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El día que el PCE apoyó la invasión de Polonia

El actual Vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, defendió hace poco el comunismo con orgullo e ilusión en sede parlamentaria.

 

17 de septiembre de 1939. Mientras el Ejército Polaco resistía a duras penas a la Wehrmatch alemana en una guerra que ya estaba irremediablemente perdida, el Ejército Rojo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) cruzó la frontera polaca. El 25 del mismo mes ya había llegado a la línea de demarcación en los ríos Bug y San establecida en el Pacto Mólotov-Ribbentrop firmado el 23 de agosto de 1939 en el Kremlin. Junto a él, se había añadido un Protocolo Adicional Secreto que colocaba Finlandia, Estonia y Letonia dentro de la esfera de influencia soviética, dejando Lituania a los alemanes. Un protocolo posterior modificó este reparto y reservó Lituania para los soviéticos cambio de una porción mayor de Polonia para Hitler. Cuando concluyeron las operaciones, se celebró un desfile de la victoria conjunto y el NKVD, la policía política del régimen comunista dirigida por Lavrenti Beria, uno de los acólitos más despiadados de Stalin, entró en masa en el país.

 

Como acertadamente ha destacado el historiador Chris Bellamy, las órdenes de Beria ‘son preceptivas y dignas de estudio para aquellos que planifican un cambio de régimen en el extranjero’. Las instituciones soviéticas se impusieron al amparo del ‘Terror de clase’ que, como ya había señalado Marx en sus escritos publicados en la ‘Nueva Gaceta Renana’ en 1848, implicaba la eliminación y el exterminio de los pueblos considerados reaccionarios. El polaco sin duda lo era, especialmente sus élites sociales, políticas e intelectuales. En coherencia con ello, cientos de miles de personas (hombres, mujeres, niños y ancianos) fueron deportados a Siberia y Kazajstán con el objetivo de que perecieran allí o, en su defecto, trabajaran hasta la extenuación y la muerte. Parte de estas víctimas fueron a parar al sistema del GULAG, la red de campos de concentración y de trabajo que constituyó una de las piedras angulares de la economía soviética durante los gobiernos de Lenin y Stalin. Y, finalmente, otro grupo menos afortunado fue seleccionado para morir. El más famoso de todos fue el que protagonizó la conocida como ‘Matanza de Katyn’, que no sólo se llevó a cabo en este oscuro bosque a las afueras de la ciudad de Smolensk sino que se distribuyó en diversos centros de exterminio tales como Kalinin, Kurapaty, Bykivnia y Járkov.

 

Los planes de Stalin eran claros: corregir el fracaso soviético en Varsovia en 1920, que supuso la derrota de la ofensiva expansionista soviética para exportar la revolución a la Alemania de Weimar y, posteriormente, a todo el mundo. Así lo declaró Lenin en su intervención en la IX Conferencia del Partido Comunista de Rusia el 22 de septiembre del mismo año. Desde 1921, la Rusia Soviética llevaba colaborando en secreto con los alemanes para ayudarles a burlar el Tratado de Versalles, lo que se materializó en diversos acuerdos de asistencia militar mutua y ejercicios que permitieron, entre otras cosas, a los alemanes empaparse de la doctrina militar de las ‘operaciones profundas’ desarrollada por el militar soviético Mijaíl Tujachevsky y que sería precursora de la posterior ‘Guerra Relámpago’. El mismo Stalin no dudó en plasmar sus intenciones en sus ‘Obras’: trabajar por el estallido de la guerra en Europa a la vez que la URSS se mantenía al margen para, una vez que los contendientes se hubieran agotado y las instituciones políticas ‘capitalistas’ -véase parlamentos, sindicatos, tribunales de justicia- fuesen barridas del mapa, hacer que el Ejército Rojo avanzara, conquistara estos territorios implantando la revolución y apareciera como ‘libertador’.

 

Cuando la primera fase de ese plan se puso en marcha, el dictador soviético, sirviéndose de la Internacional Comunista y, por tanto, del resto de partidos comunistas repartidos por todo el globo y correas de transmisión de la política exterior soviética, obligó a los comunistas europeos a defender el pacto con Hitler, la colaboración con los nazis y -lo que es más importante- a sabotear la resistencia nacional en los países ocupados por los alemanes. Georgi Dimitrov, que era el Secretario General de la Tercera Internacional, declaró públicamente la consigna a seguir: la ‘fascista’ Polonia, tierra de terratenientes y explotadores no debía ser defendida bajo ningún concepto. La eficaz maquinaria propagandística de los comunistas se puso en marcha con una efectividad siniestra. Y aquí es donde entra el Partido Comunista de España (PCE).

