The news is by your side.

Desgarrón argelino

Ahora, tras el ridículo naufragio, hay que aferrarse a la tabla europea para intentar que Bruselas salve nuestros intereses energéticos y comerciales (entre otros).

 

Desde que Tariq desembarcó en la bahía de Algeciras, en 711, los “diferendos” con nuestros vecinos del sur, incluso al precio de mucha sangre, han sido casi infinitos. Bien que, en nuestros días, mediante una política de equilibrio y ambigüedad  calculada, particularmente enfocada sobre el triángulo Madrid-Rabat-Argel, España se bandease aceptablemente en el marco de las relaciones, siempre complejas, con los países magrebíes. 

Eso, hasta la llegada de Sánchez ―ese negativo de Midas, que todo lo que toca lo convierte en boñiga―. El 18 de marzo pasado, nos despertamos con la noticia, filtrada por Marruecos, de que Sánchez, cuatro días antes, había enviado al Sultán una carta en la que le decía que su proyecto de autonomía, de 2007, para el Sahara Occidental “es la base más sólida, realista y creíble para la resolución del diferendo”.  

Con tal documento, Sánchez, motu proprio, hacía saltar por los aires una política de buena vecindad, practicada durante decenas de años, que era respaldada por abrumadora mayoría de las fuerzas políticas. Asimismo, siendo España la antigua potencia administradora, regalaba la carta de soberanía a Marruecos sobre el Sahara, sin beneficios garantizados para nuestro país. Igualmente, se pasaba por el arco de triunfo las resoluciones de Naciones Unidas sobre el tema, decantándose a favor de las tesis de Marruecos y en contra de las de Argelia, su furibundo enemigo. También despreciaba el artículo 97 de la Constitución que atribuye al Gobierno, y no a su presidente en solitario, la “dirección de la política exterior”. Igualmente traicionaba su propio programa electoral sobre política exterior. Y, asimismo, menospreciaba los usos y costumbres (en un país supuestamente democrático) de “pasar” un tema de estado de tan profundo calado por el parlamento o, como mínimo, por el principal partido de la oposición. 

Es de suponer que, para la ejecución de tan supremo bodrio político, Sánchez habría utilizado como amanuense al ministro de asuntos exteriores, Albares, un engolado consejero de embajada (en la carrera diplomática), al que Sánchez regaló un uniforme de ministro de AA. EE. que le viene muy grande ―es como si a un coronel en activo le nombraran JEMAD―. Es difícil de encontrar en los últimos tiempos una gestión diplomática tan deplorable como la que, con Sánchez en la Moncloa, estamos sufriendo  los españoles (incluyendo, previsiblemente, nuestro propio cuerpo diplomático). Albares, al que se le ha puesto cara de fusible (como sucedió con González Laya) también ha logrado lo que parecía imposible: hacer bueno a Moratinos. 

No es de extrañar que Argelia, el tan cacareado “socio estratégico, prioritario y fiable” haya suspendido el tratado de Amistad, Buena Vecindad y Cooperación suscrito con España hace 20 años. Ahora, tras el ridículo naufragio, hay que aferrarse a la tabla europea para intentar que Bruselas salve nuestros intereses energéticos y comerciales (entre otros). Pero, roto el equilibrio, pasarán muchos años ―cuando hasta el recuerdo de Sánchez se haya esfumado―, para que se pueda zurcir el desgarrón que la parejita Sánchez-Albares ha hecho a la fiabilidad de España en los asuntos magrebíes. Entre otros.