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Irán y la guerra de los petroleros

Una alteración del precio que puede poner en peligro la frágil recuperación de algunos países europeos.

 

Siempre se ha dicho que Europa caminó sonámbula hacia la Primera Guerra Mundial. Tan despiertos y curados de espanto, en Occidente haríamos bien en quitarnos la venda de los ojos para poder fijarnos con claridad a dónde nos lleva nuestro perro lazarillo. Así acogeríamos en una situación mejor el impacto que han creado las imágenes de la Guardia Revolucionaria iraní abordando el petrolero británico Stena Impero en el Estrecho de Ormuz, punto caliente en la guerra fría que mantiene Arabia Saudí con la república islámica y por el que, según estimaciones, transita el 20% del petróleo que se comercializa en el mundo. La Guardia de la Revolución Islámica es un cuerpo de élite creado en 1975 bajo el régimen teocrático del ayatolá Jomeini para purgar a las Fuerzas Armadas de opositores a la revolución y al que la Constitución de Irán otorgó el cometido de defender la integridad territorial y política de la república, convirtiéndola en una todopoderosa policía política al por mayor. Algo así como las SS del régimen Nacionalsocialista. Pero con un poder y una autonomía mucho mayores, puesto que, si las SS, aun en su máximo apogeo, nunca amenazaron las jerarquías de poder dentro del Estado, la Guardia Revolucionaria se ha convertido en el verdadero poder dentro del Estado iraní. Un auténtico ‘Estado dentro del Estado’ que goza de un poder tal vez mayor que el del propio Presidente, Hasán Rohaní, un moderado que debe hacer lo imposible para navegar entre las peligrosas aguas repletas de minas que los Reformistas y los Radicales han colocado para aguarle la travesía.

 

Dejando aparte las voces alarmistas tradicionales, lo cierto es que el riesgo de guerra entre Irán y Estados Unidos es real. Quizás más real de lo que lo ha sido nunca hasta ahora. Los sucesos que se han ido encadenando no pueden analizarse sin prestar atención al contexto geográficamente más próximo, sin el cual dichos sucesos por sí mismos, o no habrían tenido lugar, o de haberlo hecho, su significación distaría mucho de ser la que es. No hay que olvidar que la rivalidad entre Irán y Arabia Saudí por hacerse con la hegemonía en Oriente Medio y Próximo se enmarca dentro de la rivalidad geopolítica mundial existente entre unos Estados Unidos de América que se resisten a aceptar el nuevo escenario de la multipolaridad y la ‘Nueva Rusia’ de Vladímir Putin, impetuosa y dispuesta a enterrar bajo kilos de armamento financiado con exportaciones de combustibles fósiles y materias primas la humillante etapa post-soviética que casi la convierte en un títere de ‘Occidente’. A estas coordenadas responden los dos grandes conflictos que han tenido lugar en la zona: las guerras civiles de Siria y Yemen. El intento por parte de Estados Unidos de crear un Estado satélite en Irak tras la caída de Saddam Hussein por medio del empoderamiento de una nueva élite chií que rompiera el puente religioso entre la República de los Ayatolás y la Siria de los al-Ásad baazistas (socialismo nacionalista revolucionario árabe, del que fue destacado exponente el dictador iraquí) le salió por la culata y derivó en una situación de Estado Fallido y de guerra civil crónica que propició el surgimiento del Estado Islámico y la revitalización de Al-Qaeda.

 

La falta de estrategia de Estados Unidos y de sus aliados en la zona, más allá del apoyo a su aliado israelí y de atar en corto a las teocracias del Golfo Pérsico, ha sido hábilmente utilizada por Irán en su disputa con Arabia Saudí, y por la Federación de Rusia, que han intervenido con una fuerza y una virulencia hasta entonces desconocida en el conflicto sirio hasta el punto de que, hoy por hoy, pocas dudas existen de que la dictadura de oftalmólogo Bashar al-Ásad se alzará con la victoria final, si bien las condiciones de la misma permanecen hoy tan borrosas como hace unos años. Ello ha supuesto un aumento vertiginoso de la influencia ruso-iraní en la zona, conformándose como unas potencias que pueden ser aceptadas como padrinos o interlocutores diplomáticos válidos para los países de la zona, toda vez que Estados Unidos, próximo a alcanzar su tan ansiada autosuficiencia en combustibles fósiles y, especialmente, en gas esquisto o gas pizarra, un hidrocarburo especialmente codiciado, ha iniciado un repliegue de la zona de Oriente Medio y Próximo para concentrarse en el Sudeste asiático en el contexto de su cada vez más dura competencia con la China Popular.

