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Cualquier tiempo pasado fue…pasado

Los que tenemos ya una edad, y yo nací en mayo de un lejanísimo 1953, solemos utilizar en nuestras conversaciones una manida frase que nos evoca avatares y circunstancias vividas que marcaron nuestra niñez y juventud y que, por lo tanto, recordamos con añoranza. Es como la famosa magdalena de Proust pero en cinco palabras que resumen muchas frustraciones del presente. Lo de “cualquier tiempo pasado fue mejor” es una perogrullada que se repite incesantemente en la inflación de celebraciones navideñas que nos amenazan en esta fechas que algunos califican como “entrañables” y otros adjetivamos como “insoportables”, sobre todo en esas comidas familiares con cuñados coñazo, de empresa con jefes inaguantables, de compromisos ineludibles con gente a la que detestas o de jubilados anclados en la prehistoria, que en la primera quincena de diciembre colapsan bares y restaurantes a lo largo y ancho de toda nuestra querida piel de toro. Que levante la mano aquel que se vea libre de alguna de estas celebraciones.

 

Cualquier tiempo pasado fue…sólo eso, pasado, distinto y, veámoslo como lo veamos, mejor para algunos pero casi siempre peor que el actual para la gran mayoría. Otra cosa es que en ese tiempo pasado, el que lo recuerda y añora, se ciña no a la sociedad de entonces sino a su propia edad y sus particulares circunstancias vitales. Y, claro, no es lo mismo ni se ven las cosas de la misma forma con veinticinco que con sesenta o setenta años.  El río de la vida sigue fluyendo y arrastra consigo muchos deseos que quedarn en el tintero del tiempo. Las irrecuperables ganas de vivir, las ilusiones, los proyectos, las esperanzas y hasta los excesos que se tenían en la juventud han dado paso, ahora, en la madurez, a la serenidad, la cordura, el análisis mesurado, la tranquilidad y, sobre todo, al recuerdo de unos tiempos más o menos felices en los que todos nos creíamos protagonistas de una historia aún por escribir.

 

Están dejando de tener importancia para esas nuevas generaciones que no vivieron esos trascendentales hechos históricos.

 

Vivimos estos días la celebración de unas efemérides que fueron claves para aquellos que ahora rondamos las sesentena. Cuarenta años del añorado 4-D que echó a la calle a millones de andaluces pidiendo su autonomía y el 39 aniversario de la Constitución española de 1978 que abrió las puertas de una España negra que salía de cuatro décadas de dictadura para entrar en un proceso de democratización que ha sido ejemplar para el resto de los paises del mundo. Dos fechas que deberían ser conmemoradas festivamente por todas las generaciones de españoles y andaluces que pueblan nuestro país, pero que están dejando de tener importancia para esas nuevas generaciones que no vivieron esos trascendentales hechos históricos.

 

Para la mayoría de los menores de 50 años, el 4-D o el 6-D no significan nada, son sólo unos días claves para disfrutar de un amplio“puente”para irse de viaje a la playa o al campo con familiares o amigos. Aunque sólo hayan pasado cuatro décadas, 1977 o 1978 les suenan a pura prehistoria tan lejana como el 12 de octubre, el 2 de mayo o el 23 de febrero. Las nuevas tecnologias, que han invadido casi todos los aspectos de nuestra existencia, han conseguido que todo pase rapidísimamente y que cualquier noticia, por importante que sea, caiga en el olvido a escasos días de su sucesión. Se vive el momento y el presente y se olvida con pavorosa facilidad lo ocurrido hace tan sólo un año, superado por nuevos acontecimientos diarios que los medios de comunicación al alcance de todos (prensa, radio, televisión, internet y redes sociales) ponen sobre el tapete y condicionan la existencia y la convivencia de los ciudadanos.

 

Es verdad que, entonces, y en eso sí que hay que reconocer que algunos tiempos pasados fueron mejores, la clase política que nos dirigía fue capaz de superar disensiones y lograr pactos y acuerdos.

 

El problema catalán será sin duda alguna el principal tema de conversación en las reuniones festivas de estas Navidades. Una cuestión que centrará discusiones y debates como si a los españoles nos fuera la vida en ello. Ante esta polémica nacionalista, muchos acudirán a la manida frase de “cualquier tiempo pasado fue mejor” sin acordarse de que en ese mismo tiempo pasado que muchos añoran, España vivía momentos trágicos con ETA o el Grapo asesinando a mansalva, con críticas situaciones de crisis económica que provocaron el Pacto de la Moncloa, con la amenaza latente de la intervención militar en golpes de Estado y con una democracia en ciernes que nadie sabía si sería capaz de asentarse en paz. Es verdad que, entonces, y en eso sí que hay que reconocer que algunos tiempos pasados fueron mejores, la clase política que nos dirigía fue capaz de superar disensiones y lograr pactos y acuerdos que, como la Constitución de 1978, sentaron la bases para un futuro prometedor que nos ha colocado en el grupo de cabeza de las democracias europeas. Desgraciadamente eso no existe ahora y muchos de los “abuelos cebolletas” lo echamos de menos.

 

Sólo cabe esperar que las nuevas generaciones que conforman viejos y nuevos partidos políticos, desde el PSOE y el PP a Ciudadanos, Podemos y sus confluencias, aprendan del pasado y sepan recoger el guante que los viejos les dejamos, aunque, visto lo visto, permítanme que lo dude. Siendo importante el reto secesionista catalán, que lo es, hay otras cosas que a los españoles nos deberían de importar bastante más y centrar los debates como, por ejemplo, el crítico futuro de las pensiones. Eso sí que nos preocupa a los viejos y debería de preocupar mucho más a los jóvenes y no si Puigdemont, Junqueras y toda su pandilla ganan o no las elecciones del próximo 21 de diciembre.