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Esa España de la que usted me habla

Al enemigo que huye puente de plata. No hay más miseria que pretender ser lo que no se es ni comprar el afecto que no existe.

 

El complejo panorama  entre poder y sociedad al que se deben enfrentar  los aspirantes a gobernar este país durante los próximos cuatro años no parece tener fácil solución.

Como en todos los procesos electorales siempre aparecen temas hábilmente seleccionados por los jefes de campaña que, a base de dinero comprando espacios de máxima audiencia en los medios de comunicación acaban por estar de rabiosa actualidad. Estos temas suelen centrar las campañas y animan los debates televisivos, calientan las mentes y desvían la atención sobre otros más importantes pero de difícil solución.

Pero en esta campaña hay un asunto que destaca sobre manera y condiciona las estrategias electorales  de la  mayoría de los partidos aspirantes a gobernar. El tema no es otro que la cuestión catalana y como contra partida, el concepto de España.

Sin ánimo de remontarme a siglos pasados o de hacer un ensayo historicista me propongo exponer, en unas pocas palabras, la forma en la que la mayoría de ciudadanos de a pie vivimos este escabroso asunto.

En mi época de bachiller los héroes nacionales eran, por este orden: Viriato que se presentaba como un Caudillo lusitano que se enfrentó a los invasores romanos, Recaredo como el rey godo que se convirtió al catolicismo, el Cid Campeador como el azote de los musulmanes, Alfonso X como el sabio que compilo los distintos sistemas jurídicos existentes en la península, los Reyes Católicos como los que expulsaron a los últimos monarcas nazaríes y unificaron los distintos reinos, Carlos V heredero de los anteriores y gran emperador, Carlos III perteneciente a la nueva dinastía de los Borbones y gran ilustrado, El General Espartero como el restaurador de la monarquía, El General Primo de Rivera y Franco creador de nueva  la España: una, grande y libre.

 

Nada se explicaba de la difícil coexistencia entre los distintos reinos dentro de la península desde que “los Católicos” habían llegado, vía capitulaciones matrimoniales a esa débil entente cordiale entre todos ellos.

 

Nada se decía sobre el reino de Navarra, independiente hasta 1512 ni del reino  de Granada que pervivió como tal hasta  el Real Decreto de 30 de noviembre de 1833. No se entendía, ni falta que hacía, la extraña existencia de diferentes fueros y regímenes civiles  que regulaban la vida de los vecinos sometidos a uno u otro de estos fueros según su lugar de residencia. Se nos hablaba de España, como un ente territorial y cultural que había existido desde el principio de los tiempos aunque fragmentada y mancillada por una larga presencia, primero romana, luego moruna y que finalmente fue restaurada en su integridad por los católicos y asegurada por las leyes de régimen franquista.

A los  curritos de a pie se nos hace difícil entender   las razones por las que vascos y catalanes llevan años intentando salir del yugo que, según ellos les impone el Estado español.

No es necesario ser un erudito ni un apasionado de la historia para entender que la teórica unión de los distintos reinos y territorios de esta península se ha basado en algunos casos en la dominación militar de unos sobre otros, la fusión entre ellos por enlaces matrimoniales y por el soborno o compra de voluntades en otros.

Nuestro Carlos V se nos presenta como el gran emperador que aglutinó parte del gran Sacro imperio germánico romano. Este se consiguió en gran medida gracias a la mediación de su tía abuela Margarita, que untó convenientemente a los príncipes electores  para que nombrasen a su pariente digno de ostentar dicho cargo.

 

Carlos heredó de su madre la reina Juana el reino de Castilla poco antes de su muerte y de su abuelo el reino de Aragón que incluía el principado de Cataluña, pero su atención se centró en su heredades paternas, los Habsburgo y sus ansias de emular al gran Carlomagno.

 

Don Carlos aparcó por primera vez en Castilla allá por  septiembre de 1517 y se dedicó a ir de corte en corte buscando reconocimiento y apoyo. En el caso catalán Carlos   llegó a la villa de Molins de Rei, próxima a Barcelona, el 7 de febrero de 1519, pero su entrada en la capital del Principado se retrasó durante una semana a causa de algunas dudas y divergencias sobre la oportunidad del juramento real de los privilegios de la ciudad.

