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España prevalecerá

También se ha demostrado que las FAS―el mayor antiviral contra el separatismo―, están donde siempre deben estar: al servicio del pueblo español.

 

Desde la excepcionalidad en la que estamos, se podría concluir que la improvisación ha sido el más grave error gubernamental de la gestión de la crisis del Covid-19. El 31 de enero pasado, se diagnosticó el primer caso de coronavirus en España, que fue zanjado por el “adivino”, Fernando Simón, con un “no habrá en España más allá de unos cuantos casos diagnosticados”. Pero febrero trajo un chorreo de infectados, mientras se debatía la suspensión o no del Mobile World Congress de Barcelona, y se organizaba una indigna “mesa del diálogo” que, en la Moncloa, el día 26, oxigenaba obscenamente a Torra.

En la primera decena de marzo, ya con cadáveres sobre la mesa, la prioridad gubernamental fue el feminismo desbocado. “Sin feminismo no hay futuro”, voceaba Pedro Sánchez, promocionando el Día de la Mujer. Deprisa y corriendo, y con fuerte rifirrafe interno, el consejo de ministros aprobó, el 3 de marzo, el farragoso proyecto de ley de Libertad Sexual, pleno de contradicciones y tipos penales inexistentes. Y todo para que Irene Montero ―chica gubernamental de la igualdad y novia de Pablo Iglesias―, brillara a tutiplén  encabezando la manifestación del 8-M en Madrid. Fue un jolgorio de 120.000 personas donde, entre cánticos feministas y saltitos de culitos respingones, doña Irene Montero de Iglesias, doña Begoña Gómez de Sánchez y compaña promocionaron el coronavirus, potenciando la explosión de la pandemia.

Por fin, mes y medio después del primer caso, el Gobierno, el 14 de marzo pasado, declaró el  estado de alarma, de acuerdo con la LO 4/1981, de 1 de junio, de los estados de alarma, excepción y sitio. Y entre las múltiples facetas desveladas por tal estado ―mira por dónde―, está otra vía legal, distinta a la del artículo 155 de la Constitución, por la que el Gobierno puede ejercer, por 15 días (prorrogables indefinidamente por el Congreso), la autoridad efectiva y superior sobre todo el territorio nacional. Consecuentemente, esos gerifaltes territoriales de Cataluña (Torra) y el País Vasco (Urkullu), que se auto revisten de armiño, han quedado, como en el cuento de Andersen, fulminante y ridículamente desnudos frente al poder ejecutivo de la Nación.

También se ha demostrado que las FAS―el mayor antiviral contra el separatismo―, están donde siempre deben estar: al servicio del pueblo español. Hoy están operando por todo el territorio nacional asegurando la vida ciudadana, desinfectando espacios comunes, levantando estructuras sanitarias, transportando y repartiendo alimentos, fabricando productos farmacéuticos y un largo etcétera de cometidos en beneficio directo de todos los españoles. Porque las FAS constituyen la última línea de detención contra todo bicho ―incluyendo los de dos piernas―, que atente contra la salud, el bienestar y la unidad de los españoles.

Fue particularmente grotesco oír al indocumentado Rufián (ERC), el pasado día 18, en el Congreso, pedir engoladamente una reducción del 40% del presupuesto militar para dedicarlo a la lucha contra el virus. El “charnego”, con su perorata, trató de esconder el despilfarro catalán. Nada dijo sobre los 41 superfluos consejos comarcales (desconocidos en el resto de España) que, en Cataluña, solapándose con el nivel autonómico, el provincial de cuatro diputaciones y el local de 946 ayuntamientos, nutren a 2.500 estómagos agradecidos al independentismo. También se olvidó  el rufián del derroche de la gigantesca red de consorcios, sociedades mercantiles, fundaciones, organismos autónomos…, que totalizan más de 1.300 entes públicos catalanes. Asimismo, pasó por alto, además de “embajadas” y otros garitos independentistas, el enorme dispendio de la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales ―pilar del proceso soberanista―, que emplea a 2.365 “fieles”, y cuyo presupuesto es un tercio del total de todos los canales autonómicos de España. En fin, nada dijo el rufián de tantos miles de millones de euros derrochados por el separatismo, que bien podrían emplearse en mejorar la deficiente sanidad catalana.

Resulta difícil esconder el horror por el tiempo perdido y que tantas vidas humanas está consumiendo; hoy la estadística nos hablará de una cifra aproximada a los 2.000 muertos. Y, aun así, no queda otro remedio, al menos de momento, que apoyar al Gobierno en la guerra contra la pandemia asesina. Cuando ésta sea derrotada, me temo que nos encontraremos con  un país arrasado, una legislatura finiquitada y un mundo diferente. Pero ―que nadie lo dude―, España prevalecerá.