 

Lo que ha despertado la inquietud de Arabia Saudí, que no ha dudado en meterse hasta el cuello en la guerra de Yemen, conflicto jalonado por la lucha entre el gobierno del Presidente Abd Rabbuh Mansur al-Hadi, al que apoyan los saudíes, y los rebles Hutíes, de ideología zaidí, una rama del chiísmo, a los que apoya logística y diplomáticamente Irán. Esta guerra olvidada, que ha generado una cantidad ingente de refugiados y que ha estado salpicada por una brutal campaña de bombardeos sistemáticos sobre la población civil por parte Arabia Saudí vilmente silenciados aquí, al ser una aliado estratégico de los Estados Unidos, el director de orquesta de los países de la Unión Europea, es especialmente importante para entender qué sucede ahora mismo entre Estados Unidos e Irán. Especialmente atendiendo a que es la Guardia Revolucionaria iraní -considerada como grupo terrorista por EEUU- la que arma y entrena a los rebeldes Hutíes, que han puesto en jaque a las Fuerzas Armadas saudíes, que, pese a su alto equipamiento tecnológico, poco pueden hacer en el desértico, escarpado y complicado terreno yemení, ante unos rebeldes que han creado su propia estructura de ‘Estado’, convirtiéndose en una legitimidad alternativa al gobierno apoyado por la monarquía del Golfo.

 

Con su punta de lanza empantanada en el ‘Vietnam árabe’ e incapaz de sacudirse el fracaso en Siria, Estados Unidos ha decidido reaccionar y echar un duro pulso con quien amenaza a sus dos aliados estratégicos en la zona (Arabia Saudí e Israel) ante las sospechas de que Irán ninguneó de facto el acuerdo firmado con Obama de paralización de su programa nuclear a cambio del levantamiento de las sanciones económicas internacionales que asfixiaban la economía iraní, especialmente su capacidad para exportar crudo. La vuelta de dichas sanciones ha provocado dos medidas importantes por parte de Irán: reanudación oficial de su programa nuclear y obstrucción del comercio de crudo por el Estrecho de Ormuz a los países aliados de Estados Unidos, por medio de sabotajes y ataques a puertos y buques petroleros y cisterna, en una escalada que a punto estuvo de desembocar en el desastre tras el derribo de un dron estadounidense por la Guardia Revolucionaria el 20 de junio y un ataque de represalia contra Irán al día siguiente cancelado in extremis por el propio Donald Trump. Hay quienes apuntan a los rebeldes hutíes como responsables de algunos de estos ataques, en colaboración con la misma Guardia Revolucionaria, que no esconde en modo alguno su apoyo a las posturas más intransigentes dentro del juego de poder iraní, partidarias de romper cualquier acuerdo con los americanos y continuar con el programa nuclear al por mayor con el respaldo diplomático de Rusia.

 

Hay guerra o no, las consecuencias son previsibles: las compañías aseguradoras de los buques petroleros y gaseros aumentarán todo lo que puedan sus primas ante el riesgo de navegar en dichas aguas, con lo que el coste del transporte con probabilidad aumentará, provocando a su vez un aumento en el precio de estos combustibles que, nos guste o no, son esenciales para los países del Primer Mundo, que deben importarlo a mansalva para poder mantener en funcionamiento sus Estados del Bienestar. Una alteración del precio que puede poner en peligro la frágil recuperación de algunos países europeos que, como España, aún no las tienen todas consigo respecto a eso de divisar los brotes verdes en el horizonte.