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En la defensa de España y al servicio de su pueblo

Crece el clamor de los que se preguntan en qué manos estamos.

 

La naturaleza embravecida sigue denunciando la pequeñez de nuestra especie. Y, al  mismo tiempo que engordan las estadísticas de fallecidos a causa de la pandemia (cerca ya de 7.000), van también creciendo las muestras de encono político y de rendición a la oscuridad: crece el clamor de los que se preguntan en qué manos estamos. Y, sobre todo, si habremos de seguir en esas mismas manos cuando la crisis del coronavirus haya sido superada.

En el teatro español, los grupos políticos se afanan en la construcción del respectivo relato. Temiendo una “Noche de San Bartolomé” ―que ha de llegar―, en la que la ira popular exija responsabilidades políticas, o incluso penales, nadie quiere jugar el papel de hugonote. Los argumentarios sobre imprevisiones en la preparación y fallos de gestión de la crisis están fuertemente cargados de sesgo ideológico, y listos para repartir culpas entre los demás. Que si los recortes sanitarios. Que si la ineficiencia del sistema residencial. Que si la incompetencia de los otros políticos. Parece que solo falta empapelar a los fallecidos por insolidaridad con los vivos. La tontería más redonda la ha despachado la chica gubernamental de la igualdad, Irene Montero: “El 8-M hicimos lo que dijeron los expertos y las autoridades sanitarias”. Y se ha quedado tan pancha.

Somos víctimas de nuestros propios errores. ¿Acaso no se sabía que, en España, la sanidad está transferida a las Comunidades Autónomas?  ¿O se desconocía, tal vez, que nuestro ministerio de sanidad no tiene capacidad para ir mucho más allá de la portavocía de don Fernando Simón, o  la representación protocolaria del estado a nivel internacional? ¿Cómo podría así constituirse tal ministerio como vértice ejecutivo superior de la pirámide sanitaria?  El Covid-19 ha denunciado impúdicamente que, frente a la emergencia, ni había planeamiento de contingencia ni capacidad de gestión unificada de crisis. O, dicho de otra manera, nuestra organización sanitaria es solo para la “normalidad”. En ésta, al parecer, lo importante es la cuota catalana en el Gobierno, que materializa don Salvador Illa. Qué más da entonces que sea o no filósofo. Ese ministerio de pegote  podría encabezarlo cualquiera, desde un cazador de gamusinos a un sexador de pollos. Y, aun así, la pandemia está mostrando la enorme calidad moral y profesional de nuestro personal sanitario, muchas veces desprotegido, al límite del colapso y siempre incansable al pie del cañón.

Y, hablando de cañones, esta crisis simétrica ha demostrado la polivalencia de las FAS. Éstas están presentes en la práctica totalidad de las actividades que se están desarrollando contra el Covid-19; ya sea tratamiento de enfermos, o confección de equipos de protección individual, o levantamiento de hospitales de campaña, o rescate y cuidado de ancianos, o seguridad ciudadana, o servicios funerarios, o elaboración de productos farmacéuticos, o desinfección de estructuras, o trasportes por tierra, mar y aire, y un largo etcétera. Todo ello basado en una eficaz capacidad de planificación estratégica, así como de conducción y de ejecución coordinada de operaciones muy complejas a nivel nacional.

Tanto el Mando de Operaciones de las FAS, como todas las unidades y centros militares empleados en la operación Balmis están dando un bien audible do de pecho. Unidades muy especializadas como, por ejemplo, el Grupo de Intervención en Emergencias Tecnológicas y Medioambientales de la UME, o el Regimiento de Defensa NBQ Valencia nº1, mostraron, desde el mismo instante en que fueron requeridos, un alto grado de disponibilidad y preparación técnica. Es también sobresaliente, en el contexto del formidable esfuerzo logístico que supone la operación Balmis, el inteligente y eficaz trabajo del Mando de Apoyo Logístico (MALOG) del ET, constituido en órgano centralizado para la adquisición y gestión de los equipamientos necesarios para tal operación, que alcanza al conjunto de las FAS y la red hospitalaria de la Defensa.

Desafortunadamente, ha tenido que ser una pandemia asesina quien haya puesto de relieve cómo estos hombres y mujeres austeros, que militan en las FAS, están donde siempre han de estar: en la defensa de España y al servicio del pueblo español.