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En busca de la perdida sociedad civil

Como observarán, este descaso semestral no me ha servido para recuperar el optimismo.

 

Permítanme ante todo perdir perdón al director de esta página, Pepe Fernández, y a mis escasos lectores a quienes he abandonado durante seis meses por mor del hartazgo político en el que llevamos sumidos estos últimos años y por la puta pandemia inacabable e infinita que, pese a las vacunas, parece perpetuarse en el tiempo condenándonos, como decía Santa Teresa, a vivir sin vivir en nosotros mismos.

 

Dejé en junio de publicar estos artículos porque pensaba que no aportaban nada. La situación era tal que la decepción y el pesimismo social había arraigado en lo más profundo de la clase media española provocando el auge de los populismos de todo signo y, lo que es peor, el enfrentamiento visceral de una sociedad históricamente acostumbrada a suicidarse por la defensa del negro o el blanco, del rojo o el azul, del bien o del mal. Aqui nunca han existido los matices, los términos medios en los que se basan los consensos, El gris o el verde sólo han sido los colores de los mediocres, de los polis o de los béticos. Y así nos ha ido siempre. Nos han manipulado a su antojo y nos han condenado a ser los siervos de la gleba de clases dirigentes sin escrúpulos a quienes los intereses generales de la sociedad se la traian al fresco. En estos momentos, la utilización de los poderosos medios de comunicación de masas, televisión y redes sociales, sobretodo, nos conducen como borregos al matadero de sus intereses.

 

Pero, vámonos que nos vamos. A lo que iba. Se habla ahora mucho de la sociedad civil. Se pide que se movilice para rechazar o aplaudir las decisiones de quienes nos mandan. Que alce la voz para pronunciarse y obligar a los gobiernos a rectificar y a modificar si es preciso sus políticas. Pero seamos serios, esa denominada sociedad civil, generalmente formada e informada, no existe, es una entelequia creada por ellos mismos, una excusa que sacan a relucir cuando carecen de poder propio para imponer sus tesis. Hagan una encuesta entre los millones de españoles con derecho a voto. ¿Cuántos de ellos leen libros que no sean de cocina o de autoayuda, conocen la historia, la filosofia, la ciencia, el arte, la economía de nuestro país? Una minoría cuyo poder de decisión queda acorralado en tertulias de café sin que sus debates y propuestas salgan del comedor en el que reunen casi siempre personas de similar ideología donde los debates de diversas opiniones contrapuestas brillan por su total ausencia . Y si sale alguna propuesta, les aseguro que su difusión en medios de comunicación llamados serios es meramente testimonial.

 

En esta sociedad de las televisiones cutres, del Sálvame, de los realitys de supervivencia, de cocina, de sexo, de fútbol, de manipulación política, del Twitter, Instagram, Tic-toc o Facebook, la llamada ostentosamente sociedad civil queda como simple espectadora, adormecida y aletargada por su pura inoperancia. Que de vez en cuando surgan movimientos culturales o sociales reivindicativos de que existe un pozo de rechazo al cutrerío al que nos someten, no es sino un grano de arena entre el barrizal al que nos han condenado.

 

Por todo ello, cuando la sociedad, no la civil, sino la real, se lanza a la calle para expresar su descontento, siento que se me revuelven las entrañas, me crece la esperanza y sueño con que no todo está perdido. En estos graves momentos por los que atravesamos, con una Gobierno títere que se deja arrastar por populistas inanes, por separatistas vergonzantes y por ex asesinos reconducidos, es la sociedad real, la de la calle y no la de las tertulias, quien parece que comienza a despertar. Agricultores, ganaderos, autónomos, sanitarios, funcionarios, jubilados, policías y guardias civiles, hartos de ser el chivo expiatorio de unos dirigentes cuyo único objetivo es mantenerse en el poder, están dispuestos a movilzarse, a echarse a la calle en señal de protesta. Esa, y no otra, es la sociedad civil que reclamamos cuando la utilizamos en nuestros debates de mesa camilla. Esa, y no otra, es la sociedad a la que debemos acudir cuando nos sentimos pisoteados. Esa, y no otra, es la sociedad de la que formamos parte y a la que debemos apoyar, como decía Gabriel Celaya en “La poesía es un arma cargada de futuro”, a “la calle que ya es hora de pasearnos a cuerpo y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo”.

 

P.D.-No quisiera olvidar en este retorno articular a numerosos amigos con los que compartí vivencias, sentimientos y alegrías, y que desgraciadamente han fallecido en los últimos meses, dejándonos más huérfanos si cabe. A Tomás, Luis, Angel, Ramón, Felipe, José Ángel, Manolo, Antonio, y alguno más que ha desaparecido de mi vida por la dichosa pandemia o por pura ley de vida, a todos ellos mi agradecimiento especial, mi cariño y mis recuerdos que siempre quedarán grabados en mi memoria. Como observarán, este descaso semestral no me ha servido para recuperar el optimismo. Confío en que el nuevo año 2022 nos abandone definitivamente esta inacabable y cansina peste contemporánea y nos traiga a todos, incluída a la deseada sociedad civil, un futuro mejor y la esperanza de lograr reconducir a la sociedad actual hacia los valores humanistas que siempre nos han movido. O nos deberían mover.