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Desconfianza

Sánchez y su troupe, esnifando efluvios electorales autonómicos y, tal vez, generales, buscan, vía BOE, fidelizar a sus votantes con la pólvora del Rey.

 

El Gobierno está en bancarrota. No solo en la acepción económica del término ―que también―, sino, especialmente, en su crédito y autoridad. El enorme déficit de liderazgo exhibido por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la gestión de la crisis del coronavirus inyecta en vena la desconfianza. Cuando, en la televisión, aparece un miembro del Gobierno o el hilarante doctor Simón (quizás el mayor trolero del Reino), no son pocos los ciudadanos que, simplemente, no les creen. Digan lo que digan. Únicamente salvaría de la pira a los ministros Nadia Calviño (economía), Luis Planas (agricultura) y, solo en parte, a la histriónica Margarita Robles (defensa).

Sánchez y su troupe, esnifando efluvios electorales autonómicos y, tal vez, generales, buscan, vía BOE, fidelizar a sus votantes con la pólvora del Rey. Al mismo tiempo, nos machacan con una agobiante política informativa que ya se está volviendo contra ellos, por el desgaste que supone el profundo rechazo ciudadano a la gestión gubernamental de la crisis. Repudio plasmado en una relación inversamente proporcional entre la evolución (decreciente) de la pandemia, y el (creciente) griterío político y el popular en calles y redes. Rafael Calduch, catedrático de relaciones internacionales e historia global de la universidad complutense, lo puntualiza así: “empiezan a surgir manifestaciones espontáneas contra el Gobierno a pesar de las restricciones del estado de alarma”.

Parece en gestación una revuelta ciudadana. Las caceroladas en el barrio de Salamanca (Madrid) ―el barrio del adinerado Echenique―, que se están extendiendo a otras ciudades, no es más que la punta de un iceberg de contestación social. Los ciudadanos muestran así su repulsa a una estrategia gubernamental tardía, balbuciente e ineficaz tanto en la prevención como en la gestión de la crisis. Las continuas rectificaciones y cambios de criterio (mascarillas, “testeos”, movimientos, régimen escolar y  un largo etcétera) confunden y desalientan al respetable.

Resulta bien perceptible cómo la ideología está primando sobre la salud pública, contando con la connivencia de los apesebrados líderes sindicales. Es incoherente que, desde el Gobierno, se pida lealtad a la oposición, mientras se es desleal con gobiernos autonómicos y con sus conciudadanos. A este respecto, el acoso que está sufriendo la Comunidad de Madrid ―la única que ha quedado completa en la fase 0―, no es de recibo. Ese mantra gubernamental de que la gestión de la crisis “se rige exclusivamente por motivos sanitarios”, ya solo suscita carcajadas. En el día en que Julio Anguita (D.E.P.), cordobés de vocación y hombre honrado y coherente, está de cuerpo presente, parece oportuno recordar lo que otro cordobés, Séneca, en carta (II,6,) a Lucilio, decía: “Homines amplius oculis quam auribus credunt” (Los hombres dan mayor crédito a lo que ven que a lo que oyen).

La próxima semana, el Gobierno intentará que el congreso de los diputados prorrogue, por quinta vez, y durante un mes, el estado de alarma. Con tal motivo, los nacionalistas vascos seguirán haciendo el agosto con sus votos, obteniendo ventajas políticas y económicas. Y los separatistas catalanes intentarán retomar la infame “mesa de negociación”, como compensación a no obstaculizar tal prorroga.  Malos presagios. Pero, con todo, lo más grave será la inestabilidad de un escenario regido por la desconfianza de los gobernados en sus gobernantes. Y sobre la falta de confianza no es posible la gobernanza solvente de un país  tan complejo como España. Ergo….