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El alma de las fiestas

Ahora, en pleno desmontaje de la efímera ciudad de las doscientas mil bombillas, me llegó un sucedido de años pasados.

 

De admitir la existencia de un alma para cada ciudad, excluidas las de similar configuración,  quedándonos con las singulares por sus emblemáticos edificios y cargadas de leyendas, Sevilla tendría en la Semana Santa y Feria grandes connotaciones anímicas.

Si el yo personal constituye el concepto más complicado para el conocimiento de uno mismo, mucho más resulta el colectivo, identificado con la identidad de los pueblos. Así como los cerebros terminan anclados en dualidades entre el consciente y el inconsciente ─el deseo de creernos de un modo y la realidad percibida por los demás─, la llamada alma de las ciudades pertenece por definición al acervo poético.

Nuestro pasado evolutivo, pesado como un lastre, marca comportamientos automáticos con respuestas poco meditadas. Dicha mi torpe y brevísima exposición teórica, reconozco ¡faltaría más! la suficiencia de doctas personas, desde antropólogos, psicólogos o neurólogos, incluidos los incontables libros y artículos publicados.

Ahora, en pleno desmontaje de la efímera ciudad de las doscientas mil bombillas, me llegó un sucedido de años pasados. Alguien nos presentó, quedándonos en un dúo frente al mostrador de una animada caseta. Pegamos el hilo conversador mientras la manzanilla ─entonces el ‘rebujito’ era desconocido─  animaba fantasías, entre otras razones por sumergirnos en una situación bulliciosa y, sobre todo, aparente.

 

De pronto, mi interlocutor soltó con autoridad: «Ponga una ración de jamón y otra de langostinos».

 

Al ubicarlo en una presunta economía débil, de inmediato me dirigí al camarero: «Un momento, por favor, debemos discutir el pedido…». Pero un enérgico gesto lo motivó para cumplir el encargo. Mi mesurada hacienda y  filosófico pensar donde la diversión arranca del interior, me impulsó: «Te van a cobrar un dineral, no es necesario, unas tapitas normales son suficientes, lo principal es el buen rato de charla». Le brotó una sonrisa, me puso un brazo sobre el hombro y dijo con tenue voz: «No te preocupes, tengo una cuenta abierta de acuerdo con el banco donde trabajo y a lo largo del año la liquido cómodamente».

La anécdota la he comentado como inédita pero repetidas veces afirmaron mi equivocación. «Es muy normal, igual ocurre en el convite y gastos en las primeras comuniones, bodas u otros eventos: todo se paga a plazo con tal de impresionar…». De lo cual deduzco unos alardes fanfarrones de muchos sevillanos, atrincherados tras el mejor traje, corbata, relojería de tronío y demás abalorios como si el recinto ferial fuese una pasarela de la moda y en absoluto un lugar sencillo donde la comodidad imperase.

El figurar en Semana Santa reviste escenas hilarantes de postureos. Las tales han dado y seguirán proporcionando material clasificable para psicólogos. Es el caso de las muchas representaciones ‘laicas’. En una cofradía, al llegar un nuevo hermano mayor, le propusieron a los miembros de una institución el salir de nazarenos si tanto interés tenían en acompañar a la Virgen, su patrona. «Comprendan el contraste, el chirrido visual de unos señores de paisano incrustados entre supuestos penitentes presidiendo la cofradía…». Los tales devotos pusieron gritos en el cielo, indignados ante la novedad por el anonimato tras un antifaz capirotero. Porque la cosa consistía en figurar ante el respetable, repartir saluditos y, claro, ‘disfrutar’ en primera línea del evento. Mientras, otros cofrades acumulaban años para lograr lugares tan deseados.

Los rasgos de nuestro comportamiento han surgido después de muchos hábitos inconscientes adquiridos en las primeras etapas educativas donde la reflexión se ausenta o sofoca. No creo en la perfección de la naturaleza ni tampoco en el deseo colectivo de buscar las verdades de casi nada, solo en aquello generador de satisfacciones. A lo largo de nuestra vida el cerebro acumula esquemas psicológicos de difícil modificación,  baluartes entre el libre pensamiento y la realidad. Pero, ¡pocos descubrimos nuestros defectos aunque solo ellos nos hagan diferentes, tal el impresionar!