The news is by your side.

Cuando los nazis y los comunistas invadieron Polonia

Siendo justos, Alemania tiene menos razones para pedir perdón a Polonia que Rusia.

 

En el 80 Aniversario del inicio de la Segunda Guerra Mundial, el conflicto más destructivo que ha visto el mundo, queda una vez más patente cómo aquello de que ‘la Historia la escriben siempre los vencedores’ se revela como algo crudo salvo, quizás, en España. Frank-Walter Steinmeier, el Presidente de la República Federal de Alemania ha pedido perdón a los polacos por la ‘tiranía alemana’bajo la atenta mirada de Andrzej Duda, su homólogo en la presidencia de la República de Polonia. Para la conmemoración en Varsovia, con la asistencia de Merkel, se opta por no invitar a Putin, habida cuenta de las duras tensiones entre ambos países. Mas ello no debe impedir apreciar una memoria frágil en todos los protagonistas, deseando agradar unos y esperando que les agraden otros. El poder destructivo de los Estados Totalitarios de los que son sucesores -les guste o no- Alemania y Rusia, el Tercer Reich y la Unión Soviética respectivamente, se puso al servicio de una alianza política, diplomática y militar que dio como resultado el inicio de las hostilidades y que Polonia fuese, literalmente, borrada del mapa, para ser ‘reconstruida’ por Stalin y dominada por una dictadura de partido único satélite de Moscú desde 1947 a 1990.

 

Siendo justos, Alemania tiene menos razones para pedir perdón a Polonia que Rusia. Y no porque su nivel de destrucción fuese menor -que no lo fue- sino porque la nueva Alemania ha roto absolutamente con su pasado nacionalsocialista. El Tercer Reich es percibido afortunadamente como lo que fue: una tiranía genocida que se aplicó en llevar a término una de las políticas de exterminio más pavorosas que ha visto el mundo. Rusia, por el contrario, se considera heredera de la Unión Soviética. No la considera como un régimen totalitario y asesino equiparable a la dictadura de Hitler, sino que lo asume como parte natural de su historia, hasta tal punto que su líder, Vladímir Putin, se considera orgulloso de ser un chekista, denominación común para los agentes de la policía política de la dictadura comunista, que pasó por varias nomenclaturas y reajustes desde su creación por Lenin en 1918 con el nombre de Cheka, pasando por el NKVD estalinista hasta el KGB por todos conocidos, germen del actual servicio secreto ruso, el FSB. Sería interesante analizar el impacto que tendría que un político alemán se proclamara orgulloso de haber pertenecido a las SS o a la GESTAPO.

 

Se nos olvida que la Segunda Guerra Mundial en Europa comienza cuando Hitler y Stalin invaden Polonia. No fue la acción unilateral de un dictador que arrastró inevitablemente al otro. El 23 de agosto de 1939 se firmó en Moscú el Tratado de No Agresión entre la Alemania Nazi y la Unión Soviética, el conocido como Acuerdo Mólotov-von Ribbentrop, en presencia de Stalin. Escondía un Protocolo secreto por el cual los dos regímenes acordaron la partición de Polonia y el reparto entre esferas de influencia de Europa del Este, concretamente de estados independientes como Estonia, Letonia y Lituania, Rumanía, la propia Polonia, y Finlandia. En consecuencia, el 1 de septiembre de 1939 Hitler invadió Polonia por el Oeste, y el 17 del mismo mes Stalin hizo lo propio por el Este, justo después de derrotar a Japón en la batalla de Jaljin Gol (tan importante como olvidada, por cuanto a raíz de este desastre el imperio nipón se abstuvo de atacar a la URSS cuando los alemanes rompieron la alianza, lo que a buen seguro hubiese supuesto el colapso soviético).

