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¿Es la izquierda de izquierdas?

Habría que plantearse desde el ámbito político y moral ¿puede existir una democracia sin alternativas reales?

 

El futuro se puede abordar desde dos alternativas: dejar abandonadas las relaciones que conforman el presente a las leyes naturales, a ese caos que las encadenan a base de reacciones de fortuna, o  pretender controlar los hechos eliminando las zonas de incertidumbre influyendo en sus determinantes y dirigiendo sus consecuencias, lo que, como es obvio, presupone la definición previa de una lógica concatenación que al fin no es más que la definición de una estrategia. Por todo ello, la actitud volcada al futuro puede diseccionarse en dos posiciones: el deseo de evitar un mal y la voluntad de alcanzar un bien. La primera proyecta una perspectiva estática y la segunda una perspectiva dinámica. Y si evitar un mal no exige previsión, dejándolo todo a gestos defensivos inmediatos, la obtención de un bien presupone la anticipada definición de ese bien, de los principios generales que iluminarán las acciones que habrá que decidir para alcanzarlo –el ideario- y el planteamiento de las acciones concretas para obtenerlo –la política-.

La sociedad cerrada lo es porque disciplina e integra todas las dimensiones de la existencia, privada y pública. El demos, la ciudadanía, se queda sin voz, sin universalidad, ante los que defienden sus propios intereses y privilegios en contra de la calidad democrática, la justicia, los derechos cívicos y las libertades públicas que se abisman hasta la extenuación en un Estado mínimo donde la desigualdad y los desequilibrios sociales son elementos cotidianos. Una estructura discursiva que impregna la sociedad de una perversa metafísica en la que el individuo se convierte en prisionero de las calculadas ambigüedades que le proclaman el centro del orden social en una sociedad de masas al tiempo que anulan su voluntad mediante la propaganda y la despolitización. Como señalaba Pierre Rosanvallon ser representado no es sólo votar y elegir un representante, es ver nuestros intereses y nuestros problemas públicamente, nuestras realidades vitales expuestas y reconocidas.

El factor axial en que se desenvuelve hoy los ámbitos sucedáneos de la política no se corresponden al concepto tradicional de izquierda-derecha, puesto que al negarse desde el poder el conflicto social, desactiva la vertebración política de cualquier narrativa que configure una cosmovisión de los más desfavorecidos socialmente; tampoco hay posibilidad de construir antagonismo ideológicos desde aspectos metafísicos como liberales-conservadores, ya que el nivel de tolerancia del sistema ha llegado a sus límites y, como consecuencia, a una negación del pensamiento. Definitivamente, el gran reto de la disputa desde los estratos influyentes del régimen de poder, lo que se está dilucidando en España en estos momentos se sustancia en el antagonismo entre democracia y un autoritarismo populista que tiene a los intereses de las minorías organizadas como universales del Estado en detrimento de las mayorías sociales y los intereses generales y que por lo cual el régimen se hace cada vez más incompatible con la profundización democrática y el pensamiento crítico.

Norberto Bobbio advertía que la característica que definía una democracia no era el hecho de la posibilidad de votar, sino la de poder elegir entre auténticas alternativas. En este contexto, las limitaciones estructurales e ideológicas del régimen de poder, un poder excesivamente concentrado en minorías fácticas, sólo puede sustentarse bajo el juego de las alternancias que decayeron con la voladura del bipartidismo por el malestar ciudadano ante la brechas de desigualdad y constricción de derechos. El Estado de la Transición asume como universales los intereses de las minorías económicas y estamentales y, como consecuencia, no está constituido como un Estado nacional sino ideológico y fragmentario cuyos conflictos sociales, autonómicos y económicos los confronta como una relación de poder y de fuerza, ahora agudizados por la exacerbación de sus propias contradicciones. Por todo ello, habría que plantearse desde el ámbito político y moral ¿puede existir una democracia sin alternativas reales?

Y esa es la grave responsabilidad de la izquierda: su asumido papel subalterno de evitar un mal y, como consecuencia, la decantación de un posicionamiento en la vida pública reactivo y sin ideario, inhábil, por tanto, para construir un modelo de sociedad alternativo al posfranquista de la Transición, además de la carencia de una metafísica ideológica que interprete la realidad, lo que condiciona que su función se sustancie en el contexto de una hegemonía cultural y un ecosistema institucional que niega y criminaliza todos aquellos instrumentos ideológicos y morales que deberían constituirla. Mediante el pacto de la Transición la izquierda podía convertirse en partido de Estado desde una identidad de no izquierda a través de la oxidación de la ideología y la asunción de la escolástica y el pragmatismo como sustitutivos de los principios de progreso. Con el régimen del 78 en plena decadencia, cuyas contradicciones le han llevado al déficit democrático y el bloqueo institucional, la función de la izquierda no debería sustanciarse en el intento de apuntalar un sistema fallido, sino en recuperar los instrumentos ideológicos para la transformación y el cambio social y para ello tiene que dotarse nuevamente, como se ha dicho, de la anticipada definición de un bien, de los principios generales que iluminarán las acciones que habrá que decidir para alcanzarlo –el ideario- y el planteamiento de las acciones concretas para obtenerlo –la política-. La gran paradoja de la izquierda es que padece las contradicciones de aquello que ideológicamente debería combatir.