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El complejo mundo de la psiquiatría

Lejos estamos de esa locura deseable definida por Erasmo de Rotterdam: «Es la del alma libre de preocupaciones y angustias, inundada de deliciosos perfumes».   

 

Tuve ocasión de intercambiar ideas con un conocido catedrático de la facultad de medicina. Quizá su especialidad de oncólogo le daba un talante pragmático y, en una de las distendidas charlas, salieron a relucir sus colegas psiquíatras. «Mire, navegan en un mundo deslizable donde la especulación domina y disfraza el misterio de la mente…». Me sorprendió su afirmación.

Han transcurrido muchos años y, aunque algo más sé del cerebro, declaro sin ambages mi intención de culturizarme en tan enigmático y fundamental órgano, residencia oficial de los yoes. Resulta evidente la escasa dotación del mencionado órgano comparado con los mecanismos reguladores de otras partes del sistema nervioso. Cabría decir —dicen los expertos— un alumbramiento fisiológico de las esquizofrenias y las paranoias. .

Andamos ansiosos de mirar y ser mirados hondamente a los ojos para acariciarnos el alma con el bálsamo de la comprensión, a pesar del aislamiento producido por tantos artefactos tecnológicos. Sin duda, la mayoría de los individuos estamos tarados por orgías de pensamientos emocionales, junglas de agresión y violencia, mucho más en un presente alocado por la ―repito―invasión técnica. Hace poco, una moza asiática viajera en un autobús sufrió un ataque de histeria al comprobar una avería en su móvil, siendo grabada su alteración y proyectada al mundo, poniendo de manifiesto una peligrosa dependencia.

Mi amigo, el catedrático, seguirá anclado en los escasos avances relativos a la mente porque a los humanos nos cuesta rectificar, encariñados con nuestras ideas. Impresiona el arduo trabajo cerebral a golpes incontrolados de emociones, donde  las creencias e increencias encuentra su ring pero sin árbitro. Igual pululan ensoñaciones desmedidas junto a la cruel realidad.

En otra ocasión, este tema no habría ocupado mi interés, pero las noticias sobre el famoso psiquíatra sevillano me hicieron pensar. Ahora, quizá tenga la necesidad en estas circunstancias lamentables de acudir a un compañero, teóricamente más preparado, al sucumbir su mente en los oscuros pozos donde reina el caos, la nada y conceptos llenos de contrastes.

Existen personas con gran propensión a la pederastia, por ejemplo; pero desconozco si merecen la exculpación al inducirle su ‘averiado’ cerebro a ello. Suelen ocurrir demasiadas reincidencias cuando salen de la cárcel, incrustadas sus acciones y recompensas en lo más profundo de su mente, bloqueados a los envites sanadores de los psiquiatras y psicólogos.

¿Fallan los procesos químicos alterando los circuitos establecidos como frenos de los impulsos genéticos de violencia asociados con la supervivencia, la búsqueda de comida, el placer o el sexo? ¿O los procesos educativos fallaron con estrépito?

Aseguran el permanente cambio del cerebro, incluso en la vejez perdiendo conexiones neuronales. Espero tarden mis pérdidas o su progresiva disminución sea disimulada ―tengo sospechas al respecto― para evitar me confundan con una planta necesitada de un tiesto y riego.

Alonso Quijano, harto de casi todo, abrazó una locura saldable para alcanzar lo sublime…, tan unido a lo ridículo. Tal vez, los denominados españoles no seamos capaces de comprender ese otro universo  donde orbita el planeta del independentismo. La locura de don Quijote ─dicen─ no se identifica con patrón alguno psiquiátrico y, por ello, quizá comprenda la sinrazón de los separatistas catalanes. Puede nuestro presidente estar en posesión de dotes paranormales para comprender la naturaleza de los ectoplasmas emanados por los rufianes y compañías.

Lejos estamos de esa locura deseable definida por Erasmo de Rotterdam: «Es la del alma libre de preocupaciones y angustias, inundada de deliciosos perfumes».