 

La luna de miel entre las dos dictaduras socialistas fue más allá, desfile conjunto de sus ejércitos en Brest-Litovsk mediante. El 28 de septiembre se firmó otro acuerdo entre el Tercer Reich y la Unión Soviética, en virtud del cual se demarcaron las nuevas fronteras en territorio polaco y se puso en pié un Tratado de Amistad, muy en la línea de la alianza militar secreta que Alemania y la URSS habían mantenido desde 1922, en el transcurso de la cual la doctrina soviética de las Operaciones Profundas puesta en práctica durante su guerra civil sirvió de base para que los germanos desarrollaran la Guerra Relámpago. Un Tratado que amparó la colaboración y la implementación de operaciones conjuntas entre las SS-GESTAPO y el NKVD soviético en la detención de opositores y grupos indeseables, el intercambio de prisioneros (los nazis enviaban rusos blancos Moscú y los soviéticos comunistas alemanes a Berlín), así como el envío de suministros y el intercambio de tecnología militar. La cuestión llegó hasta tal punto que Stalin persuadió a los partidos comunistas de los países europeos invadidos para que colaboraran con la potencia ocupante y sabotearan los esfuerzos de la Resistencia. Tanto es así que, en Francia, una vez derrotada, los alemanes sacaron de las cárceles a los comunistas encerrados por el gobierno de Daladier y les dieron permiso para seguir publicando su periódico L´Humanité. Dolores Ibárruri, La Pasionaria, alabó el pacto y calificó a sus detractores de ‘imperialistas’.

 

Pero mientras Hitler ocupaba el Oeste de Europa con operaciones sobre Dinamarca, Noruega, Países Bajos, Bélgica o Francia, y Stalin se las apañaba con la incorporación de los estados bálticos, la ocupación de Besarabia y el norte de Bucovina y la invasión de Finlandia, las matanzas diseñadas por los dos regímenes siguieron su curso, en una lógica de ‘ingeniería social’ necesaria para que sus respectivas utopías pudieran realizarse. A la par que los Einsatzgruppen alemanes asesinaban judíos y otros civiles en su zona de ocupación, acciones entre las que hay que destacar la Operación Tannenberg, dirigida al exterminio de las clases instruidas polacas, el NKVD soviético ejecutó la infame Matanza de Katyn en 1940, en Smolensk, en la que fueron asesinados miles de oficiales y civiles polacos, entre los que se encontraban parte de la columna vertebral intelectual de país (ingenieros, médicos, artistas, abogados, economistas, etc). Los planes de los comunistas y de los nazis en suelo polaco y fuera de él sólo pudieron ejecutarse mediante el asesinato en masa de miles de inocentes.

 

Lo que pasó después es bien sabido: Alemania fue derrotada finalmente por lo aliados y por la Unión Soviética. Una vez finalizada la guerra, Stalin se anexionó de nuevo todos los territorios adquiridos por medio de su acuerdo con Hitler y culpó a los alemanes de los sucesos de Katyn. Durante décadas, gran parte de la intelectualidad orgullosamente autodefinida como ‘progresista’ cargó los tintes de la invasión sobre Alemania, pero olvidándose de que la Unión Soviética fue tan culpable como la primera, sufrimiento prolongado por lo que fue medio siglo de dictadura totalitaria al servicio de una potencia extranjera para los polacos, que no pudieron llorar a sus muertos hasta que Solidaridad se hizo con el poder y el régimen comunista se desmoronó. Y aún más: teniendo presente que la Polonia contemporánea ya fue invadida por los soviéticos en 1920, durante la dictadura de Lenin, años antes, por tanto, de que lo hicieran los nazis. Bástenos recordar todo esto hoy porque, si de recordar a las víctimas y de enjugar el dolor se trata, no puede haber víctimas de distinta categoría (las de primera, las ocasionadas por los nazis y las de segunda, ocasionadas por los comunistas). Alemania debe pedir perdón, es cierto, Pero no es ni mucho menos el único país que tiene que hacerlo ni el único agente político que está obligado a ello.