Las especiales circunstancias en que Don Carlos había recibido la herencia española proyectaban también su sombra sobre este asunto. Pero el conflicto se solucionó gracias al parecer del Cardenal de Tortosa que se presentó en la Casa de la Ciudad y disipó las dudas y escrúpulos legalistas con un dictamen favorable a la pretensión real, concluyendo que «será grand servey de sa magestat que no parassen en aqueix punt».Zanjada la cuestión, el día 14, siguiendo la costumbre establecida, los consellers, acompañados por el veguer, los cónsules de la Lonja y algunos personajes destacados de los diversos estamentos de la ciudad, salieron al encuentro del Rey que venía de camino, para darle la bienvenida y besarle la mano en riguroso orden jerárquico.

El día quince de febrero de 1519  tuvo lugar en la ciudad de Barcelona la ceremonia de reconocimiento marcando el momento culminante de la relación del monarca con sus súbditos del principado.

 

Se trató de un pacto, de un acuerdo en el que ambas partes se comprometían a una serie de concesiones, los catalanes reconocían a Carlos como su rey y éste les reconocía sus privilegios y prerrogativas.

 

Este matrimonio de conveniencia perduró sin grandes alteraciones hasta la llegada de los Borbones en 1700 cuando se produce la primera gran ruptura entre las partes cuya herida a día de hoy sigue desangrando a españoles y catalanes por igual. No tengo por menos que recordar en este punto al almirante Blas de Lezo que participó en la guerra de sucesión al trono español (1701- 1713) y que, en el bando de Felipe de Anjou, tuvo presencia destacada en el cerco a la ciudad de Barcelona.

Como se puede apreciar, el concepto de España que ahora, interesadamente algunos nos intentan vender con grandes golpes de pecho y aludiendo al sentimiento patrio no está, en absoluto, claro ni determinado. El conflicto catalán (y el vasco) hunde sus raíces en tiempos medievales y en las ansias   megalómanas de algunos gobernantes por ser emperadores y reyes de muchos pueblos aunque para ello debían saquear a unos para sobornar a otros.

A los pactos se debe aplicar la cláusula “rebús sic stantibus”. Es decir, una vez que las circunstancias han cambiado se deben formular nuevos pactos.

Desconozco los intereses ocultos  de aquellos que se empeñan en la centralidad administrativa de unos territorios, de por si descentralizados. Desconozco tanto que solo alcanzo a imaginar la cantidad de recursos públicos que se han destinado a mantener sobornado a un territorio que hace siglos quiere divorciarse. La vieja y desertizada castilla y la rica y verde Andalucía nada tienen que ver con la húmeda Galicia y ni la industriosa Cataluña. Todos los recursos empleados durante siglos por los gobernantes centralistas para mantener la ficción de que Cataluña es España, han mermado considerablemente la capacidad económica e industrial de estas tierras en provecho de otras más hábiles negociadoras.

 

Creo que es hora de dejar de hablar de una España grande y libre y empezar a hablar de pactos fallidos y gentes que necesitan avanzar cultural y económicamente sin el lastre impositivo   que los burgueses catalanes llevan años imponiendo.

 

Si los sentimientos patrios  dejasen paso a posiciones   económicamente racionales y eficientes  entenderíamos, como están haciendo los británicos con el Brexit, que las condiciones de esta unión ficticia han cambiado y que la alternativa, la única alternativa a tan enquistado asunto pasa por un divorcio pactado, con una liquidación de bienes ajustada a derecho. Si los catalanes y vascos deciden marcharse, que lo hagan, pero que respondan de sus cuentas ante el resto de habitantes de este territorio, hasta ahora llamado España.

“…Bien pagá, si tu eres la bien pagá, porque tus besos compre con un puñao de parne…..”

Al enemigo que huye puente de plata. No hay más miseria que pretender ser lo que no se es ni comprar el afecto que no existe.

Pero eso sí, las cuentas claras, al pan pan y a los catalanes y vascos la liquidación de gananciales.