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Confesiones en contra de la norma

Aquello que cantaban los chilenos de Quilapayun de “el pueblo unido jamás será vencido” y que todos coreábamos entonces, me suena a una soflama.

Definitivamente estoy convencido de que soy una rara avis, un especie del extinto pájaro dodo, un ejemplar del género humano en peligro de desaparición. Aunque nunca he militado en partido alguno, fui bastante de izquierdas durante mucho tiempo, hasta casi los cuarenta años, pese a trabajar desde los veintitantos en el ABC de Sevilla y asumir, que no compartir, lo que escribía y para quien escribía. Ahora, con el paso del tiempo y de las circunstancias, y con la nómina de la pensión de jubilación en la mano, ya no sé ni de dónde soy, aunque muchos de mis lectores me tildarán indudablemente de “facha” por defender en mis artículos posturas filoconservadoras y tradicionales. ¡Qué quieren!

 

La juventud es una enfermedad que se pasa con el tiempo y a mi edad uno ya no está como para jugar a revoluciones pendientes, como la rusa, la cubana, la venezolana, la maoista o la sandinista que, a la vista de los resultados, han fracasado en todo el mundo. Aquello que cantaban los chilenos de Quilapayun de “el pueblo unido jamás será vencido” y que todos coreábamos entonces, me suena a una soflama.

 

Pero a lo que iba. Por extraño que parezca no pertenezco al colectivo de los LGTB ni a alguna de las miles de oenegés que luchan por los derechos de la mujer, de los niños, de los negros, de los indios o de los animales, aunque respeto e incluso admiro la labor altruista y desinteresada que muchas hacen. Aunque reconozco las virtudes del ecologismo, me repatean los ultraecologistas que se niegan al progreso para conservar una flor o una pareja de buitres. Por no creer, no creo ni en la mismísima Unicef. Soy lo que se dice un bicho raro. En cuanto a mis creencias religiosas les confesaré que, pese a haber heredado por el bautismo mi adscripción judeocristiana, hace tiempo que dejé de practicar y asumir la doctrina católica. De hecho, cada vez que me veo obligado por educación o cortesía a asistir a un oficio religioso, ya sea una boda o un funeral, lo contemplo como una especie de rito ajeno y lejano en el que actos como el de darse la paz con los vecinos de bancada me resultan verdaderamente esperpénticos.

 

En definitiva, soy todo lo que en estos momentos, sobre todo en España, tiene tintes negativos cuando no avergonzantes. Entre otras muchas cosas que se me quedarán en el tintero, reconozco que soy varón, español, católico por herencia, heterosexual, fumador, torista, liberal, bebedor moderado de alcohol, aficionado al golf, a la buena comida de carne y pescado, al cine clásico de Hollywood, al sillón ball, a la música de las últimas décadas del siglo pasado, de la ópera y de Mozart. Estoy en contra de la desmedida inmigración ilegal, del asalto violeto a nuestras fronteras, de la corrupción política y de los populismos manipuladores de la opinión pública, del control político de los medios de comunicación, y en contra de cualquier tipo de religión excluyente como el islamismo, a favor de mantener la unidad de España labrada durante siglos de historia y cultura.Y estoy a favor de la bandera rojigualda y del himno sin letra, de las selecciones españolas de cualquier deporte y de jóvenes españoles de referencia mundial como Nadal, Gasol, Mireia Belmonte o Carolina Marín, y a favor de defender un gran idioma, el castellano, que lo hablan 559 millones de personas en todo el mundo y que ha dado miles de obras maestras a la literatura mundial, pese al progresivo acoso inglés al que nos vemos sometidos.

 

Si todo eso es para muchos ser de derechas y facha, no tendré más remedio que reconocer mis defectos. Es lo que hay.

 

Dicho lo dicho, comprenderán que no comulgue con los políticos actuales, casi con ninguno, pero sobre todo con aquellos que, en pro de sus propios intereses personales y partidistas, defienden con propuestas mediáticas, populistas y de puro marketing electoral, una idea de España asimétrica y desigual. Después de toda una vida profesional analizando aconteceres políticos, uno está ya de vuelta de casi todo y más en este país donde hay más tontos que botellines. Que nos crujan a impuestos a los ciudadanos para pagarle el sueldo a cerca de medio millón de personas que se ganan la vida ejerciendo la política en España (el doble que en Italia y el triple que en Alemania), me parece un dispendio difícil de sostener para una nación con una tasa de paro todavía escandalosa y con escasos recursos económicos como es la nuestra.

 

Por todo ello abomino de estos políticos de nueva hornada y escaparate que lideran los principales partidos de nuestro actual panorama y cuyos programas, vacíos y sin contenido, son un compendio de promesas falsas, falacias reconocidas y de mentiras piadosas. Como afirmaba un reciente meme en internet, con Pedro Sánchez, Pablo Casado, y Albert Rivera como cabezas de cartel de PSOE, PP y Ciudadanos, más que a unas elecciones generales, los españoles parece que nos vamos a enfrentar en los próximos comicios a un concurso de mister o a un anuncio de Nivea for men. Ya veremos si no nos arrepentimos.