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Cualquiera tiempo pasado fue peor

El mundo tras la pandemia va a ser apasionante si todos y cada uno de nosotros decidimos apostar por ello lo más activamente posible.

 

Sólo el tránsito final debería hacernos creer que, como decía Jorge Manrique en Coplas a la muerte de su padre, cualquiera tiempo pasado fue mejor. Plantearse en vida lo que ya fue como algo idílico en cierto modo es vivir al margen de la realidad.

El pasado es hijo de nuestras vivencias, el futuro de nuestras experiencias.

Es obvio que hay coyunturas estresantes que incluso nos pueden llevar a resituarnos en la casilla de salida, pero históricamente siempre se acaba imponiendo el movimiento global hacia algo mejor. La evolución de la esperanza de vida es uno de sus indicadores más notorios, aunque hoy sería ya razonable acompañarlo con otro sobre el grado de desarrollo de la potencialidad de la capacidad cognitiva de los humanos.

Nacemos, vivimos y morimos, y sólo mientras perduramos somos libres en todo momento para hacerlo sin el lastre del pasado y con la ilusión puesta en el futuro.

¿Que todo es perfeccionable? ¡Qué duda cabe! Pero que hoy estamos mucho mejor que ayer, es incuestionable gracias a la ciencia, y también a la cultura, incluso en tiempos de pandemia. Muestra de esto último es el enorme avance en la digitalización global que se ha producido desde marzo de 2020, así como el uso generalizado de las TICs por parte de muchos ciudadanos que en muy poco tiempo han migrado desde un mundo casi totalmente analógico. Por supuesto que existe otra cara de la moneda no tan positivo como es un mayor control interesado de los usuarios por parte de determinadas compañías tecnológicas e instituciones públicas y privadas pero, al menos hasta ahora, el balance se podría considerar muy positivo en su conjunto.

El mundo tras la pandemia va a ser apasionante si todos y cada uno de nosotros decidimos apostar por ello lo más activamente posible. Se nos presenta una gran oportunidad para dar mayor sentido a nuestra razón de ser como humanos, así como para resetear una sociedad de cuyos males solemos culpar a los demás haciéndonos trampas al solitario al olvidar que la hemos construido entre todos. 

Hay numerosos retos que afrontar comenzando desde ahora, tiempos de tardopandemia. Hemos podido comprobar cómo los avances de la ciencia son los que nos están permitiendo salir del estado de incertidumbre y ansiedad al que nos vimos abocados cuando nuestros gestores públicos y privados se mostraron desconcertados ante los acontecimientos. Por razones que se nos escapan, hasta habían llegado a desoír lo que se vaticinaba quince años antes en algunos trabajos científicos de prospectiva bajo encargo de instituciones de la inteligencia norteamericana: el anuncio de un pronto advenimiento de la actual pandemia.

Ciencia y cultura son los grandes pilares sobre los que en todo momento se vienen asentando los avances de nuestra sociedad. Sin ciencia, no habrá mañana, y sin cultura no habrá forma de implementar dichos avances en beneficio del conjunto de la humanidad.

Nuestra asignatura pendiente es la de la Ilustración sostenible, atalaya idónea para  abordar los grandes retos para un futuro que ya es hoy y el escenario del mundo tras la pandemia que vamos a alumbrar convendría que fuese mucho más armónico y equilibrado entre la solidaridad de los ciudadanos como miembros de una gran comunidad y la libertad e igualdad de oportunidades de cada uno de nosotros para aprovechar de manera óptima nuestra capacidad cognitiva. 

Los avances alcanzados por la ciencia y su consecuente aportación al estado de bienestar tendrían que estar apalancados normativamente para evitar que las alternancias en el poder que caracteriza a las democracias se tradujeran en pendulazos en función de los intereses espurios de los grupos socioeconómicos que respaldasen a una u otra opción política en cada momento.

El futuro puede ser hasta mejor que el previsto antes de la pandemia. Todo dependerá de nosotros mismos y de nuestra lucidez, ya que desde el minarete del control de las emociones, unos y otros intentarán moldearnos como esclavos cognitivos a su servicio y para ello urge alumbrar una gobernanza mundial que regule la relación de los humanos con la tecnología antes de que el concentrado poder tecnológico venga a imponer de hecho la suya, pero sin que ello se traduzca en poner puertas al  campo del conocimiento y el bienestar de los ciudadanos.