, han de proponer, incluso que cortinas de humo tienen que lanzar para que las tertulias, las redes sociales y el personal se entretenga sin tener que preocuparse de lo que de verdad les debería de importar (la salud, la educación, el trabajo) y para lo que no tienen soluciones.

 

Decía don Antonio Machado en sus Proverbios aquello tan conocido de “¿Tu verdad? no. La verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela”. Más nos valdría a todos que unos y otros se aplicaran el cuento y nos dejaran respirar, que demasiado preocupados estamos aquellos a los que, etre los 65 y los 70 años, y pese a ser personas de riesgo másximo, seguimos pegados al móvil tofo el día, esperando en el limbo que el SAS nos llame para darnos la cita para las vacunas. Ruego a Dios que no estén esperando que llegue la nueva cepa de la India que va a volver a ponernos los pelos de punta si, como es habitual con este Gobierno de Sánchez, no toman las medidas oportunas para evitar una nueva (¿la quinta o la sexta?) ola de la pandemia. Pero lo dicho. Para pandemia de verdad la que estamos sufirendo estos días con las pamplinas del antifascismo de los candidatos progresistas a la Presidencia de la Comunidad de Madrid. Menos mal que ya queda poco para que acabe la monserga podemita aunque me da a mí que ocurra lo que ocurra, van a seguir dando la coña. Y es que no saben otro discurso. Es lo que hay.