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El desafío del paso ordinario

El varapalo de la Audiencia Nacional al ministro del interior Grande-Marlaska  ha sido estridente.

 

Pasada la Semana Santa, y ya vacunado con la primera dosis de la Moderna, tengo el pálpito de  que la cuarta oleada del Covid-19 va a resultar menos dañina que las tres anteriores. Y, consecuentemente, que llegaremos al verano con una situación sanitaria menos insufrible. 

Los cuentistas catalanes (ERC, JxCat y CUP) no han logrado pactar la investidura de un presidente separatista de la Generalidad. De seguir así, y como parece difícil que ERC y el PSOE sanchista pacten un gobierno autonómico, no es descartable que haya una repetición de elecciones en Cataluña. No sé si eso será mejor o peor para el conjunto de España porque, hasta que no se desenrede el nudo catalán, difícilmente podrá aclararse el lío nacional que, este sí, demanda nuevas elecciones legislativas. Y, ya soñando, quizás incluso lleguemos a ver cómo Bélgica entrega a Puigdemont a la justicia española. Claro que el proceso en marcha para indultar a los delincuentes del procés podría ser utilizado por los belgas, como coartada para seguir amparando al fugado.  

El varapalo de la Audiencia Nacional al ministro del interior Grande-Marlaska  ha sido estridente. La sentencia judicial ha ordenado la restitución del coronel Pérez de los Cobos, a su destino, del que fue “ilegalmente” cesado, como jefe de la Comandancia de la Guardia Civil de Madrid. Lo más grave de la situación es la amplia y pública celebración del fallo en el conjunto de la Benemérita. Rechifla que también alcanza de lleno a María Gámez (DIGENGUCI). Así es que, con independencia de que quepa recurso, y en beneficio de la jerarquización y disciplina proverbiales en la Guardia Civil, procedería que ambos, ministro y directora general, si todavía le quedara algo de vergüenza torera, hicieran mutis por el foro.     

Al que no le queda nada de vergüenza, si es que alguna vez la tuvo, es a Pablo Iglesias. Acaba de calarse la sudadera con capucha, que es su uniforme de desarrapado candidato vallecano a las elecciones de la CA de Madrid. Como si el hábito hiciera al monje, que vive en un casoplón en Galapagar. Engañoso disfraz que complementa con dos registros de voz. Uno, de tono enternecedor, para aconsejar la conjunción de esfuerzos de la izquierda en la campaña. Y, el otro, de tono provocador y guerracivilista, para evitar que el PP, que parece rozar la mayoría absoluta, vuelva a formar gobierno tras las elecciones del 4-M. Lo que no ha cambiado en don Pablo es su acreditada práctica como sobón, según mostró con el “repaso” que dio a la nueva vicepresidenta, Yolanda Díaz, con la disculpa de felicitarla por su nueva cartera. 

Madrid se ha convertido en el objetivo estratégico de una batalla de todos contra todos y, especialmente, entre el Palacete de la Moncloa y la Real Casa de Correos. Son llamativas las listas cargadas de nombres de relumbrón (Iglesias, “sosoman” Gabilondo, Irene Lozano…). Aunque, me temo, si tales “estrellas” no tocaran pelo gubernamental tras el 4-M previsiblemente abandonarán la Asamblea madrileña, para que corran las respectivas listas. Vaya, lo que se llamaría fraude de ley o, si se quiere, estafa a los respectivos votantes. En todo caso, el 4-M, más que elecciones autonómicas, van a ser una suerte de primarias de las generales de 2021.

Y, a pesar de todo ello, quizás como efecto de la vacuna, percibo que todavía hay esperanza, bien que resulte casi imposible superar el escepticismo supino al certificar cómo, en la política española, resulta imposible alcanzar visiones comunes. Tras un mal primer trimestre, abordamos pues una nueva etapa que se adivina intensa y plena de expectativas. Incluso de mejoría general. Olvidemos el paso lento y adoptemos, si no el legionario, al menos el ordinario.