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De la guerra, la crisis y la guerra por su cuenta

La peor culpa gubernamental en la gestión de nuestra crisis pandémica proviene del 8-M.

 

Tras la crisis de los misiles en Cuba, el entonces secretario de defensa norteamericano, Robert McNamara, afirmaba en el Congreso de EE UU: “hoy ya no existe la estrategia; solamente existe la gestión de crisis”. Desde esa referencia, calificar la lucha contra el Covid-19 como una “guerra” (Sánchez dixit) no pasa de ser un buen artificio, para alertar sobre la alta letalidad de ese virus. En la guerra, la eficacia es primordial y la lógica de las operaciones busca la victoria rápida y absolutamente sobre el enemigo; a cualquier precio. Sin embargo ―una diferencia esencial, entre otras muchas―, en la crisis debe primar la eficiencia, persiguiendo el triunfo sobre el virus, pero balanceándolo con el precio a pagar.

 

La peor culpa gubernamental en la gestión de nuestra crisis pandémica proviene del 8-M. Día en el que el feminismo radical voceaba por las calles que “el machismo  es más mortal que el coronavirus”.“Celebración” que forzó el retraso del comienzo de la lucha contra el Covid-19 y favoreció la rápida expansión del virus. No prohibir sino, por el contrario, promocionar desde el Gobierno las multitudinarias manifestaciones del 8-M, cuando ya había muertos, fue una imperdonable irresponsabilidad y una supina muestra de falta de instinto político de Pedro Sánchez. El periódico alemán Der Spiegel, el pasado 15 de abril, lo sintetizaba así: “El Gobierno español comenzó la lucha contra el virus tarde, probablemente, demasiado tarde”. Algo que don Pedro, con decenas de miles de muertos en su mochila, difícilmente logrará borrar de la memoria colectiva, a pesar de su estomagante relato televisivo; no por mucho hablar, se empatiza más. La gestión gubernamental de la crisis, en definitiva, no ha sido, no está siendo, ni eficaz ni eficiente.

 

Y luego, está ese “hacer la guerra por su cuenta” de Torra. Algo que el “molt” ha elevado a la categoría de arte frustrado, no perdiendo ocasión de poner enfurruñados palos en las ruedas de la gestión gubernamental. Es su manera de marcar diferencias, intentando mantener movilizados a los más fanáticos separatistas. Ejemplos de ello hay un montón, entre otros: oponiéndose a que los militares desinfectaran en Cataluña; retrasando y encareciendo la obra de un hospital de campaña en apoyo del hospital Turí de Sabadell; escaqueando el conteo de fallecidos; oponiéndose a la Operación “Zendal”, del Ejército, en apoyo al ministerio de sanidad, para un estudio nacional de seroprevalencia; o racaneando la entrega de datos para la Red Nacional de Vigilancia Epidemiológica. Porque, como escribía Ignacio Cembrero, el pasado 26 de abril, en El Confidencial: ”cuantos menos datos tenga Sanidad, más difícil le resultará tomar medidas aplicables a Cataluña”.

 

Y, en el culmen de esa desvergonzada guerra por su cuenta, la consejera de presidencia y portavoz del gobierno catalán, Meritxell Budó, declaraba recientemente que “en una Cataluña independiente, no hubiese habido tantos muertos”. Rastrera afirmación para intentar zafarse de sus responsabilidades y ocultar el desastre hospitalario regular en Cataluña. Una comunidad cuyo gobierno, confundiendo ideales con ideología, y primando ésta sobre la salud pública, centra su acción política, económica, cultural y social en la potenciación del separatismo. Un hacer la guerra por su cuenta que es la prueba más rotunda de que, lo que ha provocado el Covid-19, no es una guerra, sino una crisis. Porque si realmente fuera una guerra, entonces Torra y la Budó, entre otros, no estarían donde ahora están. Al pan, pan, y al vino, vino.