 

En 18 de febrero de 1940 se publicó el primer número de ‘España Popular’ periódico oficial del PCE editado en México. En él, Dolores Ibárruri ‘La Pasionaria’, uno de los líderes más importantes del partido y quien, desde 1942, sería su Secretario General, publicó un artículo en portada titulado ‘La social-democracia y la actual guerra imperialista’, en el cual criticó sin tapujos la intervención de Inglaterra y Francia en ayuda de Polonia afirmado que ‘dicen ayudar (aunque bien sabemos hoy cuánto vale esta ayuda) a Polonia, donde millones de ukranianos, bielorrusos y judíos ni siquiera tenían el derecho de hablar libremente su idioma, y vivían en condiciones de parias.’ Especialmente importante es este pasaje, teniendo en cuanta que esta invasión supondría para los judíos el exterminio en cámaras de gas. Fue incluso más allá al poner de manifiesto que ‘se declaraban solidarios con los gobernantes de la Polonia reaccionaria, desaparecida sin honor y sin gloria, porque los terratenientes polacos, los coroneles venales y que formaban su gobierno y que no representaban la voluntad del pueblo polaco -que no tenía ni voz ni voto para decidir sus destinos-, representaban, sin embargo, los intereses de los banqueros y grandes capitalistas de Londres y París’.

 

La misma existencia de Polonia fue criticada y defenestrada, de acuerdo con los presupuestos comunistas soviéticos: El deseo de restablecer de nuevo aquel cordón sanitario, aquella base para ataques militares contra el país del Socialismo, que era el papel que jugaba Polonia, Estado creado artificialmente y que era un conglomerado heterogéneo, creado por el Tratado de Versalles: Polonia no debía servir a otro fin.’ Y finalizó con un llamamiento y una proclama: ‘¡La Polonia de ayer, cárcel de pueblos, República de campos de concentración, de gobernantes traidores a su pueblo, que estaba constituida a la imagen de la democracia de los Blum y Citrine! La socialdemocracia llora sobre la pérdida de Polonia, porque el imperialismo ha perdido un punto de apoyo contra la Unión. Soviética, contra la patria del proletariado. Llora por la pérdida de Polonia, porque los ukranianos, bielorrusos, trece millones de seres humanos, han conquistado su libertad. Como durante la guerra de España, ellos se encuentran hoy al lado de los enemigos de la Humanidad.’

 

         No deja de ser paradójico -en una muestra más del cinismo de los defensores de los sistemas totalitarios tan dados hoy a definirse a sí mismos como demócratas– que el PCE se librara a una serie de imputaciones falsas hacia Polonia para justificar su invasión y destrucción que sí hubieran ganado en veracidad de haberse hecho contra la Unión Soviética, un Estado que llevaba ya más de veinte años exterminado sin piedad a grupos enteros de seres humanos, exactamente igual que lo que en ese mismo momento y con su ayuda estaban haciendo los alemanes. Los millones de ucranianos y bielorrusos a los que hace referencia Ibárruri padecieron, bajo los sistemas comunista y nacional-socialista, un sufrimiento sin parangón en su historia. Exterminados bajo el totalitarismo cuya imposición el partido político español, como otros de su misma cuerda, apoyó justificó y, finalmente, silenció. La mejor definición de ello la proporciona el también historiador Timothy Snyder en su excepcional ‘Tierras de sangre. Europa entre Hitler y Stalin’: ‘Tanto en la Unión Soviética como en la Alemania nazi, las utopías se proclamaban, se confrontaban con la realidad y después se realizaban a través del asesinato en masa’.

 

Hoy en día tenemos en el Parlamento de España partidos políticos, algunos incluso con el mismo nombre, que se siguen identificando con los idearios que causaron la muerte de millones de personas. No sólo en lo que supone a las siglas y a las banderas, sino también a sus prácticas. El actual Vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, defendió hace poco el comunismo con orgullo e ilusión en sede parlamentaria. Y sin ir más lejos, el Ministro de Consumo, Alberto Garzón no sólo se ha identificado de manera explícita con estos planteamientos, sino que ha exhibido públicamente sus símbolos. Ahora, aniversario del inicio de la Segunda Guerra Mundial, conviene que quienes sabemos que la Democracia y el Estado de Derecho es la única fórmula válida de convivencia social, nos apuntemos la lección y combatamos el discurso totalitario allá donde se manifieste.

 

El artículo de ‘La Pasionaria’ se adjunta como documento para su consulta por parte del lector.

 

‘Dicen ayudar (aunque bien sabemos hoy cuánto vale esta ayuda) a Polonia, donde millones de ukranianos, bielorrusos y judíos ni siquiera tenían el derecho de hablar libremente su idioma, y vivían en condiciones de parias.’ Dolores Ibarruiri (Pasionaria)