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Conspiraciones de mitos

Resulta imposible una comunidad sin sus fábricas de mitos, humeantes o no porque cualquier iniciativa presenta un entramado mitológico.

 

Los humanos somos dados a la magia, a historias de viejas costumbres, tradiciones, cuentos infantiles, leyendas y mitologías mezcladas con algunas verdades. Del candor brotan desde los mitos cosmogónicos hasta el magma cultural de nuestros orígenes y finales. Porque las religiones, en una gran parte sustentadas por el arte y los mitos, estructuraron nuestra forma de pensar en las etapas infantiles, arraigadas de por vida. Los mitos no son fáciles de eliminar. El placer de mitificar está introducido en nuestras anodinas vidas para alimentar al vasallo interior, siempre hambriento de ellos, saciados en la actualidad con personajes deportivos, cantantes o divos a la carta televisiva. Tal vez para tapar apresuradamente las grietas donde las eternas preguntas quedan sin respuestas.

Al enfrentarnos con la tragedia de la muerte y el temor a la incertidumbre, surgen escalofríos ante una burlona razón silenciosa, pero sucumbe a la postre ante el pantanoso caminar por una naturaleza inesperada en su faceta hostil, o en la constante lucha por la vida. Permanecer en un descubrir el más allá de la muerte, descifrar reencarnaciones o reconstrucciones de unos cuerpos desintegrados en átomos por el paso del tiempo ponen a prueba la esperanza del más optimista creyente, si fue capaz de aparcar por un rato el vehículo de sus mitos.

Es notorio el estupor de los hombres cavernícolas al contemplar el fuego, paradigmático fenómeno de connotaciones hipnóticas.Pero los nuevos emperadores siguen induciendo a sus pueblos con banderas, mitos y fuego, escenografía reciente en las guerrillas urbanas catalanas. La mitología de los débiles David contra los Goliat, crueles y con poder, surge en el inconsciente.

La palabra mito tiene un terreno propio en la antropología y la sociología; también en la política, tanto conservadora como radical porque es usado para dulcificar aspectos chirriantes de la realidad. Tanto mito tiene Comte al afirmar la derrota de la mitología por la ciencia, como una sociedad sin clases añorada por Marx o aquella abundancia mundial gracias al capital soñada por Adam Smith. Tampoco quedó atrás Karl Popper al proclamar la absoluta objetividad de la ciencia.

La mitificación en su grado superlativo cristaliza en el sentimentalismo dogmático cegato ante la realidad, pero construye su propia visión antagónica y justifica violencias como la de esos padres embrutecidos ante unas pruebas escolares, culpando al profesorado por no amnistiar con un aprobado general a los aburridos vagos de sus hijos, pesadilla de los alumnos responsables.

En las democracias occidentales existe una mitificación porque al estar estructuradas sobre el capitalismo ─donde perversos intereses presionan ante el menor bamboleo─ la desigualdad resulta  manifiesta. El  análisis conduce al reconocimiento de la gran distancia ideológica recorrida por la democracia desde sus orígenes hasta la actualidad. Por ejemplo, pocos parecidos encontramos entre el primer socialismo y el actual. Ahora, sin rubores, las democracias occidentales exhiben con descaro el autoritarismo en detrimento de la participación popular por una muy discutible ‘razón de Estado’.

Resulta imposible una comunidad sin sus fábricas de mitos, humeantes o no porque cualquier iniciativa presenta un entramado mitológico. Sólo nos queda permanecer alertas para no sucumbir ante sus alianzas con otros mitos, objetivo oculto de un leviatán con varias cabezas.

Pues estos vericuetos y otros aparcados caritativamente, me surgieron la semana anterior. Pensaba en los comentarios de los fiscales al ser partidarios de la rebelión colectiva, razonable argumento; también en una posible pregunta de algún juez: «¿Nos ha servido de algo dulcificarles las penas?». Tal vez otro hubiera razonado: «Si un juicio de puertas abiertas, repleto de cortesía y coherencia, hubiese sido secreto, gran parte de Barcelona hubiese quedado arrasada ante el furor de las turbas».

Un servidor cree en un engorde de mitos, mamados durante muchos años en los colegios y universidades catalanas. Metabolizados, no habrá Hércules capaz de frenar a las policéfalas hidras salidas de las bellas calas mediterráneas.