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Economistas de la verdad

A uno bien que le gustaría brincar de alegría, creyendo en la lealtad del maridaje Sánchez-Iglesias por el bien de España.

 

En Los Hechos 9 (y con permiso de don Bernardito), se narra cómo un Pablo, de Tarso, se cayó  cegado por la Luz camino de Damasco. Y milagrosamente se convirtió, pasando de azote de cristianos a paladín de la Iglesia. Otro Pablo, ya Iglesias, asimismo se cayó cegado por las lágrimas, tras la investidura de Sánchez, al adivinarse subido a los altares gubernamentales. Y, también milagrosamente, el de Galapagar se convirtió, pasando de manantial de insomnios a bálsamo relajante.  Esto se llama pedagogía de los hechos. O, en castizo, diferencia entre tocar y no tocar pelo.

El tema no es de análisis sino de fe. De credibilidad. De creer todo, o del todo. O de no creer en nada. También del grado de confianza en los demás. O, incluso, de la valoración del parecer propio. A uno bien que le gustaría brincar de alegría, creyendo en la lealtad del maridaje Sánchez-Iglesias por el bien de España. O confiar en el buen entendimiento entre Sánchez y Casado, tras su prevista reunión de mañana, 17 de febrero, en la Moncloa.  Qué gran descanso supondría creer ―otra vez la fe por medio―, que, por fin, la niebla de la incertidumbre en la gobernanza de España empezaba a despejarse.

Pero mover montañas parece hoy más fácil que despejar del paladar el amargor de la duda. Porque la verdad ha pasado a ser un bien insólito. Casi nada es lo que parece. Por mero ejemplo, el supuesto representante ordinario del Estado en Cataluña solo es eso: un ordinario. Ni representa al Estado, ni a Cataluña y ni tan siquiera a sí mismo.  El Gobierno tampoco gobierna: un inhabilitado por malversación y condenado por sedición es quien, desde la cárcel, dicta la política del Ejecutivo. ¿Y qué decir de las contradictorias “versiones” del ministro Ábalos sobre su zascandileo trasnochador, en Barajas, con la vice venezolana? Y, no digamos, de la exótica chicuelina de la ministra de asuntos exteriores, González Laya, haciendo al venezolano  Guaidó, al mismo tiempo, “presidente encargado” y “líder de la oposición”. Es decir, “presidente en el exilio interior”. Qué alegre desmarque de la doctrina comunitaria, que todavía hunde más a España en la irrelevancia, en el seno de la UE.

Y don Pedro Sánchez y don Pablo Iglesias aparentan estar encantados de conocerse. Al ser tan altas autoridades del Estado, no osaría calificarles como mentirosos compulsivos. Solo me atrevo a afirmar que, sin que ninguno de ellos sea un genio ni de la economía ni de la verdad, sí son grandes expertos en hacer grandes economías con la verdad.  Parece igual, pero no es lo mismo.