Bobility: el arte de parecer sin ser
No resulta por tanto extraño que los aparatos de los partidos políticos utilicen el artilugio conceptual de la 'bobility'
“Bobility es un artilugio conceptual mediante el cual la clase privilegiada adquiere parte del prestigio de ciertas virtudes respetadas por la sociedad, sin la inconveniencia de tener que practicarlas gracias a que la misma palabra se aplica tanto a los practicantes de las virtudes como a los ocupantes de posiciones de privilegio. Es, al mismo tiempo, una manera de reforzar el atractivo de esas virtudes, asociándolas, mediante el uso de los mismos apelativos, al prestigio y al poder. Pero todo esto hay que decirlo, y decirlo es sacar a la luz la incoherencia lógica interna del concepto, incoherencia que, en efecto, es socialmente funcional”, así, de esta fantástica manera, define, el fenómeno de la bobility Gellner en su libro ”Cause and meaning in the social sciences”.
Tiene sus orígenes en las sociedades con grupos aristocráticos que sólo pueden existir si siguen reproduciendo ese estrato aristocrático y sus virtudes asociadas. La dificultad, en una sociedad cerrada, de que se mantengan estables las virtudes originales de la aristocracia hace que se entienda que el locus, el lugar estructural del grupo entendido como un todo, proporciona sus valores y su identidad a cada uno de sus miembros. Efectivamente, cada miembro de la aristocracia participa de todo lo que configura el valor diferencial del grupo, tal como en “Algunos aspectos de la adquisición del lenguaje” establece Stemmer “Es como si una substancia de valor duradero corriera por la sangre de los diversos miembros de una aristocracia generación tras generación”.
Así pues, estamos en presencia de unos valores heredados, asignados por la pertenencia a un grupo, y que no son el resultado de logros individuales. Su relevancia dentro del grupo no está fijada, puede ganar o perder posición en relación con otros componentes del grupo.
Parece evidente que el uso de la bobility desbordó su aplicación exclusiva a la sociedad aristocrática y la construcción elitista de la cultura que se realizó en la Ilustración se sirvió, con una frecuencia irritante, del concepto como justificación para promover y legitimar la posición de poder y gobierno de sus élites.
Realmente, tras revoluciones, involuciones e institucionalizaciones de nuevos-viejos sistemas, en nuestro tiempo de pandemia y de “guerras culturales” las concepciones de cultura jerarquizada, de cultura entendida como sustantivo y escrita con mayúsculas, vuelven a convertirse en justificación de nuevos establishments, con su bobility como artilugio.
De hecho, el concepto de «bobility» no es, en absoluto, incoherente, como afirma en la definición Gellner, incluso si se acepta que la ambigüedad de la palabra permite que se use en el discurso político para consolidar la legitimidad de una clase dominante y por tanto, en principio, también para socavar esa legitimidad.
No resulta por tanto extraño que los aparatos de los partidos políticos utilicen el artilugio conceptual de la bobility para proporcionar a sus componentes las virtudes que, en su momento, reverenciaron a aquellas personas que, con sus actos, generaron nuevos sistemas políticos.
Eso si, claro, los inconvenientes de practicar tales virtudes justicia, solidaridad, conocimiento, legitimidad quedan al margen y, siendo perfectamente evitables por nuestro artilugio, les permite ser liberales sin serlo, patriotas sin sentirlo o bien socialistas sin haber entendido jamás el concepto.
Repetidamente en las encuestas al preguntar a la ciudadanía vemos aparecer la bobility. Generalmente la izquierda se sitúa en mejor posición en su capacidad de redistribución y política social, mientras que la derecha aparece como la mejor opción de gestión. Pero, sus actuaciones nos muestran una y otra vez que esos valores y virtudes que asignamos a los diferentes grupos y que ellos se apropian sin ningún pudor, se estrellan contra la realidad diaria de sus acciones políticas. El profundo deterioro de los servicios públicos, acrecentado de forma dramática durante la pandemia, con una sanidad colapsada e inmersa en un proceso acelerado de privatización del mismo modo que la educación, afecta por igual a los valores que la bobility atribuye a la izquierda y a la derecha. Son frecuentes las apelaciones a la democracia de la propias organizaciones que, generalmente, eligen a sus líderes de forma opaca o con sistemas de votación indirecta, más propias de tiempos de clandestinidad o de dificultades de comunicación.
Por supuesto, el discurso político emplea mentiras, medias verdades, trucos lógicos y la imparable avalancha de las “fake news”. Pero los miembros de los partidos, al menos para gran parte de sus simpatizantes, no se ven afectados por la compulsividad de su discurso. No obstante, no podemos olvidar que lo mismo que asigna legitimidad, la bobility puede provocar la deslegitimación de los grupos políticos y, por ende, de la política.
Pero creo que, en pocos momentos como ahora, la política ha sido tan necesaria en un entorno de crisis del estado nación, pese a los absurdos rebrotes de nacionalismo, claramente superado por la globalización. Quizás uno de los planteamientos más claros en estos momentos lo tenga Rodrick y su trilema :“es imposible conseguir al mismo tiempo, la hiperglobalización económica, la democracia política y la soberanía nacional. Las tres opciones simultáneas son incompatibles por lo que nos veremos obligados a escoger solo dos de ellas”.
Las soluciones que los ciudadanos pedimos a los políticos, en la confianza que los valores que les asigna la bobility sean reales, se ven frustradas una y otra vez al comprobar que las grandes decisiones económicas se toman en espacios donde no contamos con representación.
No tengo dudas de que la bobility está legitimando y asignado virtudes y valores a otros grupos de poder que ejercen su influencia sobre entornos que poco a poco se van desligitimando, por eso considero que fortalecer y democratizar la política es más necesario que nunca.