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Epílogo del caso Pegasus

Lo más grandioso de la perorata presidencial fuera su declaración, dirigida a los separatistas catalanes: “ustedes dicen que lo volverán a hacer y yo lo respeto”.

 

La penúltima chirigota sanchista ha sido la comparecencia obligada de Sánchez, el pasado jueves, en el congreso de los diputados, para debatir sobre el caso Pegasus. Don Pedro, en su línea, volvió a mostrarse inasequible a la verdad y a una mínima dosis de vergüenza torera. Su tesis consistió en escaquearse, arguyendo que desconocía el “detalle” de las actividades del CNI. Es de suponer que se referiría a detalles esenciales como serían, por ejemplo, las veces que los espías van al baño diariamente, o cuándo se toman las vacaciones de verano.

   

Porque saber, claro que tenía que saber. Primero, porque los objetivos del anual Plan Permanente de Información del CNI los aprueba él que es, además, el máximo responsable de la inteligencia en España. En segundo lugar, porque el tema de “escuchar” a los separatistas catalanes era, y sigue siendo imprescindible y, por tanto, de obligada ejecución. Y, en tercer lugar, para no extenderme, porque de manera “rutinaria” el CNI realiza lo que se conoce por “difusión” (en base al “need to know”), enviando a los miembros del Gobierno, previamente a las reuniones de los consejos de ministros, una recopilación de las informaciones, normalmente clasificadas, que pudieran ser relevantes para cada uno. Y, lógicamente tanto él como la ministra de defensa las reciben todas. 

 

Lo más despreciable del asunto es que Sánchez entrara en algo parecido al abuso de poder, sabiendo que sus milongas sobre el CNI no pueden ser desmentidas por miembros de la Casa, sin incurrir en un delito de revelación de secretos. Seguramente, lo más grandioso de la perorata presidencial fuera su declaración, dirigida a los separatistas catalanes: “ustedes dicen que lo volverán a hacer y yo lo respeto”. Pues no, porque que el delincuente que presume y avisa que volverá a delinquir no es, por ello, digno de respeto alguno. Y, mucho menos, por parte de la cabeza del Ejecutivo. Me temo que tenemos en la presidencia del Gobierno a un sonado.    

 

Tampoco la ministra de defensa, Margarita Robles, sabía nada. No recibía papeles del CNI y sus reuniones con Paz Esteban eran para hablar de trapos. Ahora, aprovechando el Día de las FAS, se ha calado el casco hasta las cejas, tratando de pasar la mano por el lomo militar, y de situarse en la punta de vanguardia “otanista”. “Nuestro compromiso con la OTAN es total” ―dixit―. Rematando así el cuento: “cuando se defiende a Ucrania están defendiéndose valores”. Y uno se pregunta ¿y cuando se cortan cabezas injustamente para salvar la propia, y se socava taimadamente la credibilidad de los servicios de inteligencia, qué valores se están defendiendo, ministra?